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jueves, 28 de junio de 2012

¿Liberación de esclavos y de mujeres?


En 1840, la historia de la defensa de la tolerancia y los derechos humanos pasó por un bochornoso incidente, en el seno del Congreso Contra la Esclavitud Mundial (World's Anti-Slavery Convention) celebrado en Londres en el año mencionado, porque los buenos defensores del fin de la esclavitud no les dio tanto la tolerancia como para admitir mujeres en su seno... El asunto sucedió más o menos como sigue.

En 1823 se fundó en Inglaterra la Sociedad Antiesclavista (Anti-Slavery Society), que ha pasado históricamente por varios nombres, siendo mejor conocida por ése. Dicha sociedad obtuvo un resonante triunfo para su causa cuando una década después, Inglaterra aprobó una ley que prohibió la esclavitud, y siguió después en activo para combatir la esclavitud en toda la Tierra. Para 1840 convocó a un congreso mundial en que se debatiera el tema de la esclavitud a nivel planetario, con representantes que vinieran de todas partes del mundo. Pero los bondadosos antiesclavistas ingleses, todos ellos muy pudientes y conservadores, jamás se imaginaron que en la comisión de los semibárbaros y rudos Estados Unidos, vinieran como integrantes... mujeres.

El 12 de Junio se abrió el debate sobre si era procedente que esas mujeres vociferaran igual que los hombres en un congreso de esas características. Un delegado estadounidense apuntó que para ser acreditado según las reglas de la invitación, bastaba con ser enviado por una organización antiesclavista que tuviera representatividad en su lugar de origen, y como en Massachussets se permitía a las mujeres participar en estas actividades (y de hecho, llevaban la batuta muchas de ellas con bastante fiereza), no se cuestionaron que las mujeres podían ir también. Un inglés apuntó entonces que la invitación estaba extendida a quienes se definían como "gentlemen", o sea, "caballeros". Y no damas. Un reverendo de Filadelfia (¡también Estados Unidos!) tronó que aceptar a las mujeres de la delegación era no sólo ir contra la costumbre de Inglaterra, sino también contra el orden de la naturaleza impuesto por el Dios Todopoderoso. George Bradburn, delegado de Massachussets, insistió en el gran aporte de las mujeres a la causa antiesclavista y discurseó sobre ello durante una media hora.

En el debate subsiguiente, la cuestión se concentró en el punto de cómo había sido enviada la invitación, lo que implicaba una interpretación de palabras, así como en el caso de conciencia que implica discriminar a un grupo de personas en el seno de una reunión cuyo objetivo primario era combatir la discriminación en contra de otro grupo de personas diferentes. Resulta interesante observar que varios presentes eran reverendos, o sea hombres de religión, que se basaban en la Biblia para sostener que todos los hombres eran iguales y por lo tanto la esclavitud debía ser abolida, para a renglón seguido esgrimir esa misma Palabra de Dios para negar que esas mujeres delegadas pudieran sentarse y hablar en la convención.

Finalmente en la votación subsiguiente, ganó de manera abrumadora la opción de no aceptar a las mujeres. Los delegados de Massachussets, en protesta, retiraron sus propias credenciales y se negaron a participar de la convención. En el debate se perdió un día entero que habría estado mejor empleado en discutir la materia de fondo que los reunía. Las mujeres en cuestión, por cierto, estaban también en Londres, esperando participar en la convención, y habían cruzado todo el Océano Atlántico en los lentísimos medios de comunicación de la época, sólo para verse rechazadas en la puerta del lugar de destino. Pobres machistas de la convención, porque no sabían qué estaban iniciando: entre las delegadas estaban Lucretia Mott y Elizabeth Cady Stanton, quienes en respuesta se pasaron al activismo feminista, y se transformaron en la punta de lanza del movimiento en Estados Unidos...

domingo, 24 de junio de 2012

La triste muerte de Emily Davison.


