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jueves, 31 de diciembre de 2015

Los viajes a finales del siglo XX.

Ya hemos comentado acá en Siglos Curiosos acerca de la colección "El mundo del futuro". Fue publicada en inglés en el año 1979, y en español en 1980 por parte de la Editorial Plesa. En estos tres tomos ("Robots", "Ciudades futuras" y "Viaje estelar") se intentaba pintar un fresco acerca de la futura evolución de la tecnología humana. Como al final cada tomo incluía una cómoda tabla cronológica con predicciones acerca de cómo vendría la mano en el futuro, eso nos proporciona la oportunidad acá en Siglos Curiosos para evaluar las predicciones respectivas, si se cumplieron o no, y si lo hicieron en la fecha por supuesto. Como ya hemos comentado sobre los robots y sobre las ciudades, ahora toca el turno sobre la tecnología del transporte, el tomo que se corresponde con "Viaje estelar". Que los lectores no se llamen a engaño. Que hagamos mofa y escarnio es parte del sello particular de Siglos Curiosos, que tenemos una reputación que mantener al final del día, pero sabemos que predecir el futuro es negocio difícil, muchas variables existen, el lado oscuro todo lo nubla, etcétera. Pero sin aburrir más al personal, vamos con lo que nos ocupa.

Para el período de 1980 a 1990 había varias predicciones acertadas que en realidad eran sandías caladas, porque la tecnología disponible y los programas respectivos ya estaban en ejecución. De esta manera, profetizaron con acierto tanto el lanzamiento del transbordador espacial, como la visita a Urano y Neptuno por parte de una sonda espacial Voyager (leñe, si en el mismo 1979 aparecía una sonda Voyager en "Viaje a las Estrellas: La película"...). Otra profecía realizada fue la primera mujer astronauta americana (no, no fue la profesora que se siniestró en el Challenger en 1986, y no, no protagonizó el chiste machista de "déjenla a ella conducir un ratito"... la primera astronauta americana fue Sally Ride, y despegó en el Challenger en 1983, para mayor información y reconocimiento). Volviendo a las profecías cumplidas... está el estudio del cometa Halley por parte de sondas automáticas en 1986 (lo que concretó la sonda Giotto). Mencionemos también el tren de alta velocidad que levita, aunque éste ya existía de antemano, y además se le adjudica a la Unión Soviética (que como sabemos, hizo kataplumski en el paso de la década a la siguiente). Una profecía resultó fallida por más de una década: la llegada de la sonda Galileo a Júpiter en.... 1984 (despegó en 1989 y llegó en 1995). Entre las profecías malamente fallidas están el Kosmolyot, un minivehículo orbital soviético, el uso de dirigibles rellenos de helio en Brasil, Perú y el Sudeste de Asia, y los pilotos automáticos en los automóviles (cosa que ya existe en forma experimental, más de tres décadas después, pero cuya masividad es aún un "por verse").

Las predicciones para el período entre 1991 y 2000 son especialmente parcas. Y fallidas, además. Se insiste en los dirigibles con helio, se señala que el combustible va a ser reemplazado por hidrógeno líquido en las aerolíneas civiles (predicción que tiene que ver más con la paranoia de los '70s sobre el agotamiento del petróleo más que con otra cosa, con toda probabilidad), y la utilización de automóviles electrónicos impulsados por baterías recargables (lo único que obtuvimos al respecto en la década fue la canción de los magios en "Los Simpsons", en donde nos enteramos que la Venerable Orden de los Magios DETUVO el automóvil eléctrico...).

Sobre el período 2001 a 2050 es difícil evaluar, por la obvia razón de que estamos en él. Pero veamos qué cosas estarían cumplidas, según este libro, para 2050. Habríamos visto ya los primeros martenautas, así como transbordadores espaciales de pasajeros (bueno, no hay vuelos regulares, pero el turismo espacial es ya una realidad), expediciones con seres humanos a los asteroides ¡y a Saturno!, y naves espaciales con amplias velas impulsadas por el viento solar (que claro, sólo funcionarían de esa guisa alejándose del Sol; al revés deberían emplear un método de propulsión alternativo). Una profecía resultó especialmente interesante debido a que puede considerársela como cumplida a medias... ANTES del 2001. Me refiero al túnel subterráneo de gran velocidad, lo que puede considerarse como cumplido con el Eurotúnel. Eso sí, dicho tren subterráneo operaría en el vacío para reducir la fricción y ahorrar energía (la obsesión de toda futurología setentera que se respete como tal), algo que hoy por hoy no parece asomarse en el horizonte todavía.

domingo, 27 de diciembre de 2015

Las ciudades de finales del siglo XX.

