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domingo, 30 de mayo de 2010

Una palabra blanca.


Este es otro de esos posteos a que nos hemos habituado en Siglos Curiosos, en que rastreamos las ramificaciones de una misma raíz, y su distinta evolución a lo largo de los tiempos. En este caso le toca a la palabra "albus", que en latín significa "blanco" (y que se conserva en castellano craso como "albo"). Y sí, si castellanizáramos el nombre de pila del personaje de Harry Potter, sería Blanco Dumbledore...

-- ALBA. Aunque la palabra más recurrente es "amanecer", el transformarse el negro (o azul oscuro) de la noche en el blanco (o celeste) del día ha creado esta asociación. Por cierto, aunque sea pedante, quizás no sea fuera de lugar mencionar que Homero no pensaba en el blanco respecto del amanecer, cuando escribe "la aurora de rosados dedos"...

-- ALBEDO. El albedo es el porcentaje de luz que refleja un objeto. El concepto tiene importancia en Astronomía, para determinar la cantidad de luz que refleja un cuerpo celeste. Mientras más alto el albedo, más claro se verá el cuerpo porque más luz reflejará, que será captada con mayor facilidad por el ojo o la cámara, a según. Por ejemplo, el albedo de la Tierra está en un rango entre 0,35 y 0,4. Esto quiere decir que la superficie de la Tierra refleja aproximadamente entre el 35% y el 40% de la luz que recibe desde el exterior.

-- ALBINISMO. Esta es fácil. Un albino es una persona que, por un defecto genético, tiene una piel incapaz de fabricar melanina, el pigmento que le da la coloración oscura a la misma. La asociación es bastante evidente.

-- ÁLBUM. La palabra "álbum" ha encontrado numerosas ramificaciones hoy en día, que van desde los álbumes de música hasta los libros llenos de laminitas coleccionables con los cuales las editoriales toman por asalto los bolsillos paternos vía el capricho de los niños. Y sin embargo, también hay una conexión con el blanco. En la Antigua Roma, los pretores (magistrados encargados de las labores judiciales) publicaban sus decretos para que cualquiera los pudiera leer (cualquiera que fuera alfabeto, se entiende). Y esta publicación se hacía en unas tablas que se blanqueaban para que su texto fuera más visible. La palabra fue recuperada en la temprana Modernidad, para llamar a los libros que se publicaban con las páginas en blanco (antepasados remotos de los actuales cuadernos). Y de ahí al álbum fotográfico del siglo XIX, no había demasiada distancia...

-- ALBÚMINA. La albúmina es un tipo o clase de proteínas, que son moderadamente solubles, y además son capaces de coagulación. A pesar de que las albúminas están presentes por ejemplo en el plasma sanguíneo de las personas, la conexión está en otra parte: la albúmina es también el componente individual más importante del albumen. Y ésta no es otra cosa sino la vieja y conocida clara de huevo, blanca en relación al amarillo de la yema, en particular si el huevo está cocido o frito...

Irónicamente, a pesar de haber tantas palabras castellanas que derivan del Latín que significa "blanco", la palabra misma "blanco" no viene del Latín sino de la antigua raíz germánica "blank". Aunque tanto los idiomas germánicos como los latinos con indoeuropeos, así es que todo al final queda en familia... lingüística, en este caso.

jueves, 27 de mayo de 2010

Calígula entre los dioses.

"Hasta aquí he hablado de un príncipe; ahora hablaré de un monstruo". Así de tajante es el historiador romano Suetonio para referirse a Calígula, sin lugar a dudas junto con Nerón el más famoso de los "emperadores locos". Que como decíamos a propósito de lo buena gente que era Tito, no fueron todos, ni siquiera la mayoría, pero se hicieron famosos por las mismas razones que llevan a la gente actualmente a seguir los dramones de las estrellas de reality shows, en vez de las apasionantes odiseas intelectuales de los científicos que están cambiando al mundo con sus descubrimientos. Pero volviendo a Calígula, hemos de hablar en este caso apenas de su política religiosa, que era bastante simple: YO SOY VN DIOS, VSTEDES PROSTÉRNENSE ANTE MÍ. De esto, Calígula dio buenas muestras.