La lucha de las sufragistas (suffragettes, las mujeres que en el siglo XIX y comienzos del XX lucharon porque la mujer tuviera igual derecho a voto que el hombre) alcanzó a veces ribetes enconados. Como suele pasar en todo movimiento revolucionario (y en la vida, por lo demás), las había más tranquilas y razonables, y también más exaltadas y pasionales. Entre estas últimas estaba Emily Davison, cuyo apoyo a las sufragistas la llevó a numerosos choques con la ley y con la cárcel. Esto sería lo menos (era el trato común que se les daba a todas las sufragistas más o menos activas, por perturbar el orden público armando alboroto en vez de estar tejiendo y cocinando para sus amantes mariditos, claro está), pero lo que levantó oleadas, fue la muerte misma de Emily Davison.

Ocurrió el 8 de Junio de 1913, con ocasión de correrse el Derby de Epsom (en el pueblo de Epsom, tengo entendido que en ese tiempo independiente, y hoy en día devorado por el Gran Londres). Por supuesto que siendo la hípica un deporte de caballeros, estaba reunida la flor y nata de la aristocracia británica. Entre otros corría el caballo del rey, que en esa época era Jorge V (¿vieron "El discurso del rey"? El rey viejo que se muere en esa peli, aunque esto sucede como un cuarto de siglo antes). La ocasión llamaba a que una sufragista exaltada como Emily Davison se presentara. En el momento decisivo en que se larga la partida, saltó las protecciones que separan al público de la pista en donde corren los caballos, se puso en el camino del caballo del rey (que por supuesto no lo corría él sino un jockey, pero seguía siendo el caballo del rey)... y fue arrollada por el pobre bruto que por supuesto iba lanzado a todo galope.

La muerte de la sufragista conmovió a Inglaterra y contribuyó a polarizar aún más el debate: para los partidarios de la igualdad se transformó en una heroína y mártir de la causa, mientras que los detractores se atrincheraron aún más en su idea de que las sufragistas eran un montón de locas de atar. En paralelo, Christabel Pankhurst (hija de la connotada sufragista Emeline Pankhurst, y sufragista ella misma) organizó los funerales, que fueron apoteósicos. Los historiadores Capezzuoli y Cappabianca los reseñan así: "El cortejo fúnebre iba encabezado por una amazona que presidía el féretro tirado por cuatro caballos blancos empavonados. Seguían las sufragistas universitarias con toga y capelo, luego otra amazona; detrás, un grupo de sufragistas vestidas de negro que tenían entre sus brazos ramos de iris color sangre, seguidas por otras, todas vestidas de blanco, que llevaban laureles. Entre las carrozas que seguían el funeral, la primera tenía las cortinas bajas. Era el coupé de la Sra. Pankhurst, vacío, porque había sido nuevamente arrestada".

En cualquier caso, al año siguiente estalló la Primera Guerra Mundial, y el rey Jorge V amnistió a las sufragistas, a cambio de que las mujeres fueran a las fábricas a sustituir a los hombres que marchaban al frente de batalla (muchas veces para no volver, claro). Esto creó la presión social suficiente para que en 1918 se aprobara una ley que concedía un derecho a voto femenino, pero limitado: el derecho absoluto para todas las mujeres mayores de edad debería esperar 10 años más. En el intertanto, la figura de Emily Davison ha sido discutida por la historiografía. ¿Fue realmente una mártir que se inmoló en un instante supremo por la causa? ¿Y si sólo pretendía darle un susto al caballo del rey, o hacer algún gesto emblemático, y el ser arrollada se lo impidió? Ese misterio, Emily Davison se lo llevó a la tumba.

jueves, 21 de junio de 2012

Feijoo defiende a las mujeres.


Desde los tiempos de la Ilustración se ha aducido una y otra vez el carácter misógino de la Iglesia Católica, avalado por algunos textos bíblicos, así como por un puñado de quemantes declaraciones por parte de los iluminados Padres de la Iglesia (la misoginia de San Agustín era para no creerla). Pero aunque no se crea, hubo frailes que sí defendieron a las mujeres. Entre ellos, el benedictino español Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764). Aunque claro, debemos tener presente que Feijoo no era sólo hombre de Iglesia, sino también un progresista y casi, casi, un ilustrado. Sus ideas sobre las mujeres las vierte en un ensayo cuyo sólo título es revelador: "Defensa de las mujeres".