Ya hemos comentado acerca de la colección de "El mundo del futuro" aquí en Siglos Curiosos: fueron tres tomos publicados en inglés en 1979, con la autoría de Kenneth Gatland y David Jefferis, y editados en castellano por Editorial Plesa. Resulta interesante echar un vistazo acerca de cómo veían el mundo de finales del siglo XX y comienzos del XXI, gracias a una cómoda tabla cronológica insertada al final; ya lo hemos hecho con los robots en Siglos Curiosos, y ahora lo haremos con las "ciudades del futuro". Muchas de las predicciones fueron desacertadas, sea porque no han sido realizadas, o sea porque fueron realizadas de forma muy posterior a la fecha que le adjudicaban. Pero predecir el futuro siempre es un negocio difícil, así es que no nos reiremos (mucho) de sus desaciertos y fallos. Y ahora, sin más preámbulos... así es como visualizaban las ciudades del futuro en 1979.

Entre 1980 y 1990 tenemos varias profecías fallidas desde el punto de la fecha: se han concretado, pero tardaron mucho más de lo previsto en hacerse realidad. Se menciona que el periódico llega a los hogares impreso por computadora o a través de la pantalla de televisión, lo que en la actualidad es una realidad gracias a Internet y el correo electrónico, pero que no lo era en 1990. Se menciona también el perfeccionamiento de la tecnología para ahorrar energía en las casas (cierto, pero posterior a 1990), y la generalización de los paneles solares para generar electricidad hogareña, tendencia que está al alza hoy en día, pero está lejos de ser "generalizada". La profecía que no vimos ni en 1990 ni en la actualidad, son la aparición de los primeros robots domésticos, salvo aquellos que aparecieron como curiosidad o artículos de lujo (en "Rocky IV", por ejemplo). Las profecías que sí pueden verse como hechas realidad, incluso en su década, son la transmisión de programas educativos para el Tercer Mundo a través de satélites de comunicaciones, así como el perfeccionamiento de las turbinas de aire para suministrar energía eólica barata (aunque desde esa década a la fecha, dicha tecnología todavía no se haya propagado en demasía).

Para el período entre 1991 y 2000 se predijeron varias tecnologías hoy en día disponibles... aunque después del 2000. Incluye la votación electrónica, aunque hoy por hoy dicha tecnología todavía es problemática. Y la televisión en 3-D, aunque su método sea diferente a los actuales disponibles (habría usado técnicas holográficas). Y los experimentos con combustibles orgánicos alternativos a la gasolina. Y el uso de fotocopiadoras (que irónicamente, con la digitalización de documentos, parecieran ir en franco declive). Y la robotización de las fábricas, por supuesto. Los desaciertos, eso sí, son bastante gruesos: lanzamiento de satélites aspiradora para combatir la chatarra espacial, instalación de una granja en órbita por parte de la Unión Soviética (¡¡!!), reemplazo del ama de casa por los robots domésticos, transporte de icebergs para solucionar la crisis del agua, construcción de una ciudad submarina en el Mediterráneo para ayudar en tareas de minería... Los aciertos casi de pleno (salvo el formato, eso sí) es la masificación de las "radios de pulsera", que dicho así parece una profecía fallida, hasta que se piensa en ése fue el período en que comenzó la masificación de la moderna telefonía celular, así como las primeras entregas de correo electrónico, aunque su método es un tanto rústico: "Las cartas escritas a mano se copian electrónicamente y se envía por satélite a su destino"... De hecho, está describiendo el fax, que en los 90s murió en todas partes, excepto en Japón, porque, bueno... Japón, por eso.

Para el período del 2001 al 2050 en que nos encontramos, aún es temprano para decidir los aciertos o errores, claro. Pero mencionemos algunas cosas. Lo realmente importante aquí es que la colonización del espacio está lanzada a toda vela. Para el año 2050 habría estaciones espaciales permanentes en órbita (que las hay) y miniciudades orbitales (veremos), construcción de una base lunar y el nacimiento del primer bebé en la Luna, eliminación de casi todas las taras hereditarias (eso está difícil para 2050), formación de un anillo de chatarra alrededor de la Tierra (tanto como un anillo no, pero esta profecía en la actualidad es deprimentemente correcta, y un escenario como la película "Gravedad" no es ciento por ciento descartable), instalación de una base minera en Marte, utilización de los asteroides como fuentes de materia prima, inicio de la construcción de una colonia espacial para 10.000 personas, comienzo de la terraformación de Venus, una ciudad con 500 habitantes en órbita alrededor de Marte, un hotel para turistas en el espacio, celebración de los Juegos Olímpicos Interplanetarios en la Luna (¡¡!!) (¡¡y para 2020!!), creación de varias ciudades marinas, y finalmente la estabilización de la población planetaria entre 6.000 y 7.000 millones de personas, en parte gracias a la válvula de escape que significa la colonización del espacio. Por supuesto que faltan casi tres décadas y media para el 2050, pero aún así, cabe profetizar que los logros para dicha época van a ser quizás algo más modestos que lo señalado en estas páginas...

jueves, 24 de diciembre de 2015

Los robots de finales del siglo XX.

