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miércoles, 27 de agosto de 2008

El peor hombre posible contra Afganistán.


Las civilizaciones deben manejar con sumo cuidado el ataque contra hordas bárbaras asiladas en sus reductos montañosos, selváticos o desérticos. Después de todo, si dichas hordas han conseguido sobrevivir a dichos climas, es porque se han adaptado en el duro rigor del día a día, y además combaten en su terreno, de por sí difícil para las maniobras de cualquier ejército regular. En esto debieron haber pensado los británicos cuando decidieron atacar Afganistán en 1842. No sólo no lo hicieron, sino que además de tentar una hazaña tan cretina como someter a los afganos en sus propias montañas, eligieron al peor hombre posible para librar la guerra contra Afganistán.

A mediados del siglo XIX, Inglaterra había extendido su imperio colonial por casi toda la India, pero le preocupaba el paso a la India que representaba Afganistán. Además, los rusos mostraban interés en Asia Central, y se temía que éstos intentaran en algún minuto abrirse paso por Afganistán hacia el Océano Indico. Estas razones se basaban por supuesto en la idea etnocéntrica de que los afganos eran pobres salvajes que serían fácilmente destruidos por un ejército regular cualquiera.

El hombre encargado de cumplir estas tareas era un tal William George Keith Elphinstone, descrito varias veces como un hombre absolutamente incompetente. Elphinstone había hecho carrera en las Guerras Napoleónicas (¡tres décadas antes!) y había conseguido un importante ascenso en medio de la euforia por la victoria sobre Napoleón en la Batalla de Waterloo, en la que Elphinstone comandó un regimiento. El Gobernador Auckland lo quería a él, pero el mismo Elphinstone trató de disuadirlo por todos los medios. Se sabía que el clima de Afganistán era infecto para un hombre sano, y Elphinstone, aparte de viejo (tenía casi 60 años), estaba gravemente enfermo: la gota no sólo lo tenía tullido hasta el punto de tener que ser movido en palanquín, sino que además había limitado fuertemente sus capacidades mentales. Aún así, Auckland insistió en enviar a Elphinstone.

El papel de éste se limitó a una pasividad absoluta, y a confiar en el líder local Akbar Khan, que al final le traicionaría, le tendería una celada, masacraría a la inmensa mayoría de su ejército (sólo un puñado de sobrevivientes consiguió regresar a la India), y le mandó a prisión, en donde el desgraciado Elphinstone terminó muriendo de disentería, algunos meses después. Cierto es que la invasión británica contra Afganistán era como mínimo una operación arriesgada, pero confiársela a alguien como Elphinstone, en vez de a alguien más joven, gallardo y en buena condición física, era demencial. Y así se perdió la guerra para los británicos.

2 comentarios:

  1. Una buena novela ambientada en este asunto es "Harry Flashman: un espía al servicio del imperio británico" de George McDonald Fraser, la primera de una larga serie de novelas históricas muy divertidas y además muy bien documentadas que no dejo de recomendar.

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  2. Gracias por el dato, habrá que tenerlo en cuenta.

    Saludos.

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