Las primeras palabras son casi una declaración de intenciones: "En grave empeño me pongo. No es ya sólo un vulgo ignorante con quien entro en la contienda: defender a todas las mujeres viene a ser lo mismo que ofender a casi todos los hombres, pues raro hay que no se interese en la precedencia de su sexo con desestimación del otro". Luego recorre el desprecio masculino por la mujer, desde señalando la absurda creencia coránica de que la mujer no entraría al Paraíso sino que se quedaría afuera mirando como su marido se solaza con las 72 huríes, hasta la inconsecuencia de los autores que critican a la mujer con sus obras y se solazan con ellas en sus vidas (cita a Bocaccio, el autor del "Decamerón", y al trágico griego Eurípides). Luego de lo cual declara: "No niego los vicios de muchas. Mas, ¡ay si se aclarara la genealogía de sus desórdenes!; ¡cómo se hallaría tener su primer origen en el porfiado impulso de individuos de nuestro sexo! Quien quisiera hacer buenas a todas las mujeres, convierta a todos los hombres".

Uno de los mejores pasajes, lo hace contestando la afirmación de que "la Cava indujo la pérdida de toda España, y Eva la de todo el mundo". La Cava, según el Romancero, es la hija de Don Julián, el conde felón que dejó pasar a las tropas árabes contra España en 711 para vengarse de Rodrigo, el último rey visigodo, que había "afrentado" a la chica (vamos, que la había violado). Pero, razona Feijoo, la felonía es de Don Julián, porque la Cava lo único que había hecho fue manifestarle a su padre la afrenta, sin tratar de persuadirle de que cometiera una traición semejante, y por tanto, la responsabilidad es toda de Don Julián. Razona de manera análoga respecto de Eva, porque el responsable último de la Tentación no fue ni Adán ni Eva, en definitiva, sino una criatura de sagacidad superior a ambos.

Respecto del entendimiento, Feijoo es tajante, y condena sin remisión a los tratadistas que rebajan el intelecto de la mujer respecto del hombre, incluso a lo puramente instintivo y poco más. Después de mencionar que las mujeres podían escribir apologías de su propio género (cita el tratado "Excelencia de las mujeres, cotejada con los defectos y vicios de los hombres", escrito por Lucrecia Marinella, "docta veneciana"), concluye que todos los tratadistas que rebajan a la mujer son hombres. Y por tanto: "lo cierto es que ni ellas ni nosotros podemos en este pleito ser jueces, porque somos partes; y así, se habría de fiar la sentencia a los ángeles, que, como no tienen sexo, son indiferentes". Critica el principal argumento machista, de que las mujeres no sirven más que para ordenar la casa, diciendo que si su actividad se reduce a eso (por motivos sociales, podríamos añadir), eso no es prueba de que no podrían servir para otra cosa. Y añade: "Es notoriedad de hecho que hubo mujeres que supieron gobernar y ordenar comunidades religiosas; y aun mujeres que supieron gobernar y ordenar repúblicas enteras". Nada mal, viniendo de alguien que era varón, católico, sacerdote, del siglo XVIII, y además de ese país con tupido de obras literarias acerca de "vengar el honor" como lo es España...

domingo, 17 de junio de 2012

El alquimista que defendió a las mujeres.


Quizás no tan célebre como su contemporáneo Paracelso, Cornelio Agripa se ganó de todas maneras una envidiable reputación como alquimista a inicios del siglo XVI. Recordemos que en el tiempo de la vida de Agripa (1486-1535), en parte por la difusión de ideas vía la imprenta, y en parte por el relajamiento del poder católico, la Alquimia y el esoterismo en general vivieron un buen período de resplandor. Pero menos conocido es el hecho de que Agripa escribió un tratado que hoy en día calificaríamos sin ambages como de feminista, porque defiende la superioridad de la mujer frente al varón. Su título lo dice todo: "Sobre la nobleza y la preeminencia del sexo femenino" ("De nobilitate et praecellentia foeminei sexus"). Repasemos acá en Siglos Curiosos a este curioso alquimista adelantado del feminismo moderno.