Aunque usted no lo crea, hubo una época no muy lejana en el tiempo (hablamos de los '80s aquí) en que los niños tenían a su disposición... ¡ciencia! No sólo juegos de química o similares, sino también... ¡libros! Vale, libros de ciencia para niños, pero... ¡libros de ciencia para niños! La editorial señera en esto fue Plesa, que tradujo y adaptó al español algunos libros escritos en Inglaterra, destinados a que la chavalería se instruyera un poquitito. Una de las series adaptadas fue una trilogía de libros de 1979 llamada "El Mundo del Futuro". Pero esto es Siglos Curiosos, y no posteamos sobre esta serie por nostalgia, sino por su valor retrohistórico. Porque en dicha colección venía, al final, una tabla cronológica acerca de qué iba a ocurrir en el futuro. Como ahora ese futuro (finales del siglo XX y comienzos del XXI es el pasado), vale la pena repasar un poco si dichas predicciones fueron acertadas, o pecaron de ingenuidad. Con un poco de sorna, por supuesto (lo dicho, esto es Siglos Curiosos), pero también con la conciencia de lo muy difícil que es profetizar el futuro. Partiremos entonces con el tomo "Robots", y veremos qué tal anduvieron las predicciones de marras.

Para 1980 a 1990, los escritores se pasaron de optimistas. Con todo, hubo apenas un par de profecías realmente fallidas; el resto fue sólo demasiado anticipado. Las fallidas fueron la predicción de que estaría funcionando el primer reactor de fusión nuclear (experimental, eso sí) que produzca más energía de la que consume, algo que a la fecha no está ni siquiera en el horizonte, y además que la producción industrial sería más barata en estaciones espaciales en órbita, algo que hoy por hoy es risible. También se profetizaba que en las primeras labores de construcción de la estación espacial que capta energía solar y la reenvía a la Tierra en forma de microondas (que iba a pasar hacia el siglo XXI), iba a ser ensamblada por robots; esto fue un poco prematuro, aunque dicha década vio la incorporación de un brazo mecánico al transbordador espacial, por lo que podemos afirmar que ésta sí que iba por buen camino, aunque le faltaba todavía en esos años, y en los nuestros también. La gran predicción acertada (aunque por poco) es el telescopio espacial puesto en órbita por el transbordador espacial, lo que resultó efectivo en 1990 (¿el telescopio espacial Hubble, alguien...?), en el límite mismo del período.

Para la década entre 1991 y 2000, existe una sola predicción realmente acertada: que la ingeniería genética era de uso corriente para el mejoramiento artificial de plantas y animales. Y una de acierto limitado: la posibilidad de destruir células enfermas mediante rayos láser. Hay también uno que se anticipó demasiado: el avión controlado por un piloto robot (los drones existen, pero son tecnología algo posterior, y no tan imponente como el vehículo propuesto por el libro. Y desde luego que no eran tecnología habitual en el mismísimo año 2000). El resto son una serie de desaciertos entonces e incluso ahora: granjas submarinas para mejorar las reservas de pescado, uso masivo de hovercrafts para transporte de tropas, lásers de alta potencia en combate (se utilizan, pero sólo como guía de misiles o de miras telescópicas, no como arma en sí), un satélite detector de terremotos en órbita, combate de incendios forestales mediante máquinas con robots, satélites espejo en órbita que iluminen la noche... Dejamos para el final el replicador, que es una especie de fotocopiadora en 3-D, y que en los 90s parecía como algo poco menos que imposible... aunque ahora sí están empezando a masificarse lentamente las fotocopiadoras en 3D. Ahora, no en los 90s.

