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domingo, 23 de febrero de 2014

Embotellando la evolución de las especies.

Si ustedes han tenido la desdicha de sufrir algún radiante día estropeado porque se les planta en la puerta un Testigo, y éste va y les suelta eso de que "bueno, pero es que la evolución nadie la ha visto, ¿no? ¿Cómo sabes que eso sucedió así?"... ¿qué les contestas? Quiero decir, me refiero a una contestación más amigable que decirles que los están explotando haciendo ganar millones a la Watchtower con ellos haciendo voluntariado en vez de pagarles remuneración, o simplemente cerrarles la puerta en las narices. Hay varias posibles respuestas, incluyendo el hecho de la gran cantidad de evidencia geológica, paleontológica, genética, etcétera, pero los muy listillos siempre van a decir que "ah, eso es circunstancial, pero nadie lo ha visto, ¿verdad?". Bueno... este posteo se trata de alguien que HA VISTO EVOLUCIONAR A LAS ESPECIES. Bueno, a una especie de ellas en particular, las famosas Escherichia Coli. O en realidad a un linaje de ellas, o doce linajes en total, mejor dicho. El nombre de este prócer es Richard Lenski, nació en 1956, y gracias a su experimento llamado Experimento de Evolución a Largo Plazo, ya se tiene ganado su lugar en los libros de Historia de la Ciencia. Y lo más importante: si los Testigos lo van a molestar a la casa, él puede decirles: "¡¡¡SÍ!!! ¡¡¡YO HE VISTO LA EVOLUCIÓN!!! ¡¡¡CON MIS PROPIOS OJOS!!! ¡¡¡EN MI LABORATORIO!!! Y ahora, si me disculpan, tengo que preparar un caldo de glucosa a la mignon con especias y comino que no es por nada, pero me está quedando para rechuparse los dedos, mi flora intestinal va a quedar muy agradecida, no la flora intestinal de mis intestinos, sino la de mis tubos de ensayo... er... largo de explicar". Supongo que después de eso, a los Testigos no les quedará más que dejar el ejemplar del mes de la Atalaya y Despertad, y después salir a todo escape de ahí, porque están majaretas estos científicos.

Todo partió con una interesante pregunta: si la evolución existe, entonces, ¿produce siempre el mismo resultado, partiendo de las mismas condiciones básicas? Dicho de otra manera, ¿puede la evolución producir dos veces el mismo resultado? Para averiguarlo, Richard Lenski embotelló una colonia... no, no puso perfume en una botella, todo es una manera coloquial de decir que metió en cápsulas petri a un grupo de colonos bacterianos, en concreto de la especie Escherichia Coli, un bichejo procariota que forman parte de la flora intestinal de nosotros los animales de sangre caliente, que pagan el alojamiento sintetizando vitamina K para nosotros (seriously), los separó en doce colonias (bíblico, ¿no?)... Y a partir de ahí viene lo bueno. Porque Lenski y su equipo cada noche metieron a cada colonia por separado en un caldo repleto de rica glucosa para que los bicharracos comieran, luego los hambreaban durante algunas horas, y a la noche siguiente, más caldo de glucosa, para los que sobrevivieran a la hambruna suponemos. Noche tras noche, sin saltarse ni una. DESDE EL 24 DE FEBRERO DE 1988 HASTA LA FECHA. Con eso, han producido más de CINCUENTA MIL GENERACIONES DE ESCHERICHIA COLI, ríanse ustedes de las genealogías de la Biblia... y les han tomado la foto una vez cada 500 generaciones, a cada una de las doce colonias. No una foto convencional, claro está: la cosa es que cada 500 generaciones se sacan muestras a cada una de las colonias, y se las congela, de manera que pueden literalmente consultarse las mismas después, simplemente sacándolas del refrigerador (y premiándolas con un té caliente con limón, vamos, ser científico no quiere decir ser un cabrón, ¿no?). Ya les decíamos que el nombre global de todo esto es Experimento de Evolución a Largo Plazo (EELP, o su sigla en inglés LTEE). Un cuarto de siglo y contando.