Aunque publicada en 1529, esta obra (le diré así en el posteo, para no tener que escribir tantas veces el título completo) en realidad es un trabajo de juventud dos décadas anterior. La existencia siempre errabunda de Cornelio Agripa tenía por escenario en ese 1509 la ciudad de Dole, actualmente francesa, pero que en el siglo XVI era la capital del Franco Condado, que a su vez dependía del Sacro Imperio Romano Germánico, y que estaba bajo la regencia de una casi treinteañera Margarita de Austria, hija de Carlos el Temerario y entonces ya tía de un niño que sería el futuro Carlos I de España y V de Alemania. Es a esta Margarita (seis años mayor que el propio Agripa) a quien el autor dedica su obra, probablemente con interés escondido, claro. De manera quizás sorprendente para un ocultista, aunque debemos considerar la época por supuesto, Cornelio Agripa se basa principalmente en la Biblia, y en particular en el personaje de Eva, de quien parte diciendo que su nombre es "Vida", en contraste con Adán cuyo nombre es "Tierra", anotando así un punto para las mujeres, ya que razona Agripa, el hombre fue creado antes del Paraíso y la mujer ya una vez dentro de éste, y por lo tanto, ella es el nexo último entre todas las criaturas vivientes. Además, Eva es inocente del pecado original en concepto de Agripa, porque la prohibición de no atiborrarse a manzanas era para Adán como criatura nacida fuera del Paraíso, no para ella. Y remata atacando la misoginia habitual en los teólogos, señalando que Dios ha dispuesto que la mujer quebrará la cabeza de la Serpiente (en la escena en que los echa a patadas del Paraíso, claro), y como ya sabemos que la Serpiente es el Demonio... (A Lutero le seguirá pareciendo bueno este argumento unos añitos después, pero misógino como era, no lo llevó hasta las últimas consecuencias de Agripa).

Agripa le atribuye a la mujer un papel esencial en la procreación, lo que hoy en día es obvio, pero para la época no, habida cuenta de que en ese tiempo primaba la opinión en contrario de nada menos que Aristóteles. Llega al extremo (erróneo, claro) de considerar la partenogénesis como algo frecuente en los animales. Se refiere a que María es la única que ha procreado siendo virgen, pero refiere leyendas turcas sobre islas en que las mujeres procrean fertilizadas por el viento. ¿Su remedio contra la hidropesía, la epilepsia, y para amainar las tempestades? Las menstruaciones femeninas (y conozco más de algún depravado que se habría hecho feliz cliente de la consulta médica de Agripa). También le confiere superior valor a la relación de apego entre madres e hijos, por encima del simple deber de respeto que existe respecto de los padres.

Pasando a la sección "mujeres en la Historia", Agripa no pierde el tiempo en loar a grandes mujeres como Lucrecia, la Samaritana del Evangelio, María Magdalena, santas como Clotilde, Hildebranda y Brígida, las amazonas y Juana de Arco. María, por su parte, es alabada como superior incluso al más superior de los hombres, mientras que Judas es peor que la peor de las mujeres. Claro, hubiera sido interesante conocer la opinión de Margarita de Austria respecto del libro y sus alabanzas hacia lo femenino, pero digamos en su beneficio que ella contó con el apoyo pertinaz de los optimates de sus dominios, los que gobernó sin el recurso habitual de las gobernantas en la época de anteponer un esposo o hijo títere para mandar a su través. Apenas llegó al trono español, su sobrino Carlos I se peleó con ella, pero pronto debió admitirla como un apoyo necesario, y de hecho Margarita de Austria fue uno de los grandes bastiones en que se apoyó la política continental de Carlos hasta la muerte de ella en 1530. Todo lo contrario a lo que sucedió con su contemporáneo Lorenzo el Joven, a quien Nicolás Maquiavelo dedicó "El príncipe", y que lo mejor que hizo en vida fue morirse para que su tumba fuera adornada por las estatuas de Miguel Angel...

jueves, 14 de junio de 2012

Helena no era tan zorra.