Que los Césares fueran venerados como dioses, no era tan raro entre los romanos, pero por regla general se esperaba a que murieran para deificarlos. En la mentalidad grecorromana no había nada de raro en que los dioses escogieran a hombres selectos por sus hechos, y los ascendieran hasta el nivel de dioses. A esto lo llamaban "apoteosis". Hércules es quizás el ejemplo más famoso. Se dijo lo mismo de Julio César, en particular el poeta Ovidio en sus "Metamorfosis", diciendo que Julio César se había transformado en estrella (Ovidio escribió en la corte del Emperador Octavio Augusto, quién era sobrino de César, por si alguien anda buscando ulteriores motivaciones...). Pero Calígula fue el primero en no querer aburrirse esperando hasta estar muerto para ser venerado como dios.

De este modo, Calígula mandó a traer las más famosas y artísticas estatuas de dioses desde Grecia, y ordenó cercenarles la cabeza, para a continuación colocarles la suya propia. La estatua del Zeus Olímpico, la que estaba en el Templo de Olimpia, obra del excelentísimo Fidias y una de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo, se salvó sólo gracias a algunos presagios (el resto de las estatuas, no tan afortunadas, el Emperador Claudio que sucedió a Calígula, ordenó remitirlas de vuelta a Grecia). El Templo de los dioses gemelos Cástor y Pólux, por su parte, fue conectado con su palacio, y transformado en un vestíbulo del mismo. Calígula agarró la costumbre de sentarse entre los dos hermanos, y regodearse en la adoración servil que se le tributaba. Y como no puede existir un dios sin sacrificios, Calígula se hizo inmolar flamencos, pavos reales, codornices, faisanes, y cuanta ave rara pudiera pillarse. En las noches de plenilunio extendía sus brazos a la Luna llena y la invitaba a tenderse en su cama.

Pero quizás la anécdota más célebre a este respecto, es que conversaba de tú a tú con la estatua del Júpiter Capitolino (no el Olímpico que, repetimos, se había quedado en Grecia), susurrándole cosas al oído y poniendo el suyo propio en la boca de la estatua, como si ésta le susurrara a su vez. Pero no siempre las relaciones eran tan cordiales. En una ocasión, Calígula le preguntó a un tal Apeles cuál de los dos le parecía más grande, y Apeles, con muy humanas vacilaciones, demoró algunos segundos en contestar, los suficientes como para que Calígula se sintiera insultado (¡él, por debajo de Júpiter! ¡Y que cupiera dudas al respecto!) y lo mandara a azotar (dijo después que "tenía la voz agradable y hermosa en las súplicas y hasta en los gemidos"). Y la envidia degeneró en hostilidad abierta cuando, en una ocasión, Calígula le gritó imperiosamente al mismísimo Júpiter (bueno, a su estatua): "¡Prueba tu poder o teme el mío!"...

domingo, 23 de mayo de 2010

¿Omnipotente...?


¿Es Dios omnipotente? La respuesta obvia para cualquier creyente es que sí. Si Dios lo es todo, Dios es el Absoluto, Dios creó todas las cosas, ¿cómo es posible que no pueda hacerlo todo? Y sin embargo, la respuesta no es tan sencilla como eso. Porque como apuntó Homero Simpson en alguna ocasión: ¿puede Dios calentar un panecillo en el microondas tanto que ni él mismo pueda tocarlo? Piénsenlo. Si no puede calentar el panecillo hasta ese punto, no es omnipotente. Y si puede, entonces no podrá tomar el panecillo, por lo tanto habrá algo que no pueda hacer, y por lo tanto vuelta a no ser omnipotente. Formulada en términos más abstractos, la cuestión es la siguiente: ¿puede un ser omnipotente, abdicar su propia omnipotencia? Si no puede, entonces no es omnipotente. Y si puede, entonces después de abdicar su propia omnipotencia ya no es omnipotente después de haberlo sido, y omnipotencia significa ser todopoderoso en cualquier tiempo y lugar, no sólo en cierto tiempo (por ejemplo: un ser omnipotente podría desdoblarse a sí mismo y viajar en el tiempo, y con eso burlaría su propia abdicación). Se ha tratado de burlar todo lo anterior, argumentando que todo depende de cómo entendamos la omnipotencia, pero si nos atenemos al sentido etimológico del término, la respuesta es clara: ser omnipotente significa poder hacerlo TODO ("omni" significa "todo", por lo que ser omnipotente es sinónimo a ser todopoderoso, y si hay algo que se puede hacer, se podrá ser "muy poderoso", pero no "todo-poderoso").

