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domingo, 14 de octubre de 2007

El imperio teocrático de Pachacútec.


Comentábamos en un posteo anterior sobre los sangrientos métodos que encontró Tlacaelel para desarrollar al Imperio Azteca. Su paralelo en el mundo incaico es probablemente Pachacútec, el Inca que gobernó entre 1438 y 1471. Sin embargo, a diferencia de Tlacaelel, si bien Pachacútec fue un gobernante mucho más absoluto (Tlacaelel prefería gobernar a la sombra de los verdaderos reyes), no llegó a los extremos últimos de su par azteca, que impuso la guerra santa como una verdadera obligación cosmológica para su pueblo.

Pachacútec asumió el mando del Imperio Inca en un tiempo terrorífico. En su época, en realidad el pequeño principado montañoso que los quechuas se habían construido alrededor de un remoto caserío llamado Cuzco ni siquiera merecía llamarse "imperio", y además, estaba sitiado desde el este, desde la jungla amazónica, por salvajes invasores llamados los chancas. En la hora más crítica, el Inca Viracocha decide rendirse y marchar al encuentro de los chancas para entregar la ciudad. Ante semejante acto de cobardía y traición, los cuzqueños se rebelan, eligen a Pachacútec, hijo de Viracocha, como su inca, y éste lidera entonces una arrolladora campaña militar que aniquila por completo la amenaza chanca. En los años siguientes, Pachacútec inició una serie de campañas militares que le permitieron ir derribando uno por uno a los varios reinos que gobernaban por entonces el territorio andino.

Pero Pachacútec no era sólo un militarista enamorado de las conquistas, como por ejemplo Tamerlán. Detallar las innumerables reformas administrativas que emprendió sería tarea de nunca acabar. Sin embargo, la piedra maestra de Pachacútec fue utilizar la religión para promover una alta política de Estado. Al igual que otros antes y después, Pachacútec se dedicó a una verdadera labor de ingeniería religiosa, a fin de diseñar lo que serían las creencias religiosas del Imperio Inca, y de esta manera utilizar a la religión como instrumento político para asegurar su dominio totalitario sobre la sociedad andina.

Para estos efectos, parece ser que Pachacútec convocó a un verdadero congreso religioso en Cuzco, al cual debieron concurrir sacerdotes de distintas regiones del por entonces naciente imperio, y quizás delegados desde más allá. Como Constantino en el Concilio de Nicea, Pachacútec se encargó de diseñar una religión en la que se mezclaban los dioses antiguos con rituales novedosos, que reflejaban la relación que supuestamente existía entre el Imperio Inca y el universo, siendo el primero la columna vertebral del segundo. Para tales efectos, Pachacútec ensalzó a la vieja divinidad Viracocha, adorada en diversas regiones del antiguo mundo andino, a su cénit como protector supremo del Imperio Inca. A otros dioses, como Pachacamac el dios de la tierra y la fertilidad, lo subsumió dentro de Viracocha. Al lado de Viracocha instaló a Inti, el dios solar, creando a su lado una diosa lunar que podía servir para contrarrestar a la gran diosa lunar adorada por los moches. Todo esto, Pachacútec lo centralizó en Coricancha, el gran Templo del Sol que construyó en Cuzco, como sede arquitectónica de su flamante religión. Y dotó a la religión, cómo no, de un gran y fastuoso culto con el cual impresionar a las almas simples. Complementó todo esto con una reescritura completa de la antigua historia incaica, desarrollando los mitos fundacionales de Manco Capac, el primer ser humano, creado por Viracocha, y primer inca, antepasado directo por tanto de Pachacútec, quien podía así presumir ser Hijo del Sol.

La muestra del extraordinario éxito alcanzado por Pachacútec en sus empresas, entre ellas no la menor la reforma religiosa, fue que a pesar de sus despiadadas políticas, incluyendo deportaciones masivas de población (mitimaes), el Imperio Inca no vivió desde entonces rebeliones de importancia.

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