Entre los personajes de la mitología griega, Helena de Troya tenía una reputación bastante poco amable. Después de todo, citando a Homero, por causa de ella se precipitaron "al Hades muchas almas valerosas de héroes, (...) presa de perros y pasto de aves -cumplíase la voluntad de Zeus", porque cuando Helena fue raptada por Paris el troyano, los griegos recolectaron un enorme ejército, le pusieron sitio a Troya, y acabaron por arrasarla (según Homero y la Mitología Griega). Acción que fue una locura porque según comenta Heródoto no sin su cuota de mala leche, "es poco conforme a la cultura y civilización el tomar con tanto empeño la venganza por ellas (...) porque bien claro está que si ellas no lo quisiesen de veras nunca hubiesen sido robadas" (Heródoto, Libro I, 4). Dicho en corto, los griegos creían que tanta sangre derramada no la valía porque Helena en definitiva era una zorra. O sea, Menelao el burlado salía ganando con deshacerse de ella. Y sin embargo...

Entre el movimiento filosófico, educativo y lingüístico de los sofistas (porque todo eso eran, antes de desprestigiarse por algunas manzanas podridas y el enojo de otros filósofos rivales) floreció un tal Gorgias, en el siglo V antes de Cristo, que entre otros documentos escribió un "Elogio de Helena", opúsculo en que defiende a Helena y su reputación con un discurso que ni Perry Mason en los tribunales, óigale usted. Razona Gorgias que una posible motivación para el secuestro es la Fortuna o el mandato de los dioses. Y como es imposible para los mortales resistirse a la Fortuna o los dioses, entonces si éste fuere el caso, Helena es inocente.

Por otra parte, si la causa fue un rapto o violencia ilegal, entonces es el raptor o violento quien debe ser culpado por su acto. Culpar a la raptada o violentada es tan inicuo como culpar a la víctima y absolver al victimario (ya oigo decir a algún zafado: "es que ella andaba provocando..."). Por otra parte, si el asunto no fue de violencia sino de seducción, entonces también Helena debería ser inocente, por el poder que tiene la palabra para suscitar emociones y mover las voluntades de las personas. En el peor de los casos, Helena podría ser criticada por su error, pero no condenada por su debilidad, que es la de cualquier persona frente a un seductor excepcional. Gorgias, por su parte, opina que si fue seducida por palabras bellas, entonces sólo hay mala suerte.

Y llegamos al argumento más delicado: ¿y si Helena estaba enamorada, no resulta aún así culpable? Gorgias argumenta que no, porque los seres humanos somos esclavos de nuestras percepciones (señala él) y actuamos en conformidad a esas percepciones. Conforme a esto escribe: "marchó a Troya, como marchó, a causa de las insidias que padeció en su alma, no por voluntaria decisión de su espíritu; a causa de la inexorabilidad del amor, no por intrigas de su arte". Con todo lo antedicho, Gorgias concluye que "he borrado con mi razonamiento la infamia de una mujer; (...) he intentado destruir la injusticia de un reproche y la ignorancia de una opinión". Juzguen ustedes, estimados lectores, si lo consiguió.

domingo, 10 de junio de 2012

El monstruoso regimiento de las mujeres.

Entre los grandes clásicos de la misoginia universal, una de las más altas cumbres es sin lugar a dudas "El primer toque de trompeta contra el monstruoso regimiento de las mujeres", que John Knox escribió en Génova, en 1558. Este John Knox, por más señas, es el protestante fundador de la iglesia presbiteriana, que es fuerte en Escocia. El título puede inducir a algún equívoco ya que "regimiento" ("regiment") no se refiere al uso habitual como un conjunto de batallones militares, sino en una acepción similar a la que recoge el Diccionario de la RAE: "oficio o empleo de regidor". O sea, Knox está protestando (ya desde el título) contra el gobierno de las mujeres. Al escribir el panfleto tenía en mente a María Estuardo, reina de Escocia, así como a María Tudor, reina de Inglaterra. La ráfaga le salió con una bala de rebote porque ese mismo año 1558 falleció María Tudor (enemiga política de Knox), e Isabel I asumió el trono de Inglaterra: Isabel además de ser protestante podría haber sido una aliada natural de Knox contra su enemiga común María Estuardo, pero ella se ofendió mucho con el libelo, y... el resto ya se lo imaginan, creo.