El tema ha mosqueado a los teólogos por varias razones, aunque no tanto en abstracto, como en relación a otros problemas. Uno de ellos es el de la bondad divina. Si suponemos que Dios es bondadoso, entonces no debería ser capaz de maldad porque su propio estatus moral lo limitaría, y por lo tanto no es omnipotente. Si por el contrario lo suponemos capaz de hacer el mal, entonces no es necesariamente bondadoso. Escalofriante, si lo piensan bien. Otra cuestión relacionada es el libre albeldrío. Si el Ser Omnipotente que creó a los seres humanos los dotó de libre albeldrío, entonces estaría abdicando su propia omnipotencia para darle poder a los seres humanos sobre su propio destino, y reproducimos la paradoja del panecillo de Homero Simpson. En un universo con un ser omnipotente (llámese Dios o de cualquiera otra manera), el libre albeldrío carece de sentido. También en un universo con un ser omnipotente, carecen de sentido las leyes naturales, entendidas como regularidades y conexiones causales que estructuran la realidad, porque ese ser omnipotente podría saltarse tales leyes a capricho (haciendo milagros, por ejemplo), y por lo tanto el conocimiento científico en tanto capacidad para pronosticar el futuro y manejar la naturaleza (por ejemplo, usando las leyes naturales para fabricar tecnología, como la conexión a Internet que Ud. está usando para leer este posteo de Siglos Curiosos por ejemplo) también carecerían de sentido.

Aunque la Biblia se hace eco de estas cuestiones, no lo plantea directamente. Sin embargo, como en otras materias, el texto bíblico se traiciona a sí mismo. En varios lugares se dice que Dios lo puede hacer todo, o al menos, tal cosa no le requiere el gran esfuerzo (no citaré aquí, pero si tienen interés, consulten Génesis 18:14, Job 42:1-2, Mateo 19:26, Marcos 10:27 y Apocalipsis 19:6). Y sin embargo... hay versículos en contrario. Es llamativo el texto de Hebreos 6:13-20 (léanlo ustedes, por favor). En éste, el escritor exhorta implícitamente a creer en la Palabra de Dios, argumentando sobre la base del juramento que Dios le hizo a Abraham. Y el versículo 18 es revelador: según éste, debemos confiar en la Palabra de Dios porque Dios no puede mentir ni romper su propio juramento. Vale decir, Dios no es omnipotente porque hay algo que no puede hacer. Pero mi favorito está en el Antiguo Testamento, concretamente en Jueces 1:19, que sí lo transcribiré porque tiene chicha: "Y aunque el Señor acompañaba a los de Judá, y ellos pudieron conquistar las montañas, no pudieron echar de los llanos a los que allí vivían, porque éstos tenían carros de hierro". ¡Menudo omnipotente este Señor, que no se la puede auxiliando a sus protegidos contra unos vulgares carros de hierro, y ya no hablemos si le toca defender a los verdaderos creyentes contra una buena piña atómica! (Por si me quieren decir cualquier cosa, usé la traducción de las Sociedades Bíblicas Unidas).

El Corán reproduce en algún punto la misma paradoja. En un pasaje dice: "El dominio de los cielos y de la tierra pertenece a Dios. Dios es omnipotente" (3:189). Y en otro dice: "(...) Añade a la creación lo que Él quiere. Dios es omnipotente" (35:1). Pero en otro señala implícitamente algo que Alá no puede hacer: "Creador de los cielos y de la tierra. ¿Cómo iba a tener un hijo si no tiene compañera, si lo ha creado todo y lo sabe todo?" (6:101). Aunque, admitámoslo, descarta esta posibilidad no por imposible para Alá, sino como algo falto de lógica (la sura respectiva forma parte de una parrafada en contra de quienes sostienen que Dios tiene hijos, como los cristianos por ejemplo). Aunque puede contraargumentarse que para alguien omnipotente también sería posible saltarse las leyes de la lógica, porque un ser omnipotente lo puede todo, incluso darse el lujo de ser ilógico. De seguro que los teólogos musulmanes tienen alguna respuesta para esto, pero para no alargar todavía más este posteo, dejaremos hasta aquí el asunto (bueno, al menos hasta que aparezca algún tipo autollamado para iluminar sus almas y etcétera, como los que de cuando en cuando dejan comentarios en los posteos religiosos de Siglos Curiosos).

jueves, 20 de mayo de 2010

La Biblia y la vida después de la muerte.


