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domingo, 5 de agosto de 2007

Prestándole atención a Confucio.

Suele suceder que los hombres propagadores de doctrinas de éxito supremo a lo largo de los siglos, en vida tienen muy poco reconocimiento. Esto se debe, en parte, a que dichas doctrinas chocan con la realidad de su época, y por ende, suelen ser apreciados por sus valores espirituales, por una posteridad que ya no tiene que lidiar con los aspectos más, ejem, pedestres y de aplicación práctica de estas doctrinas. La historia de Confucio refleja palmariamente esta situación.
En los siglos precedentes de Confucio (quien vivió en el siglo V a.C.), la autoridad central de China, radicada en la Dinastía Chou, se había debilitado mortalmente, y en su lugar habían surgido una serie de reinos periféricos, que luchaban por la supremacía; en medio de este mapa habían una serie de pequeñísimos reinos que trataban de sobrevivir entre los grandes, más o menos como los países europeos trataban de no caer bajo la égida de Estados Unidos y la Unión Soviética, en la segunda mitad del siglo XX.
Confucio fue un oscuro funcionario público en Lu, uno de esos reinos pequeños que trataban de respirar en la enrarecida atmósfera política de la época. Luego de abandonar su trabajo, se dedicó a la enseñanza itinerante. La filosofía de Confucio era bastante simple y de cuño tradicionalista: las cosas funcionan bien cuando el padre es un buen padre, el hijo es un buen hijo, el rey es un buen rey, etcétera. Conservadurismo puro, vaya.
Por eso resulta curioso que los reyes de la época no hayan adoptado el Confucionismo ni por casualidad. Siglos después se puso de moda una filosofía rival, el Legalismo, que postulaba como supremo remedio social el amarrar toda la vida civil al Estado. Pero cuando los amarrados decidieron que estaban mejor desatados, este totalitarismo filosófico se fue al descarte, y bajo la Dinastía Han (206 a.C. en adelante), los confucianos fueron lentamente llamados al poder. Sus ideas ultraconservadoras eran lo que China necesitaba para mantener el cemento de la cohesión social, y así los exámenes sobre Confucionismo, que todo funcionario público debía aprobar si quería trabajar para el Celeste Imperio, se mantuvieron la friolera de dos milenios, hasta que fueron abolidos con la caída del Imperio, en 1911...