El caso es que Knox no se anda con chicas en su misoginia: "Promover a una mujer al mando, superioridad, dominio o imperio sobre cualquier reino, nación o ciudad, es repugnante por naturaleza; injurioso para Dios, la cosa más contraria a su verdad revelada y ordenanza aprobada; y finalmente, es la subversión del buen orden, de toda equidad y justicia" (traducción de vuestro seguro servidor el General Gato). Una mujer que llega al poder, sentándose por ejemplo en el Parlamento, se vería pronto sacada de su condición natural (argumenta Knox) y pronto habría un baño de sangre en que los hombres serían arrasados y exterminados, como sucedió con las amazonas (nótese como la Mitología Griega era parte de la Historia Universal en la época). Pero más allá de citar a Aristóteles o al Digesto, John Knox no le da demasiadas vueltas al asunto, y recurre al viejo comodín ése del es-tan-obvio-que-no-voy-a-discutirlo-aquí, para dar por explicado aquello para que no encuentra explicación.

Más interés tiene cuando se adentra en su campo particular, la Teología. Sostiene que el imperio de la mujer es contrario a la Voluntad Revelada de Dios. Cita la Biblia por supuesto (Primera a los Corintios 11:8-10, Génesis 3:16, Primera a Timoteo 2:12). No falta tampoco la cita al teólogo romano Tertuliano (quien trata a las mujeres de "puerta al infierno" y de "primera transgresora de la Ley de Dios"). ¿Por qué? Porque la mujer (dice Knox y los venerables Padres a quienes cita) es más débil, imprudente, voluble y fácil de engañar: incluso se menciona que los falsos profetas la tienen más fácil engañándolas a ellas que a ellos para descarriarlos. También son más codiciosas, y en su ansia de poder son por tanto insaciables.

Además, el imperio de la mujer es subversivo contra el buen orden, la equidad y la justicia. Esto se debe (Knox sigue en esto a otro misógino ilustre que es San Agustín) a que cada cosa tiene su lugar, y si la mujer por todos los defectos antedichos es inferior al hombre, entonces su lugar debe también ser inferior. Por tanto, no es de buen orden dejar mandar a la que es inferior. Por lo mismo, tampoco es justo dejarlas gobernar porque gobierno implica hacer justicia, o sea dar a cada uno lo suyo, y "lo suyo" para una mujer es la sujección y la obediencia, como la criatura inferior que es, y no el gobierno. Knox cita ejemplos de gobiernos inicuos de mujeres sacados de la Biblia misma, concretamente los de Jezabel y Atalía. La que pone en aprietos a Knox es Débora, la jueza de Israel que parece haberlo hecho tan bien que ganó campañas militares para los hebreos: Knox lo explica con varios circunloquios que, reducidos a su mínima expresión, vienen a significar que Dios obró en Débora un milagro porque no había hombres tan machos que pudieran servir para la tarea (con más palabras y vueltas, pero en esencia es eso).

Se suponía que el Primer Trompetazo iba a venir seguido por un Segundo y un Tercero que completaran esta mayestática trilogía. Por alguna razón que se me escapa, no se dio el tiempo para ello. En cualquier caso, como trivia final, digamos que John Knox se casó en sus treintas, enviudó un par de décadas después, y después ya en sus cincuentas (más o menos la edad a la que escribió el panfleto éste) contrajo matrimonio... con una jovencita de diecisiete. Que cada uno saque con calma sus propias conclusiones al respecto.

jueves, 7 de junio de 2012

Las mujeres según Schopenhauer.


El filósofo alemán Arthur Schopenhauer (1788-1860) fue un hombre desgraciado. Fue menospreciado por su madre, una dama con ínfulas de intelectual que veía muy mal los pasos que el pequeño Arthur daba en la materia (una vez dijo que no consideraba a Arthur un genio porque nunca había escuchado de dos genios dentro de una misma familia), después fue sistemáticamente rechazado por las féminas, sus alumnos se le escapaban para ir a escuchar a su rival Hegel, y en general nadie cotizaba en demasiado sus ideas filosóficas. No es raro que haya desarrollado un carácter misántropo y violento. Pero una de las cosas que han hecho famoso a Schopenhauer, es sin lugar a dudas su rampante misoginia. Aunque ya habíamos escrito sobre la misoginia de Schopenhauer en Siglos Curiosos, ahondaremos un poco más en sus peculiares ideas.