¿Habla la Biblia sobre una vida después de la muerte? ¿Promete un mundo ultraterreno para nosotros los sufrientes vivos? La respuesta que todos ustedes me dirán de corrido es: ¡SÍ! Desde luego, si el propio Jesús lo prometió, ¿no? Es lo que enseñan en todas partes, que si eres creyente en la Biblia, entonces Dios te resucitará. Hay muchos versículos de la Biblia que apoyan esto. Y sin embargo... curiosamente, hay muchos otros que NIEGAN la posibilidad de resucitar de entre los muertos. Entonces... ¿a quién le hacemos caso?

De partida, observemos que los cuatro evangelistas están contestes en que hay vida después de la muerte. Según la Biblia, Jesucristo habría llevado a cabo al menos dos resurrecciones en vida. Una de ellas fue la hija de Jairo, episodio referido en Mateo 9, Marcos 5 y Lucas 7 (los detalles no solo son divergentes, sino que mezclan dos episodios: la hija de Jairo, y el hijo o sirviente del capitán, según la versión). El otro fue la famosa resurrección de Lázaro, referida en Juan 11. Se supone que estos milagros tenían como finalidad el testificar que Jesús es en realidad la vida eterna, y que con su sacrificio nos abriría la misma a todos. Hechos de los Apóstoles así lo proclama (véase Hechos 26:23). Y para que quede bien claro el mensaje, el evangelista Mateo, pasándose un poco de roscas, dice que cuando éste murió, se rasgó la cortina del templo, hubo terremoto... ¡y hubo creyentes que resucitaron, fueron a Jerusalén y se le aparecieron a la gente (después de la resurrección, claro, por si acaso)! Si no me creen, consulten Mateo 27:52-53.

Pero este mensaje de que Jesús es el Gran Resucitador, queda un poco opacado por el hecho de que... también hay resurrecciones en el Antiguo Testamento. Pocas, pero hay. Una de ellas la hace Elías, que en la Biblia es descrito como un profeta a lo macho, y que resucita al hijo de la viuda de Sarepta (Primero de Reyes 17). Eliseo, discípulo de Elías, también obró su propio milagrito de resurrección, para no ser menos que su maestro (Segundo de Reyes 4). E incluso como el Cid ganaba batallas después de muerto, Eliseo obraba milagros en lo propio, porque un muerto cuyo cuerpo fue a chocar con los huesos de Eliseo, resucitó instantáneamente (Segundo de Reyes 13:21). Si los profetas anteriores a Jesús (algunos de ellos, por lo menos) eran capaces de obrar estos milagros, entonces lo de Jesús ya no se ve tan impresionante, probablemente.

Y ahora viene lo bueno. Porque en otras partes de la Biblia se declara explícitamente que, ¡no hay vida después de la vida! Isaías 38:18 es tajante: "Porque el sepulcro no te celebrará, ni te alabará la muerte; Ni los que descienden al hoyo esperarán tu verdad". Y cuando se refiere a los enemigos de Israel castigados por Dios, Isaías 26:14 abunda: "Muertos son, no vivirán: han fallecido, no resucitarán: porque los visitaste, y destruiste, y deshiciste toda su memoria" (o sea, no resucitarán ni siquiera para recibir un castigo eterno: simplemente murieron y hasta ahí llega el asunto). En la misma línea prosigue Eclesiastés 9:5, al filosofar: "Porque los que viven saben que han de morir: mas los muertos nada saben, ni tienen más paga; porque su memoria es puesta en olvido". Y en Salmos 6:5 se es enfático al señalar que los muertos no pueden honrar a Dios: "Porque en la muerte no hay memoria de ti: ¿Quién te loará en el sepulcro?". Y en Salmos 88:5 también se apunta que Dios no se acuerda de los muertos: "Libre entre los muertos, Como los matados que yacen en el sepulcro, Que no te acuerdas más de ellos, Y que son cortados de tu mano". Y suma y sigue. Pero el fragmento más interesante, probablemente, viene del Génesis. En un capítulo tan importante para la Historia Sagrada, como lo es la Entrada del Mal en el Mundo, Dios le lanza su célebre maldición: "En el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas á la tierra; porque de ella fuiste tomado: pues polvo eres, y al polvo serás tornado" (Génesis 3:19). Debemos convenir en que Dios debe tener una personalidad un tanto voluntariosa, si consideramos que después de darle tamaña destrucción como destino a la pobre criatura de barro llamada "ser humano", permitió que Elías, Eliseo y Jesús resucitaran gente, y este último llegara incluso a prometerle la vida eterna a todos quienes creyeran en esto o aquello...

domingo, 16 de mayo de 2010

Wallace y Darwin en el problema del intelecto humano.