Para el período 2001 a 2050 en que estamos, todavía no podemos decir cuántos aciertos o errores habrán. Entre las cosas anunciadas están reactores de fusión nuclear comerciales, minirrobots implantados en el cerebro humano, la conclusión del ensamblaje (¡por fin!) de la estación espacial de energía solar, la construcción de una catapulta electromagnética en la Luna que envíe minerales a las fábricas orbitales alrededor de la Tierra, un radiotelescopio en órbita, y finalmente, las primeras colonias mineras en los asteroides. Ninguna de estas ideas es realmente imposible (aunque la estación especial de energía solar tiene el leve problema logístico de que retransmitir la energía a la Tierra usando un máser puede ser algo complejo), aunque al momento de escribir estas líneas (el año 2015) todavía se veían como bastante lejanas en el horizonte.

domingo, 20 de diciembre de 2015

Los nómades de los canales del sur.


En el extremo sur de Latinoamérica, en su vertiente occidental, la costa se triza en un sinfín de islas, ínsulas, islotes, fiordos, canales, etcétera. Es el resultado directo no de un territorio hundiéndose, sino al revés, levantándose: la placa de Nazca que empuja hundiéndose bajo la sudamericana, y que ha erigido la Cordillera de los Andes primero y luego todos los territorios al occidente de la misma (las llanuras costeras peruanas, el mismísimo territorio chileno), en el extremo sur de Latinoamérica no ha obrado con tanta fuerza, y por lo tanto ha emergido sólo un poquito del lecho marino, hasta conformar esa geografía actual. Pero incluso en esos inhóspitos parajes en donde reina el frío y en donde es difícil la agricultura, el ser humano ha conseguido adaptarse. Porque en esos territorios ha surgido una sociedad que es fácil mirarla por encima del hombro como primitiva, pero que demostró un grado de adaptación implacable a las condiciones extraordinariamente hostiles de su medio ambiente. En colectivo han sido llamados los nómades del mar, y se dividen en varias tribus: los chonos, los yaganes o yámanas, y los kawésqar o alacalufes. Pero en realidad las diferencias entre ellos tienden a ser cosméticas, y se verifican principalmente en el idioma, ya que, espoleados por las necesidades de la supervivencia, sus culturas en realidad son bastante afines.

El medio ambiente de estos pueblos era un territorio con islitas chicas pobladas de bosques fríos, y fiordos en donde la cordillera cae simplemente a picado sobre el mar. No es un lugar que haga fácil la agricultura o la ganadería, de manera que aparte de la recolección de frutos silvestres en la selva fría, el grueso de la subsistencia procede del mar. Estos pueblos vivían literalmente en el océano: sacaban la corteza de los árboles, la calafateaban, y construían canoas en ellas. Estas canoas tenían un fuego central el cual nunca, jamás, debía apagarse porque de lo contrario no tendrían con qué cocer los alimentos, y además morirían de frío. Cada canoa estaba conformada por una familia nuclear, en donde la señora se encargaba de pilotear la nave, mientras que el marido se dedicaba a pescar, generalmente con arpones o con trampas bastante sofisticadas. Recalaban en las orillas para extraer mejillones, bivalvos que eran casi el equivalente de su pan diario. Aves como los pingüinos o cormoranes eran piezas de caza, lo mismo que los lobos marinos, y ayudaban a hacer algo más variada la dieta. En los días de suerte, podía suceder que cerca de la costa rondara alguna ballena herida, a la cual se la arponeaba hasta hacerla varar (por supuesto, podía ser, fortuna aún mayor, que ya estuviera varada y muerta en primer lugar); en cuyo caso procedía desembarcar, armar rucas de ramas recubiertas con pieles y cortezas, y mandarse un festín durante días completos. Luego... hacerse a la mar de nuevo.

Como puede imaginarse, la organización social era de lo más básica que había. Cada grupo humano estaba a cargo de un chamán, cuyo principal trabajo era erradicar a los malos espíritus. Estos pueblos creían en una especie de ser supremo, pero según su concepción, el mismo estaba retirado del mundo y les importaba un nabo lo que pudiera ser de los humanos (conclusión lógica, si la vida era eternamente igual), de manera que estos pueblos debían batírselas por sí mismos. Si en una playa sucedía una muerte, dejaban un penacho como advertencia para los canoeros que vinieran después, de que ahí podían todavía estar rondando los malos espíritus que habían segado una vida. De todos modos, la principal causa de muerte en realidad, era ahogarse o congelarse de frío en el evento ciertamente frecuente, de que una de las canoas volcara. Contra la creencia clásica de que los pueblos primitivos son todos matriarcados hasta que la malvada civilización falocéntrica cambió las reglas, estas tribus eran patrilineales. De hecho, los kawésqar practicaban el yinchihava, un rito de iniciación en el cual, de noche, los hombres se embadurnaban el cuerpo y asustaban a las mujeres, lo que servía de amenaza si se portaban flojas o desobedientes. De todas maneras, aunque en un plano de obediencia, en estas sociedades la mujer tenía un cierto grado de autonomía. Se aceptaba la poligamia, pero ésta era infrecuente. Cuando una pareja contraía matrimonio, se quedaba en la canoa del padre del novio mientras el recién casado construyera su propia canoa, y se independizara.

