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domingo, 27 de diciembre de 2009

Los peregrinos fósiles de Beringer.

A comienzos del siglo XVIII, el mundo científico, conformado en muchos casos por aficionados más llenos de entusiasmo que de otra cosa, empezó a interesarse en el problema de aquellas extrañas piedras con formas de órganos y aún seres vivientes: los fósiles. Como no se suponía que existieran criaturas extintas aparte de las ahogadas por el Diluvio Universal (la Biblia seguía siendo el principal libro sobre Historia de la Tierra), y además aparecían allí donde no debían (esqueletos de peces en las altas montañas, etcétera), nadie pensaba que aquellas hubieran sido criaturas ancestrales. En vez de eso, se pensaba que distintos procesos netamente físicos moldeaban la piedra misma y le daban formas que a nosotros las personas nos parecían de tal o cual animal.

Un catedrático de Historia Natural en la Universidad de Würzburgo, llamado Johann Bartholomew Beringer, reclutó a sus alumnos para acompañarles en sus búsquedas de restos fósiles. Beringer tuvo la enorme suerte de que empezaron a aparecer fósiles a porfía en torno suyo. Estos eran rarezas increíbles, tales como ranas apareándose, arañas atrapando moscas, lagartijas o insectos extraños... Lleno de entusiasmo, Beringer no reparó en que, muy probablemente, de haber sorprendido el Diluvio Universal a las dichosas arañas, éstas hubieran dejado de copular en el acto, así como también las arañas papando moscas hubieran abandonado tales menesteres para ocuparse en no morir ahogadas. Beringer estaba emocionado: ¿acaso no estaba viendo a la mismísima fuerza vital engendrando a partir de la roca? En la época todavía se creía en la generación espontánea, y no se asentaba en la ciencia el principio de que "todo ser viviente proviene de otro ser viviente". Por lo tanto, la idea de que Beringer estuviera parado sobre una cantera de rocas cobrando lentamente vida a impulsos de la fuerza vital, o como se llamara ésta, no sonaba en lo absoluto descabellada.

Las sorpresas empezaron a tornarse cada vez más sorprendentes, valga la redundancia. Apareció un sol petrificado, una media luna... ¡Incluso apareció una tabla con caracteres hebreos! Beringer, insensible a cualquier otra consideración, publicó sus conclusiones en un libro llamado "Lithographiæ Wirceburgensis", en 1726, decorándolo con bellas ilustraciones de sus rocas cobrando vida. Aquello estaba llegando demasiado lejos, así es que ahora, a manera de aviso, apareció otro fósil con el nombre de Beringer. Beringer vaciló, y finalmente descubrió la verdad. Sus preciosos fósiles no eran sino artesanías en barro cocido que sus propios estudiantes cocían y secaban, para luego enterrar en los lugares que después serían excavados. Todos los hallazgos de Beringer, y todas las conclusiones publicadas en su bello libro, no eran más que una broma estudiantil que se había salido de control.

Humillado, Beringer recurrió a todo su dinero para comprar la edición completa de su obra, y destruirla. Como suele ocurrir, algunos tomos escaparon de la purga, y gracias a ellos se conoce el contenido físico de la obra en la posteridad. También se conservaron algunas de las llamadas "piedras mentirosas". Incluso, a sabiendas de que todo era un fraude monumental, hubo espacio para que en 1767 se lanzara una segunda edición del dichoso libro (humillación suprema que Beringer, fallecido en 1740, no alcanzó a ver). Toda la investigación paleontológica en masa, no sólo la de Beringer, se desacreditó, y durante mucho tiempo nadie volvió a preocuparse por el tema de los fósiles. Hasta que la curiosidad pudo más, y la investigación, a las últimas, siguió.

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