La Teoría de la Evolución de las Especies, tal y como la enunció Charles Darwin, sirvió para despejar una serie de misterios sobre la naturaleza y fue revolucionaria por eso. Sin embargo, precisamente por hacer saltar por los aires un montón de ideas ilógicas que antaño se daban por sentadas, abrió la compuerta a un aluvión de nuevas preguntas sobre el mundo. Es lo que tienen las revoluciones, incluso las científicas, que después de destrozarlo todo, hay que volver a construir con calma y laboriosidad. Uno de los problemas más complejos al respecto, se dieron en el viejo problema del intelecto humano. Antes de Darwin, la situación estaba clara: el intelecto era una manifestación del alma, y el alma era un don de Dios. Después de Darwin, empero, cabía la siguiente pregunta: ¿puede haber surgido el intelecto humano meramente por evolución? Charles Darwin y Alfred Russell Wallace, que por vías separadas habían los dos arribado a una Teoría de la Evolución consistente, y que estaban de acuerdo en muchas cosas, se enfrentaron aquí: mientras que Darwin, cristiano por salvar las apariencias y en el fondo agnóstico convencido, se inclinaba por una respuesta positiva (el intelecto humano es producto de la evolución), Wallace, irónicamente evolucionista a ultranza... se inclinaba por la negativa (¡el intelecto humano es creación de una potencia superior!). ¿Qué había ocurrido allí?

Lo que pasaba era un desafortunado cruce de dos ideas distintas. En primer lugar, se enfrentaban dos concepciones distintas de la evolución. Resulta irónico que se asocie a Darwin tanto con la selección natural, y en realidad sea Wallace el más fundamentalista en la materia. Para Wallace, la selección natural lo era todo, mientras que Darwin admitía la posibilidad de que existieran otros mecanismos evolutivos aparte de la selección natural (de hecho, el tiempo le dio la razón, aunque la selección natural sigue siendo probablemente el mecanismo evolutivo más importante de todos). En el fondo, había también una línea de fisura más profunda: Wallace entendía que cada adaptación tendía a producir una mejora, y el resultado era siempre, por lo tanto, una criatura "mejor". Esta idea estaba muy en consonancia con el optimismo decimonónico según el cual el mundo siempre "marchaba hacia adelante", por decirlo así, pero Darwin estaba en desacuerdo. Para Darwin, una adaptación no necesariamente implicaba una "mejora" de la criatura como un todo, sino que simplemente mejoraba sus oportunidades de reproducirse y propagar sus propios cambios (quizás esta idea repugnara profundamente a Wallace y los suyos, prisioneros del puritanismo sexual del victorianismo decimonónico).

Por otra parte, estaba el racismo decimonónico. Alfred Russell Wallace había pasado muchos años de su vida viviendo en Indonesia (desarrolló su propia Teoría de la Evolución independiente basándose en sus observaciones de la flora y fauna de Indonesia, así como Darwin hizo lo propio a bordo del Beagle y en sus observaciones posteriores en su invernadero de Inglaterra), y estaba convencido de que todos los seres humanos eran iguales. Se requería de valor para afirmar esto en una época en que muchas personas respetables opinaban que la raza europea era biológicamente superior a todas las demás, pero esto le jugó a Wallace una mala pasada. Porque Wallace observaba, eso sí, que la cultura europea era con mucho, muy superior a la de muchos nativos. Wallace señala, con la encantadora jerga racialmente condescendiente del siglo XIX: "La selección natural sólo podría haber dotado al hombre salvaje de un cerebro en mínimo grado superior al de un mono, mientras que por el contrario posee uno que es poco inferior al de un filósofo". ¿Para qué diablos querían los "salvajes" un cerebro tan grande y voluminoso como el que tenían, equiparable a los sesos de un europeo caucásico de toda la vida, si es que su cultura era tan ínfima, su horizonte de vida tan reducido, y su arte tan primitivo? La conclusión de Wallace era obvia: habían recibido cerebros grandes y capaces en previsión de que, en un futuro, aquellos nativos deberían llegar a usarlo. Pero entonces, la selección natural no tendría absolutamente nada que ver en aquello, porque ésta sólo produce adaptaciones útiles para responder a las presiones del medio ambiente, según la visión de Wallace. ¿Cómo salir de semejante callejón sin salida?