A partir del siglo XVI, los navegantes europeos empezaron a transitar por la región, pero no hubo mayores contactos ni interés: la región era demasiado pobre y fría para la agricultura, y los nativos no eran exactamente sumisos tampoco. Es decir, ni podía hacérselos trabajar, ni había en qué emplearlos tampoco. Las cosas cambiaron en el siglo XIX, cuando empezaron a llegar inmigrantes occidentales a practicar el pastoreo. Estos pueblos entonces comenzaron a estorbar en el camino de esos colonizadores emprendedores y píos siervos de Dios, por lo que los indígenas fueron recluidos en misiones, en donde había que enseñarles a ser indiecitos correctos y obedientes que no fueran a hacerle olitas al hombre blanco... además de que empezaron a diezmarlos las enfermedades occidentales con las cuales no habían tenido contacto, y contra las cuales por tanto no tenían defensas. Los pocos que sobrevivían, encontraron tentador dedicarse al robo de ganado, y por lo tanto, los ganaderos encontraron rentable comenzar a perseguirlos hasta el exterminio. Hoy en día los chonos ya no existen y de su idioma ni lo sabe hablar nadie ni quedaron registros escritos tampoco, mientras que quedan unos poquitos yaganes, incluyendo a Cristina Calderón, una casi nonagenaria que es la última nativa que habla el idioma yagán, en tanto que los kawésqar racialmente puros hoy en día no superan la decena, con su idioma en peligro inminente de extinción.

jueves, 17 de diciembre de 2015

Cuando los Andes unían en vez de separar.


Hoy en día, pareciera ser que la Cordillera de los Andes es la gran divisoria entre Chile al occidente, y Bolivia y Argentina en sus majestuosos faldeos orientales (qué poeta estoy, vaya). Parece una frontera inmutable, infranqueable, hasta el punto que Chile es definido casi como un país insular (el viejo recitado que se aprendían todos los alumnos porros chilenos para que el profe, encantado de la sabiduría de los chavalillos, les pusiera buena nota): Chile al norte tiene el desierto de Atacama, al sur la Antártica, al este la cordillera, al oeste el Pacífico...). Esto responde a la constante tradicional de las civilizaciones, en las cuales las montañas tienden a ser las fronteras naturales más sólidas de todas (más que los mares, que lo son si la técnica de navegación es paleolítica, aparte del kayak o las piraguas polinésicas, claro, pero que con el descubrimiento de la nave a remos, se transforman en territorios comunicantes). Y sin embargo... hubo una época en que los Andes (bueno, la región austral de la cordillera, de la que hablamos, que Perú, Colombia, Brasil y Venezuela son otro cuento), los Andes, decía, eran en realidad un foco de unión entre ambos faldeos. No gracias a las montañas, claro está que no, sino por los pasos cordilleranos, los cuales eran conocidos desde los tiempos indígenas. Porque, en efecto... en la época anterior a los españoles, existía una cultura en varios aspectos común, a ambos lados de la cordillera.

En realidad, debemos tener presente que en la época anterior a los europeos, el gran foco civilizador de Sudamérica fue el núcleo de culturas que creció en lo que actualmente es Perú: Chavín, los moches, Tiahuanaco... Cuando el Imperio Inca llegó y conquistó el territorio de la Sudamérica que mira al Pacífico desde Ecuador a Chile, en realidad lo que hizo fue imponer su poder político encima de lo que podríamos llamar una ya preexistente esfera de hegemonía cultural. Es reconocido que, en el último milenio antes de los incas, los pueblos andinos habían recibido un generoso influjo desde la cultura Tiahuanaco, anterior a los incas, como queda de manifiesto en la evolución de la decoración en la cerámica. De manera nada sorprendente, la mayor identidad cultural entre un lado y otro de la cordillera se produjo entre quienes estaban más cerca del influjo de Tiahuanaco: los aimarás, diaguitas, changos y atacameños en el lado chileno, y los omaguacas y diaguitas del lado argentino. De todas maneras, no hay que exagerar el rol de los contactos transcordilleranos: el hecho de que no sólo a un lado u otro de la cordillera, sino incluso a un mismo lado de la cordillera, se hablaran dialectos con diferencias bastante pronunciadas entre sí, significa que esos contactos, si bien permanentes, eran de naturaleza más bien esporádica. Aún así, la cerámica revela que, hacia el siglo X u XI aproximadamente, la cultura de los diaguitas en el norte de Argentina, cruzó la cordillera e influyó en la cultura de los diaguitas del norte de Chile.

