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domingo, 3 de abril de 2011

La barra de hierro de Focea.


Para quienes tienen un conocimiento superficial de la historia griega, el nombre de ciudades históricamente importantes suele agotarse en Atenas y Esparta, y con un poco de suerte, con Tebas. Los más duchos se apoyarán también en los nombres de los filósofos, y llegarán así a Mileto (Tales), Abdera (Demócrito), etcétera. Pero sólo ahondando mucho se llega hasta Focea, una de las más importantes ciudades de la historia griega, pero que por un destino desafortunado, es conocido sólo por los más eruditos ratones de biblioteca. Es lo que tiene desaparecer de la obra teatral justo cuando comienza la mejor parte, que el público espectador después no te recuerda.

Focea fue una ciudad jónica, instalada en el Asia Menor (la actual costa turca del Mar Egeo). Cuando sobrevino la épica colonización del Mar Mediterráneo, en el siglo VIII antes de Cristo, Focea se inscribió como una de las campeonas en esto de fundar colonias por aquí y por allá. Heródoto señala que los focios fueron los primeros en hacer viajes marítimos de larga duración, y el largo listado de ciudades creadas por los focios pareciera atestiguarlo. Media costa sur de Francia está poblada por ciudades fundadas por los focios, incluyendo la poderosa Massilia, que sobrevive hasta el día de hoy con el nombre de Marsella.

Pero Focea sufrió el destino común a varias otras ciudades jónicas. El reino de Lidia los dejó vivir, pero cuando Lidia fue conquistada por el Imperio Persa en 546 antes de Cristo, los focios estaban en la primera línea de las ambiciones persas. Es lo que tiene ser de los más ricos y prósperos, que todos ambicionan lo tuyo. Un tal Dionisio, que era focio por cierto, obró como almirante de las fuerzas navales que los jonios reunieron contra los persas. Pero todo salió mal, en parte porque a los jonios les gustaba la buena vida, y librar guerras no era mucho de ellos (por lo general eran los atenienses quienes, en tiempos históricos, debían salvarles la papeleta de los persas). Aún así, los focios no se resignaron a perder su independencia, y decidieron marcharse en masa. El grueso de ellos viajó medio Mar Mediterráneo y se asilaron en Alalia, la colonia que ellos mismos habían fundado tiempo atrás en la isla de Córcega (Alalia es la actual Aleria). De ahí que los focios se perdieran todos los grandes acontecimientos griegos, desde las Guerras Médicas en adelante, y por lo tanto no suelan ser muy recordados en los libros de Historia. Pero volviendo a su caída, el siempre pintoresco Heródoto nos señala cuán irrevocable fue su decisión: hundieron un gran pedazo de hierro en el puerto, y juraron que no regresarían hasta que el pedazo de hierro flotara otra vez...

Por cierto, en días posteriores a los de Heródoto (quien escribió en la primera mitad del siglo V antes de Cristo), Focea había sido colonizada de nuevo, por gentes extrañas o por algunos focios mismos que extrañaban su hogar. Pero a pesar de esto (de hecho, la ciudad sigue existiendo con otro nombre hasta el día de hoy), Focea nunca volvió a ser un actor principal de la Historia.

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