Su obra clave en este punto es un opúsculo que se llama "De las mujeres", y que publicó en 1851. El texto es una explicación calmada y racionalista de por qué las mujeres son inferiores a los hombres (siempre según Schopenhauer, claro), y se ha convertido en un pequeño clásico de la literatura misógina. Escrito en respuesta a un poema de Schiller que enaltece a las mujeres, parte señalando que "Necesitas sólo mirarla de la manera en que está constituida, para ver que la mujer no se supone que haga grandes labores, ni de la mente ni del cuerpo". Luego de señalar que su realización pasa por aceptar el sufrimiento del parto y la sumisión al marido, añade: "Las mujeres encajan directamente como niñeras y profesoras de nuestra temprana infancia por el hecho de que ellas mismas son infantiles, frívolas y cortas de miras; en una palabra, ellas son niños grandes durante toda su vida - un tipo de estadio intermedio entre la niñez y el hombre plenamente crecido, que es el hombre en el sentido estricto de la palabra". Argumenta en la misma línea, que el hombre alcanza su madurez psicológica a los 28 años y la mujer a los 18, razón por la cual (siempre según Schopenhauer, repito, para que no las emprendan contra el mensajero) el hombre llega más lejos en su desarrollo psicológico que la mujer.

Y sigue. Según Schopenhauer, la mujer carece de sentido de la justicia, en primera porque no razona, y en segunda porque al ser más débil que el hombre, la naturaleza las ha provisto con la estrategia del disimulo para defenderse. Es también un sexo no estético (diminutas, hombros delgados, caderas anchas, piernas cortas... Schopenhauer dixit, again). Carecen de sentido para apreciar la música, la poesía o las bellas artes, y cuando lo hacen, es mera afectación (pone como ejemplo el parloteo de las mujeres en los pasajes más sublimes de las óperas... algo que por desgracia, sin estar de acuerdo con el resto de las afirmaciones misóginas de Schopenhauer, en esto da en el clavo, cambiando la ópera por el cine). Casi todo el resto del discurso se centra en torno a la monogamia, y el enorme perjuicio de que ésta le significa a las mujeres que no alcanzan a ser mantenidas por un hombre, y por lo tanto, Schopenhauer defiende la poligamia (la de muchas esposas para un hombre, no al revés, claro está) como beneficiosa para ellas mismas. Y termina con las siguientes palabras: "Que la mujer es por naturaleza obediente al hombre puede verse en el hecho de que cada mujer que es colocada en la no natural posición de completa independencia, inmediatamente se une a un hombre, por quien se permite ella misma ser guiada y gobernada. Esto es porque necesita un señor y amo. Si ella es joven, será un amante; si ella es vieja, un cura".

Interesantemente, y más allá del veneno que destila Schopenhauer sobre el tema (por lo demás, la mala leche era característica de Schopenhauer, así es que esto no debería ser una sorpresa para quienes conozcan al vejete cascarrabias), algunas observaciones schopenhauerianas resultan ser aciertos inesperados, entre ellas las relativas a la poligamia (en las sociedades antiguas, en donde los hombres iban a la guerra, solían haber más mujeres que hombres dando vueltas allá afuera). Aunque claro, el yerro está en darle un estatus natural a circunstancias que tienen más que ver con la forma en que se estructura la sociedad, y que durante el siglo XX, liberación femenina mediante, fue cambiando. Para cualquier interesado, seguir el enlace para leer el texto en inglés de Schopenhauer.

domingo, 3 de junio de 2012

Mujeres afganas después de los talibanes.