La solución de Wallace: "La inferencia que yo haría a partir de esta clase de fenómenos es que una inteligencia superior ha dirigido el desarrollo del hombre en una dirección específica y con un propósito específico". Listo: Alfred Russell Wallace había llegado a la conclusión de que Dios mismo había creado el intelecto humano, apenas disfrazada por la expresión "inteligencia superior". Y sin embargo, estaba equivocado en un punto de su razonamiento. Porque olvidaba algo que Darwin tenía muy claro: las adaptaciones no surgen para atender a una determinada función. En vez de ello, las adaptaciones surgen al azar, y las que mejor se presten para la supervivencia son las que prevalecen... sin que dicha adaptación se ajuste necesariamente como un guante a la necesidad que resuelven. Así, una adaptación que resulta útil para una determinada función, puede más adelante resultar útil para otra función diferente. El cerebro humano resultó útil para que los primitivos humanos pudieran cazar mamuts y osos cavernarios, pero no surgió exclusivamente para eso, sino que quienes desarrollaron tales cerebros quedaron en mejor posición para dicha caza, sobrevivieron... y sus descendientes descubrieron que ese mismo cerebro podía servir, además, para otras nobles funciones, tales como componer sinfonías, inventar la penicilina, o publicar posteos en Siglos Curiosos. He aquí el error elemental de Wallace, error nacido, eso sí, de su propia honestidad científica y de sostener ideas que eran valientes para su época.

jueves, 13 de mayo de 2010

¡Denos la respuesta, señor Carroll!

Cuando uno abre un libro, espera encontrar un universo ordenado y coherente. La vida de por sí suele estar frustrantemente desprovista de respuestas, y por lo tanto, tendemos a esperar que en los libros si haya alguna. Así es como los lectores suelen defraudarse si el jovencito no consigue sobrevivir a todos los peligros para casarse con la princesa, a pesar de que en la vida real una aventura de ésas difícilmente podría tener lugar (y de hecho, suelen ser más recurrentes en la ficción que en la realidad). Es indudable que los lectores de "Alicia en el País de las Maravillas" también esperaban que el universo de Alicia fuera una especie de "caos ordenado", un universo distinto al nuestro, pero en el cual, en definitiva, existieran todas las respuestas a las cuestiones planteadas dentro de ese universo. Y sin embargo...

En la escena de la merienda de los locos, quizás una de las escenas más famosas de la novela (si no la más famosa a secas), Alicia acaba sentándose a tomar el muy británico five o'clock tea con tres contertulios, uno de los cuales casi no participa porque está completamente dormido (el Lirón, de manera no demasiado sorprendente), y los otros dos están locos de remate (el Sombrerero por un lado, y la Liebre de Marzo por la otra). Y de pronto, el Sombrerero se deja caer con la siguiente adivinanza: "¿En qué se parece un cuervo a una mesa de escribir?".

¿¿¿YA ADIVINARON EN QUÉ SE PARECEN...???

¿¿¿NO...???

Pues sigan leyendo...

En un minuto Alicia decide que sabe la solución, y la anuncia. La Liebre de Marzo pregunta con sorpresa, y le espeta que la comparta. Pero Alicia le da vuelta a todo lo que sabe sobre cuervos y sobre mesas de escribir, y finalmente, cuando le preguntan por la respuesta, dice: "¿Has encontrado ya la solución a la adivinanza?". Alicia replica: "Pues no, me doy por vencida. ¿Cuál es la respuesta?". El Sombrerero (el que la había planteado en primer lugar) responde: "No tengo ni la menor idea". Y la Liebre de Marzo remata: "Ni yo".

Y eso sería todo... De no ser por el visible fastidio de los lectores. Que pronto le hicieron llegar a Carroll varias cartas preguntándole por la solución a la adivinanza. Finalmente éste, hastiado, en el prefacio a una reedición de 1896 (¡31 años después de la publicación original!), escribió: "Se me han dirigido tantas preguntas sobre si puede imaginarse alguna solución a la adivinanza del Sombrerero que he decidido dejar constancia de una que me parece bastante apropiada; a saber: 'en que ambos producen algunas notas, aunque sean muy planas; y que nunca se los coloca mirando para atrás'. Sin embargo esto no se más que algo que se me ha ocurrido luego; la adivinanza, tal y como la inventé originalmente, no tenía solución"...

domingo, 9 de mayo de 2010

Alicia y la paradojas de las seis de la tarde.

