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jueves, 2 de marzo de 2006

Don Enrique de Olivares.

En su clásica biografía sobre el Conde-Duque de Olivares, Gregorio Marañón dedica algún espacio al padre del mismo, como personaje en sí y no como mera "precuela" de la historia del hijo, el que llegaría a dominar por dos décadas (entre 1621 y 1640) los destinos de España, mandando en el Reino más que el Rey (no es broma).

Nació Don Enrique de Olivares en 1540, y tuvo una vida bastante activa, dedicado a las labores diplomáticas. La cúspide de su carrera fue marcada por su desempeño ante el Papa Sixto V (el que aparece en la imagen: lo sentimos, pero no pudimos encontar ningún retrato de Enrique de Olivares). El Papa tenía un temperamento agrio, pero Don Enrique, representante del rey más poderoso de la Europa de su época, cual era Felipe II de España, no lo era menos. De modo que chocaron una y otra vez.

Enrique tomó por costumbre llamar a sus criados con una campana, privilegio que en Roma tenían sólo los cardenales. Hasta el embajador francés le dirigió censuras al español, pero don Enrique, firme en sus trece. Cuando Sixto V protestó, Enrique, hombre de carácter más que un poco violento, le recordó al papa que dos terceras partes de los fondos que la Santa Sede obtenía por aquel tiempo provenían del Imperio Español... Pero Sixto V se emperró aún más y se salió con la suya. Por el momento, porque Don Enrique discurrió la peregrina idea de que, teniendo vetada la campana, usar de cañonazos para llamar a la servidumbre. Desesperado por el estruendo de los cañonazos, Sixto V no tuvo más remedio que concederle a Don Enrique de Olivares su dichoso privilegio de usar campana para llamar a sus criados...

En otra ocasión, Sixto V jugaba con un perrito faldero, mientras le daba audiencia a Don Enrique. Este se irritó, porque quién era el Papa para venir a hacerle guapos A ÉL, así es que tomó el perrillo y lo dejó en el suelo, para que prestara plena atención A ÉL.

El principal motivo de discusión entre ambos era la tensión entre la Inquisición y la Compañía de Jesús. Felipe II (y por ende su embajador Olivares) defendían a los inquisidores, y el Papa a los jesuitas. Irónicamente, el Papa fue tornándose cada vez más antijesuita, en tanto que Enrique, por influencia de su esposa, fue haciéndose adicto a la Compañía...

Sixto V pidió varias veces a Felipe II que retirara hombre tan turbulento de su presencia, pero el rey se negó todas ellas. Al fin murió Sixto V. Los rumores arreciaron, y se llegó a decir no sólo que Sixto V había muerto de los disgustos que le había dado el español, sino que el propio Olivares y algunas ponzoñas podían haber acelerado la muerte del vejete... De tal palo tal astilla, dicen, y con este padre, no es de extrañar que el hijo haya salido un dictador tan... cómo decirlo... bien, es sabido que Don Gaspar de Guzmán, Conde-Duque de Olivares, despilfarró todo lo que quedaba de herencia política española. Por eso a los españoles les ha ido desde entonces como les va.

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