Y aquí viene lo realmente bueno. Porque el medio ambiente permaneció constante, el procedimiento también... Y AÚN ASÍ LOS BICHOS SE LAS ARREGLARON PARA EVOLUCIONAR. Poco a poco, cada una de las colonias se desarrolló en su propia dirección, creó sus propias mutaciones, y en general se las arreglaron para ser más eficientes dentro de su propio medio ambiente. Una de las más abracadabrantes fue cuando a la altura de la generación treinta y tres mil y algo, en 2008, una de las colonias desarrolló una mutación que le permitió sintetizar ácido cítrico con intervención de oxígeno, algo que las Escherichia en condiciones normales no hacen porque, bueno... su hábitat natural son los intestinos, para qué iban a inventarse algo así, pero en este nuevo medio ambiente, esta adaptación les garantizó un nuevo umbral de desarrollo. Esa es la adaptación más notable, pero las hay mucho más sutiles, incluyendo un cambio de la forma alargada de las Escherichia a unas más esféricas, lo que mejora la eficiencia de su metabolismo en relación a su masa protoplasmática. En general, los investigadores han observado que, enfrentadas muestras de colonias antiguas versus colonias nuevas, las segundas resultan mejor ajustadas y suelen terminar trapeando el piso con las antiguas. De todas maneras, no hay riesgo de que algún día, alguna Escherichia Coli que se sienta particularmente napoleónica y se encomiende a los manes de Mac el Microbio Desconocido, intente escaparse de su cápsula petri y se lance a conquistar la Tierra: más ajustado significa adaptado a las condiciones de la cápsula petri, del caldo con glucosa, no necesariamente más adaptado para batirse a vencer o morir en cualquier escenario de Europa Universalis, que es un territorio muy distinto.

Y aún más. Los científicos capitaneados por Richard Lenski determinaron también el ritmo al que se produce la evolución. Haciendo secuenciación genómina de los bicharracos, y creando modelos matemáticos a partir de las mutaciones observadas, descubrieron que las mismas responden a una ley de potencias. Dentro del modelo propuesto, el primer tiempo presenta una enorme cantidad de mutaciones, pero mientras más transcurren las generaciones, la curva de mutaciones empieza a disminuir, tendiente a cero... aunque por la propia naturaleza de la curva, nunca llegará un punto en que los ajustes se detengan. Es decir, en tanto el medio se mantenga constante, la evolución de las doce colonias seguirá, aunque con cada vez menos adaptaciones porque será cada vez más difícil ajustarse todavía más. O sea, es de predecir que si sacan ejemplares de algunas de esas colonias y las ponen en un medio diferente (por ejemplo, dentro de un intestino otra vez, como vivían sus ancestros cincuenta mil generaciones atrás), habrá otra vez una tanda de adaptaciones evolutivas a un ritmo ensordecedor, seguidas de un relativo estancamiento, aunque seguirán habiendo adaptaciones geniales de tarde en tarde. Porque la vida siempre se abre paso. Incluso dentro de una docena de tubos de ensayo. O cápsulas petri. Del tamaño de un laboratorio... o de este gigantesco tubo de ensayo que llamamos la Tierra.

domingo, 16 de febrero de 2014

Los rusos y el Cid.

Siglos Curiosos tiene una larga tradición de títulos llamativos e incendiarios que después no llevan a ninguna parte, pero de que atraen lectores con sus malas artes publicitarias, los atraen. El ejemplo más egregio es el histórico posteo "¡Carl Sagan arrestado!", que cuando llegó a Menéame (¿es que todavía existe ese sitio?) originó una jugosa nube de comentarios por parte de lectores confundidos porque pensaban que era noticia de actualidad ("Disculpa, pero cuando el envío se titula ¡Carl Sagan arrestado! da una clara sensación de inmediatez. Y cuando lees que ello se produjo hace 24 años, es lógico que muchos pensemos que casi es una broma. Y también considerarla antigua"... hombre, que a la fecha de publicar eso en 2011, Carl Sagan llevaba casi década y media de muerto. Hay que cultivarse un poquito, caramba). Así es que, para no me acusen de publicidad engañosa: este posteo casi no tiene nada que ver con el Cid. Y un poquito más con los rusos. Pero sí hay una conexión entre ambas. Y no porque Napoleón se haya estrellado de bruces contra el Oso Ruso y la testarudez hispánica, sino porque... vamos al posteo, mejor.

A la civilización le costó un poquito entrar en Rusia. Cositas de estar lejos de las rutas comerciales y los centros de civilización del Medio Oriente, y no haber sido nunca conquistados por los romanos. Eso, y el crudo invierno. Aún así, a inicios de la Edad Media, la doble amenaza de los misioneros cristianos y los comerciantes empezaron a adentrarse en las rutas comerciales rusas, conectando al Imperio Bizantino y el Medio Oriente con Escandinavia, y el dinero empezó a fluir en Rusia. Y con él, la posibilidad de, cual Civilización de Sid Meier, construir un pueblito que sea una ciudad, luego un reino... Durante unos siglos, la principal potencia militar de la región fue el reino de los jázaros. Eso, hasta que ya a finales del primer milenio vino una fuerte infiltración desde el norte: los escandinavos, conocidos como vikingos o normandos en Occidente, y varegos en Rusia, empezaban a extender su mano por esas regiones.