En el célebre episodio de la merienda de los locos, en "Alicia en el País de las Maravillas", Lewis Carroll aprovecha de darle rienda suelta a sus descacharrantes juegos lógicos. Debe recordarse que Carroll era matemático, y escribió una serie de tratados sobre Geometría y Lógica, y hubiera sido raro que Alicia en el País de las Maravillas no contuviera algunos juegos y paradojas lógicas. El lector de Siglos Curiosos quizás ya haya leído sobre el tema en el posteo ya publicado "Alicia y la Relatividad". Pero ahora nos abocaremos a la delirante manera en que Lewis Carroll trata el tiempo en la obra.

En el capítulo 7 de la novela, Alicia arriba a una mesa repleta de servicios de té, en la que tres personajes están tomando, precisamente, el té: el Lirón (que casi no participa, porque se la pasa durmiendo), el Sombrerero Loco, y la Liebre de Marzo (ambos locos de atar, como detallamos en "La merienda de locos de Alicia"). Después de una adivinanza completamente sin patas ni cabeza, Alicia los reprende por matar el tiempo malgastándolo en tonterías. A lo que el Sombrerero replica: "Si conocieras al Tiempo tan bien como lo conozco yo no hablarías del malgastarlo, y mucho menos de matarlo". El Sombrerero explica entonces que si te llevas bien con el Tiempo, entonces podrías hacer tu completo antojo con el reloj: puedes pedir que avance rápido por las horas de las lecciones hasta la hora de almuerzo, y si aún no tienes apetito, entonces ¡no hay problema!, simplemente lo detienes en la hora de almuerzo hasta que tengas apetito. Pero en marzo... (antes de que se volviera loca la Liebre de Marzo, ejem...).

La Reina de Corazones dio un gran concierto, y en él, al Sombrerero le toca cantar una canción. La canción resulta mal, y la Reina acaba tan fastidiada que grita: "¡Se está cargando al Tiempo! ¡Que le corten la cabeza!". Y sigue refiriendo el Sombrerero: "El Tiempo no quiere saber nada conmigo y ¡para mí son siempre las seis de la tarde!". Lo que tiene consecuencias catastróficas, porque como para el Sombrerero es siempre la hora del té, tiene una mesa entera dispuesta con vajilla, y apenas acaba de tomar el té, no tiene tiempo para lavar, así es que pasan a la siguiente vajilla limpia. Y cuando dan vuelta la mesa y ya no queda vajilla limpia...

Otra consecuencia es que el reloj de la Liebre de Marzo no marca las horas del día, sino los días del mes. Y cuando pregunta, el Sombrerero masculla malhumorado: "¡Y por qué no había de hacerlo! ¿Acaso tu reloj señala los años?". Alicia responde: "¡Claro que no! Pero eso es porque se está tanto tiempo dentro del mismo año". Y el Sombrerero, atrapado siempre en las seis de la tarde, responde: "Que es precisamente lo que le pasa al mío"...

Lewis Carroll estaba bien consciente de que, según la Física de su tiempo (inspirada en la Mecánica Newtoniana), el espacio y el tiempo eran absolutos. En la actualidad y desde los tiempos de Albert Einstein sabemos que no es así, porque tanto el espacio como el tiempo dependen del punto de vista del observador, son relativos a éste (de ahí que a la Mecánica Einsteniana se la llame "Teoría de la Relatividad"). Pero eso era para Carroll el futuro. Aún así, se las arregló brillantemente para descojonar al personal con las paradojas mostradas...

jueves, 6 de mayo de 2010

Los locos en la merienda de Alicia.


Una de las escenas más célebres de "Alicia en el País de las Maravillas", la novela de Lewis Carroll que todo el mundo ha "leído" gracias a tragarse la adaptación cinematográfica de Walt Disney (además de la "Alicia en el País de las Maravillas" de Tim Burton), es la merienda de locos que se produce con el Lirón, el Sombrerero y la Liebre de Marzo. Sintomáticamente, este capítulo fue añadido por Lewis Carroll con posterioridad al borrador de su escrito ("Las aventuras de Alicia bajo Tierra", que le regaló a Alice Liddell en la Navidad de 1861, según referimos en "La verdadera historia de Alicia"). Casi todo el peso de la reunión se lo llevan los dos segundos, porque el Lirón, por supuesto, como buen lirón, se la pasa durmiendo. En cuanto a los otros dos... Hay muy buenas razones para que ambos personajes sean justamente un Sombrerero y una Liebre de Marzo.