A su llegada, los españoles se aprovecharon en efecto de estos contactos. Cuando Diego de Almagro se quedó chasqueado porque su colega Francisco Pizarro aplicó mano mora para ponerse como el mono rey en el conquistado Imperio Inca, viajó hacia el territorio actualmente chileno usando un paso cordillerano precisamente: viajó hacia el sur por el lado argentino, y cruzó hacia el lado chileno a la altura de Copiapó. Eso sí, el cruce fue lo suficientemente jodido como para que, de vuelta al norte, prefiriese usar la ruta de la precordillera y los cultivos indígenas de la zona. En siglos posteriores, cuando Latinoamérica fue dividida como trozos de una torta, todo lo que actualmente es el occidente de Argentina quedó bajo la jurisdicción de Santiago de Chile, no de Buenos Aires. Lo que tiene su lógica: los productos agrícolas de Mendoza y Tucumán, tenían más fácil salida a los puertos del Pacífico, que al Atlántico. Incluso uno de los próceres de la independencia chilena, Juan Martínez de Rozas, nació en Mendoza, actualmente Argentina, pero que en ese entonces era territorio chileno, razón por la que se transformó en uno de los artífices de la independencia chilena, y no de la argentina (bueno, hasta que se murió, en 1813, harto antes de que se consiguiera la independencia).

¿Por qué razón entonces los Andes se transformó en una mole leviatánica que separó a sus lados occidental y oriental? Uno podría pensar que las mejoras tecnológicas en el transporte deberían haber provocado el efecto contrario, pero no. En el siglo XIX se vio una revolución en el mundo del transporte marítimo, con barcos más grandes capaces de cargar más mercadería, hechos en hierro, con calderas a vapor que le entregaban mejor propulsión que la vieja navegación a vela. De pronto, viajar a través del Estrecho de Magallanes se tornó más simple que emprender el cruce de la cordillera. Para 1910 se inauguró un ferrocarril que conectaba Santiago con Argentina, pero ya era tarde: la separación estaba irremediablemente consumada. Por cierto, ¿sería esa noticia de inauguración lo que daría pie a la delirante narración ésa de que en una guerra civil chilena iban a lanzar locomotoras sin maquinistas sobre Santiago...?

domingo, 13 de diciembre de 2015

Adieu Molière.


Para ser un país que presume de estiradete, pero no a la manera espartana inglesa sino con calzas filogays, Francia tiene una buena tradición de payasos. Ahí están Marcel Marceau o Jean-Marie Le Pen para confirmarlo. Pero el más grande y el mejor, parece haber sido Molière, que como el común de los dramaturgos de su época, interpretaba él mismo lo que escribía. Tanto, que se llama al francés la lengua de Molière así como al español la lengua de Cervantes, al inglés la lengua de Shakespeare, al italiano la lengua de Dante, o al neoliberalismo los rebuznos de Hayek. Las comedias que el señor Jean-Baptiste Poquelin escribió, porque Molière era su seudónimo, siguen siendo tan divertidas y vitales como el primer día. El blanco favorito de las pullas de Molière, y lo que ha ayudado a mantenerlo tremendamente actual, eran las costumbres y vicios sociales, y puede que las costumbres hayan cambiado hoy en día, pero los vicios por descontado que no. En "Tartufo", quizás su obra más famosa, el protagonista es un inmundo sinvergüenza que para sus manejos se hace pasar por un hombre pío y devoto... razón por la que la Iglesia Católica consiguió que dicha obra se censurara en vez de, digamos, hacer un poquito de autocrítica sobre sus propios pecados (los de entonces, porque la actual, ésa seguro que no peca, ¿verdad que no...?).

Como sea, resulta que Molière estuvo más bien poquito rato en este valle de los dolientes llamado la vida. Tenía apenas 51 años cuando falleció, una edad joven incluso para esos tiempos. El problema es que Molière desde jovencito había tenido mala salud. En concreto, padecía de tuberculosis, un mal que había contraído probablemente durante su estancia en esos caldos de cultivo de enfermedades que en esos años era la prisión, a donde iban a parar con sus huesos aquellas gentes que, como Molière, no pagaban sus deudas. Ahora somos más civilizados, sólo les quitamos la casa y el colchón, y los dejamos viviendo en la calle, pero no los mandamos a prisión, y menos si son dueños de alguna gran multitienda o un banco demasiado grande para caer. Dice la leyenda negra que Molière se murió sobre el escenario. Lo que realmente no es cierto. O al menos, no es exacto.