Entre estos guerreros varegos ávidos de aprovechar todo su poder militar para crearse nuevos reinos en esos territorios, estaba un caudillo llamado Rurik. En 862, Rurik y sus cuatro gatos se apoderaron de tierras, y crearon su pequeño principado. En la historia patriótica rusa, dicho evento es casi la fundación de su país o poco menos. Desde un punto de vista dinástico lo es, ya que la Casa de Rurik, a través de uno u otro de sus descendientes, se transformó en fundadora de la Rusia moderna y su gobernante hasta finales del siglo XVI. Pero en la época, el reino de Rurik eran cuatro rucas paradas en los linderos mismos de lo que puede llamarse la civilización. Aún así, Rurik dejó tan profunda impresión en la posteridad, que incluso ha hecho pensar a algunos que existe una conexión etimológica entre Rusia y los rus (la tribu de varegos que seguían a Rurik), y los rus con Rurik mismo. Así, Rusia sería, de manera un tanto laxa, "la tierra de Rurik".

Y ahora viene lo bueno. Parece ser que Rurik es la forma eslava o rusa de un nombre escandinavo. ¿Cuál nombre? Probablemente el escandinavo Rørik, que a su vez es equivalente al antiguo alemán Hrodric. Dicho nombre existe también en el antiguo inglés, como Hrēðrīc o Hroðricus, y con tal forma apareció como nombre de un personaje del poema épico anglosajón "Beowulf". ¿Y más al sur? Adivinaron, Hrodric mutó en Rodrigo. Como Rodrigo el último rey de los visigodos. Y como Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid (ya les advertía que el posteo tenía más bien poco que ver con el Cid, ¿no?). De manera que, poniéndose un poco españolicéntricos, y desde un punto de vista etimológico... no es incorrecto decir que Rusia fue fundada por un Rodrigo. Ya pueden todos mis lectores llamados Rodrigos ir inflando el pecho y decir "tu nombre no es ná, el mío es el que bautizó a la Santa Madre Rusia". Claro que la respuesta a eso es obvia: ahora te toca vivir a la altura de tu nombre, baby...

domingo, 9 de febrero de 2014

El hombre que importaba guantes sin pagar impuestos.

A comienzos del siglo XX, los guantes eran parte indispensable de la indumentaria de toda dama que se respetara como tal. Y de muchos caballeros también, por supuesto. Después llegó la Primera Guerra Mundial y la industria guantera, así como muchas otras cosas, saltó hecha trizas. A finales del siglo, Estados Unidos tenía una próspera industria guantera, auspiciada por sobre todo gracias a una generosa política de aranceles que impedía la competencia por parte de esos mugrosos extranjeros que tratan de reventar nuestra industria nacional en vez de asumir las políticas de liberalismo arancelario tan queridas por el (entonces todavía inexistente, claro) Fondo Monetario Internacional. Pero claro, siempre hay negocio para los guantes importados así como para la cerveza importada porque el logotipo "importado" llama la atención de todo el mundo. La cuestión entonces era descubrir el truquito de cómo meter guantes importados a Estados Unidos haciendo malabares para rebajar o capear el arancel.

Y un vendedor llamado Samuel Goldfish, que trabajaba como agente de ventas para una empresa llamada Elit Glove Company, descubrió el truco. Uno que para remate era perfectamente legal, si bien aunque sea por un tecnicismo burro (eso, y que nadie le descubriera haciendo la maniobra, claro). La cosa era que el pago del arancel debía efectuarse a la hora de retirar el producto importado. Por lo tanto, ése era el paso que debía evadir. Por suerte para él, eran guantes...

El truco al que recurría Samuel Goldfish, era encargar guantes de Francia de la mejor calidad, en pedidos abundantes para la reventa. Pero a la hora de embarcarlos, pedía que los embarcaran en dos pedidos, que debían ser enviados a direcciones distintas, y a dos puertos distintos. Y aquí viene lo realmente bueno. Un pedido contenía todos los guantes DE LA MANO IZQUIERDA, y el otro pedido contenía todos los guantes DE LA MANO DERECHA. Cuando los pedidos arribaban a los puertos... Samuel Goldfish no los retiraba. En vez de eso, se ponía a esperar. Más tarde o más temprano, los pedidos salían a remate por parte de la aduana, en calidad de mercadería no retirada. Podemos imaginar la cara del martillero al anunciar "un hermoso centenar de guantes de la mano derecha", y empezar la puja. ¿Y quién iba a pujar por guantes de la mano derecha, si no tenía los guantes de la mano izquierda para emparejarlos...? Pues... Samuel Goldfish, que sabía bien a las claras DÓNDE encontrar sus respectivas parejas. Y al no haber puja, se adjudicaba los guantes a precio irrisorio, los emparejaba después, y los revendía como guantes importados y de alta calidad a precios menores que la competencia. Y como puede observarse, todos los pasos del procedimiento son perfectamente legales: la verdadera ilegalidad estaba en la intención, en la totalidad de los pasos combinados para producir como resultado la defraudación del fisco. Si el IRS (la oficina de impuestos de Estados Unidos) no llegaba a enterarse, algo fácil considerando que en esa época no había computadores entrelazando información financiera sensible, la triquiñuela pasaba perfectamente desapercibida.