¿Piensan ustedes que las mujeres en Occidente lo pasan mal frente a los resabios de machismo que van quedando atrás? Echenle una mirada a Afganistán. En dicho país, una década después de la caída del régimen talibán en 2001, el rol de la mujer afgana sigue siendo uno de ínfima categoría. La desgracia de las mujeres afganas es el desmedido rol que tienen la etnia de los pashtunes en la política afgana desde la década de 1980 (coletazo desafortunado de la invasión soviética contra Afganistán). Los pashtunes se rigen por el Pashtunwali, un código ético no escrito que le dice a cada pashtún cómo debe comportarse. El pashtún vale tanto como sus tres posesiones más valiosas: zar (oro), zamin (tierra) y zan (mujeres). Un hombre que posee estas tres cosas es un hombre con honor. El honor se incrementa siendo hospitalario con otras personas (y aún más con un enemigo en desgracia, una sutil manera de elevarse insultando a un enemigo mostrándose generoso con él), además de vengándose por cualquier afrenta que se le inflija. Y esto incluye por supuesto tanto a las mujeres que lo afrenten (sus esposas o hijas) como a los hombres con las cuales se las afrente. No es raro que el régimen talibán haya encontrado sus mayores apoyos justamente en los pashtunes.

La historia de Bibi Aisha puede ser más o menos típica. Nacida en 1990, se casó a los doce años con un esposo combatiente talibán que la golpeaba (legítimamente: ella era su propiedad). Ella no lo soportó más, y con la ayuda de un vecino se fugó. El esposo se puso de acuerdo con otros hombres pashtunes, la raptaron, la llevaron a un lugar perdido en las montañas, y allí, con la ayuda de esos otros hombres, le cortó las orejas y la nariz como castigo por su desobediencia. En los hechos, muchas mujeres afganas prefieren el suicidio a la opresión, prendiéndose fuego. Debido a su condición de suicidas, si por casualidad sobreviven quedarán deshonradas de por vida, además del inevitable castigo, así es que en consecuencia, los reportes por "explosiones de gas en la cocina" son de una frecuencia anormalmente alta en Afganistán, a pesar de que los médicos saben distinguir entre una explosión de gas auténtica y un intento de inmolarse en llamas debido a la forma y disposición de las quemaduras.

Con todo, la occidentalización de Afganistán parece ser un hecho imparable. Aunque los pashtunes en general odian a muerte a Occidente porque transmite valores de tolerancia, humanismo y respeto, el contacto de varias otras etnias (no sólo los pashtunes) y la adquisición de tecnología moderna en otras ciudades, incluyendo la capital Kabul, permiten un relajamiento de las bárbaras costumbres ancestrales. Una mujer como la actriz Trena Amiri, por ejemplo, puede manejar en Kabul con el rostro y el pelo y los brazos al descubierto (sin la burja tradicional), aunque no se libra de que los hombres a su lado toquen la bocina en sus respectivos vehículos para expresarle su desprecio u odio. La policía acoge a las mujeres con agrado porque ellas pueden catear a otras mujeres o buscar en casas donde haya mujeres presentes (ambas actividades prohibidas a los varones por el Islam), aunque 165 dólares al mes de paga no sean un gran salario tampoco, considerando que la policía es blanco corriente de los insurgentes. La Asociación Internacional de Boxeo por su parte permite a las mujeres afganas boxear con el pelo cubierto por un hiyab bajo la careta, en tanto el rostro sea visible. Y la ceremonia de graduación de estudiantes mujeres en el Departamento de Lengua y Literatura del año 2010 en la Universidad de Kabul, debió hacerse en un hotel y bajo seguridad estricta, por el riesgo de ataque terrorista.

Con todo, incluso las mujeres oprimidas que han caído en las garras del tradicionalismo pashtún y no han podido liberarse (fundamentalmente en las áreas rurales, predominantes en un país montañoso como Afganistán) han encontrado un escapismo creativo: la Literatura. Entre tales mujeres existe la tradición de los landays ("cortos"), poemas breves escritos tanto por hombres como por mujeres, y en los cuales, cuando se trata de mujeres, se vierten algunas vitriólicas críticas contra su condición (en secreto, por supuesto). Para muestra, un botón: "Tú con la barba blanca, ¿no tienes vergüenza? / Acaricias mi pelo y yo me río por dentro"...

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