Lo que sucedió, es que Molière estaba representando una obra teatral, cuando de pronto le vino un ataque de tos espantoso, de ésos que llegas a expulsar todas las entrañas por la boca, o poco menos. O sangre, como fue el caso de Molière. El caso es que no se murió ahí, sino que lo sacaron del escenario y se lo llevaron a la casa. Estaba tan enfermo, que parecía de rigor la extremaunción, pero dos sacerdotes, con perfecta caridad cristiana, se negaron a confesar a ese hereje. Para cuando consiguieron un tercero que sí aceptó ir, por aquello de ama a tu prójimo como a ti mismo, ya era demasiado tarde: Molière había parado la chala. Con todo, Molière consiguió un honor póstumo. Contra las leyes de la época según las cuales un actor no podía ser enterrado en suelo consagrado, el rey Luis XIV mismo autorizó su sepultación en la sección de los entierros de niños sin bautizar.

Y la ironía negra de todo esto, es la siguiente. ¿Qué obra teatral estaba interpretando Molière cuando cayó enfermo? Pues... "El enfermo imaginario". Que se trata acerca de un hipocondríaco. ¿Y qué rol interpretaba Molière? El del hipocondríaco, justamente. A veces la realidad tiene su propio sentido del humor, y cuando escribimos sentido del humor aquí, pensamos en palabras tales como negro, oscuro, tétrico...

jueves, 10 de diciembre de 2015

Nerón tiene un gusto grotesco.


Nerón. Un emperador tan fuera de serie, que fue necesario todo el poderío de Peter Ustinov para que lo interpretara en la pantalla grande, en la memorable "Quo Vadis" de 1952. Y en conjunto con Calígula, el que más leyenda negra ha generado a su alrededor. Ha pasado a la historia como un loco destructivo, etcétera, pero hizo al menos un aporte. O mejor dicho, no lo hizo él, pero sin su concurso, éste hubiera sido imposible. Me refiero a introducir la palabra "grotesco" en nuestro idioma. ¿Y cómo fue que lo hizo? Pues a través de una historia que se extiende nada más y nada menos que por un milenio y medio, desde los tiempos de Nerón hasta el Renacimiento.

Roma, año 64. Un día cualquiera, estalla el fuego. Roma en la época era una especie de gigantesco monobloque al cual de repente se le introducían tajos, porque había que meter unas cosas llamadas calle por donde la gente circule y raye las paredes (sí, leñe, los romanos eran tan modernos, que inventaron la costumbre del graffiti. De hecho, escribieron varios contra el mismo Nerón). El caso es que Roma ardió y Nerón y su lira... no, mentira, lo de la lira es una leyenda. Según el historiador Tácito, Nerón estaba lejos de Roma, y cuando supo del incendio, regresó a toda pastilla y organizó una completa red de ayuda asistencial para los damnificados. Luego le echó la culpa a los cristianos y mandó a unos cuantos a ser bufete de león, pero eso es otra historia.

El caso es que después del incendio, Nerón se encontró con harto terreno libre, y dijo: me voy a hacer una casuchita así como una cosita de ná. Y dicho y hecho, se puso a construir su rancho, un palacio que abarcaba tres cerros de Roma (no, no lo he escrito mal. La ruca en cuestión se extendía por tres de las siete colinas de Roma, chúpense ésa), al que llamó la domus áurea (la "mansión dorada"). Arreciaron los graffitis en los mismísimos muros del nuevo palacio, de tipo: Romanos, vayámonos a Veyes, a no ser que esta casa también llegue hasta Veyes). El caso es que ésta y otras exacciones del bueno de Nerón llevaron a la rebelión de las provincias, y Nerón acabó suicidándose el año 68, profiriendo unas inmortales últimas palabras: "¡Qué gran artista pierde el mundo!". A su muerte, las labores en la domus áurea quedaron detenidas, la mansión nunca se completó, y de hecho, andando los siglos, con las invasiones bárbaras, las invasiones eclesiásticas, y otras plagas semejantes, acabó semienterrada.