Quizás a usted el nombre de Samuel Goldfish no le diga absolutamente nada. Por una buena razón. Nació Schmuel Gelbfisz, y era un judío de Varsovia que emigró en busca del American Dream. En 1913, el Presidente de Estados Unidos Woodrow Wilson introdujo una brusca rebaja en los aranceles aduaneros, y el truco de Goldfish perdió sentido. Abandonó entonces la industria guantera, y se marchó a Hollywood. En donde es mejor conocido con el último de los varios nombres que adoptó, Samuel Goldwyn, uno de los fundadores de los Estudios Metro Goldwyn Meyer.

domingo, 2 de febrero de 2014

Si eso es rodar cine...


Año 1913. El cine era tan, pero tan, pero tan primitivo, que Hollywood ni siquiera existía. O sea, de existir existía, pero apenas estaban rodándose las primeras primerísimas pelis de lo que después sería llamado pomposamente como La Meca del Cine (y los terroristas talibanes sin bombardear ululando ¡¡¡SACRILEGIO!!! todavía, miren ustedes). El caso es que en esa época había una guerra sorda (y a veces nada de sorda: a balazo limpio en ocasiones inclusive) entre el Trust, un grupo de productores de cine plegados a las patentes de Thomas Alva Edison, y los independientes, los piratas de inicios del XX, que querían rodar pelis sin pagar derechos de patente los muy sinvergüenzas (y que fundaron las mismas empresas que persiguen a los piratas de ahora... así nos cambia la vida...). No insistiremos porque ya hemos escrito sobre dicha guerra con anterioridad en Siglos Curiosos.

En la época estaba por ingresar al negocio un jovenzuelo que venía de una familia bien relacionada con la intelectualidad de la época, ya que dentro de la familia a lo menos extendida habían filósofos y dramaturgos, entre otras luminarias. Pero uno de los hermanos debió haberles salido medio tontorrón (la familia de hecho trató de disuadirle cuando supo de sus intenciones) porque quería dedicarse... al cine. A una forma de arte que al momento de contratar actores, si éstos eran famosos, exigían en sus contratos de manera específica que sus nombres no figuraran ni en los créditos ni en la publicidad, por lo degradante que era salir de las tablas para meterse al estudio (si supieran lo que le iban a pagar a Johnny Depp casi un siglo después por "Piratas del Caribe 4"...). El único problema era el mismo de tantos y tantos jóvenes que buscan trabajo por primera vez: sin experiencia. Sólo que en ese entonces, como se rodaba poco, nadie la tenía, así es que nadie le cerraba puertas en narices.

Gracias a un contacto previo, nuestro jovenzuelo consiguió permiso para visitar un lugar cerca de Bronx Park, en donde los esbirros de Edison estaban rodando. Allí vio como un camarógrafo ponía una cámara apuntando hacia un muro. Luego lo describió así: "El director dijo ACCIÓN. El cámara empezó a darle a la manivela. Salió una chica de detrás de un seto, saltó el muro y echó a correr, mirando de vez en cuando para atrás, aterrorizada porque la perseguía alguien a quien no se veía. Un hombre se encontró con ella, la paró y hablaron, sólo con mímica, naturalmente, pero gesticulando mucho". Nuestro jovenzuelo observador comentó después a sus asociados: "Si es así como hacen las películas, yo creo que después del primer año me conceden un título".

¿El jovenzuelo en cuestión? Un treintañero llamado Cecil B. DeMille, director de algunos de los más famosos epics de todos los tiempos, incluyendo "Sansón y Dalila" de 1949, y sobre todo su monumental "Los diez mandamientos" con Charlton Heston en 1956. El mismo que, en esta última peli (destinada también a ser la última suya, porque a continuación se puso a trabajar en "El bucanero", pero lo pilló la muerte antes), se dio a sí mismo el rol de... la voz de Dios hablando con Moisés en lo alto del Monte Sinaí. Sí, de ése tipo iba esta anécdota de Siglos Curiosos, acerca de que el cine lo rueda cualquiera (y viendo más que algunos zurullos abriéndose paso hacia las salas...).

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