Hasta llegar al Renacimiento. El Papado renacentista se vio invadido por la fiebre arquitectónica, y se puso a construir a lo bestia. En una de tantas, descubrieron unas cavernas a las que ingresaron para explorar, y descubrieron... frescos romanos en las paredes. Poco a poco, los investigadores renacentistas (porque no eran un montón de artistas viviendo en la nube, sino que eran eruditos de tomo y lomo a los que no les temblaba la mano ir a ver de primera fuente esas ruinas tan majas) descubrieron que habían dado por accidente con las ruinas de la domus áurea, que con el paso de los siglos había quedado enterrada, como ya hemos dicho. Pero, renacentistas como eran, lo que más les llamó la atención fueron los frescos en las paredes, que, fieles al gusto de Nerón, representaban sátiros y monstruos de toda clase, posiblemente para acompañar con picaresca zoofílica a las orgías que se daba Nerón con su señora Popea la de la leche de burra. Los que bajaron a las cavernas para estudiar ese arte, quedaron impactados porque se alejaba al ciento por ciento de la formalidad, sobriedad y elegancia que ellos consideraban propio del arte griego y romano, y pronto, empezaron a referirse a esos frescos como las pinturas de las grutas, o sea, grutescas. Y por supuesto, la palabra sirvió para bautizar a ese despropósito de arte, que pasó a ser el grotesque en francés, y lo grotesco en español, palabra que ahora sirve para hablar de los reality shows, los tatuajes, y los políticos.

domingo, 6 de diciembre de 2015

El Tribunal de Ultima Instancia.

Un motif jurídico afirma que "por encima de la Corte Suprema sólo está la Corte Celestial"... Y sin embargo, aún puede sobre la Tierra haber un tribunal más allá del último tribunal. Uno conformado no por la justicia misma, sino por privados que se ponen al servicio de causas perdidas. Esta es la historia del Tribunal de Ultima Instancia ("The Court of Last Resort"), el tribunal privado decidido a revocar errores judiciales en Estados Unidos.

Para el lector de novelas policiales, el nombre de Erle Stanley Gardner (bueno, su nombre o alguno de sus incontables seudónimos) debería ser familiar. Si no por él, al menos por la que probablemente es su creación más famosa: el infatigable abogado criminalista Perry Mason. Una noche, durante la primavera de 1948, Gardner y Henry Steeger (editor de la revista "Argosy", uno de los más importantes pulps de todos los tiempos), conversando sobre el tema de las condenas impuestas por error judicial, tomaron el acuerdo de ver si podían usar su talento para hacer labor detectivesca, pero en el mundo real. "Tan pronto como sepamos de algún caso en que parezca que se ha cometido una injusticia, investigaremos los hechos y los daremos a conocer por medio de la prensa. La opinión pública se encargará de lo demás", dijo Steeger. Gardner después explicó que lo hacían porque "no existe ningún procedimiento sencillo por medio del cual un individuo que haya sido condenado erróneamente pueda lograr la revisión de su causa".

Su primer caso no tardó en caerles. Un asesino llamado Clarence Boggie, convicto a prisión perpetua en la penitenciaría estatal de Washington, los contactó. Gardner se entrevistó con Boggie, creyó en su inocencia, y unió fuerzas con el detective privado Raymond Schindler para investigar el asunto. El juicio había tenido lugar quince años antes. Boggie había sido juzgado por el robo y brutal asesinato de un anciano que vivía solitario en su cabaña. Dos años después del crimen, la policía había dado con el abrigo en poder de Boggie. Además, un prisionero sostenía que el aserrador le había confesado el crimen cuando ambos vivían juntos. Pero Gardner y Schindler probaron que el abrigo había sido comprado en una casa de empeños, y echaron por tierra el falso testimonio incriminatorio, dado por el presidiario para ganarse puntitos en una eventual libertad condicional. Además, apareció un testigo que había visto al asesino salir corriendo de la cabaña de la víctima, y ese testigo declaró que el asesino no era Boggie.

El Tribunal de Ultima Instancia funcionó a la larga con los mencionados Erle Stanley Gardner, Henry Steeger y Raymond Schindler en la nómina. Se sumaron, además, un experto en detectores de mentiras, otro detective, un asesor experto en Medicina Forense, y el antiguo alcaide de una prisión federal de Washington. Todos ellos ad honorem, por amor de la justicia, con la sola excepción del investigador privado, que cobra sus honorarios. En sus primeros cuatro o cinco años, al menos, tuvo una vida muy activa: lograron poner en libertad a cerca de una docena de personas, y revisaron cerca de un millar de casos en busca de potenciales errores judiciales. Muy pocos casos merecieron la investigación completa, naturalmente, pero por los pocos inocentes que puedan aparecer, siguieron adelante durante años con su empresa. Fue cuando su fundador, Erle Stanley Gardner, se retiró en 1960, que el grupo empezó a descender lentamente su actividad, hasta que ésta cesó por completo.

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