En la Inglaterra de Lewis Carroll, eran corrientes las frases "loco como un sombrerero", y "loco como una liebre de marzo". Lo segundo es fácilmente entendible. Marzo es la época en la cual, en el Hemisferio Norte, las liebres entran en celo. Si una liebre es inquieta en temporada normal, ya se la podrán imaginar con todas las hormonas cargadas al máximo. El espectáculo era fácilmente observable por la gente en una Inglaterra en vías de industrialización, pero ni de cerca tan urbana como hoy en día (cabe preguntarse, por cierto, si Lewis Carroll se habrá percatado del alcance sexual del dicho, en la Inglaterra puritana del siglo XIX, y en un libro dirigido a los niños, pero nadie parece haber puesto el grito en el cielo por eso).

Con el Sombrerero, en cambio, la cosa es más difícil, pero existe una relación. Apunta Martin Gardner, en una edición anotada de Alicia, que en la época de Carroll se solía tratar la felpa de los sombreros con mercurio. Huelga decir para cualquiera con conocimientos elementales de Medicina o Química, que el mercurio es un metal altamente tóxico para la salud, y de hecho, tales métodos para tratar la ropa ya no se utilizan por razones obvias. Pero en esa época, sea por ignorancia de los efectos del mercurio, sea por desidia con los temas de salubridad (¿algún lector especialista en Historia de la Química que nos apuntale en esto?), la prolongada exposición al mercurio provocaba que efectivamente los que practicaban la ocupación de sombrereros acabaran envenenados, y consecuentemente, con trastornos mentales que terminaron haciéndose proverbiales.

Con todo, cuando Tenniel dibujó los célebres dibujos de Alicia para la primera edición de 1865, parece que éste (a sugerencias de Carroll) lo hizo inspirándose en un conocido personajes del Londres decimonónico, un tal Theophilus Carter, dueño de una tienda de muebles, y conocido como el "Sombrerero Chiflado" debido a que usaba un enorme sombrero, y también por sus delirantes ideas. Era conocido entre otras cosas, porque en la Exposición Universal de 1851, Carter presentó una "cama despertador" que tenía un método infalible para despertar a su dueño: simplemente lo arrojaba al suelo...

domingo, 2 de mayo de 2010

Un Gran Príncipe ruso envenenado por los mongoles.


Durante su permanencia ante el Gran Khan de los mongoles, durante el año de 1246, Giovanni da Piano Carpini fue testigo nada menos que del asesinato de un rey ruso. En la época, los mongoles se habían construido un imperio que iba desde las planicies de Ucrania hasta las fronteras de China. Esto los llevó a enredarse en guerras con los príncipes rusos, entre los cuales causaron grandes estragos (de hecho, el dominio mongol sobre los rusos duraría sobre prácticamente todo el resto de la Edad Media, y recién en el siglo XVI se empezarían a invertir efectivamente las tornas).

La principal figura rusa fue Yaroslav II de Vladimir. Luego de que los rusos tomaran Kiev, Yaroslav fue coronado Gran Príncipe en la ciudad de Vladimir, y desde ahí intentó reconstruir el poderío ruso. Obviamente, sus pretensiones chocaban de frente con el expansionismo mongol, y nuevas campañas militares le forzaron a aceptar el vasallaje. En una de las ocasiones, el Gran Khan Kuyuk le obligó a viajar hacia el este, hacia un encuentro. Kuyuk estaba recién entronizado, y exigió el reconocimiento de todos sus vasallos, de manera que en su palacio se congregaron embajadores de todas partes. Según Piano Carpini: "se hallaban el duque ruso Yaroslav de Susdal, varios jefes de los kitais y los solangues, dos hijos del rey de Georgia, un embajador del califa de Bagdad, que era sudanés, y otros diez sudaneses más de los sarracenos". En esa mescolanza racial y cultural, el intérprete de Piano Carpini, Temer, era un soldado de Yaroslav.

Mientras estaba en territorio mongol, Yaroslav fue invitado a la tienda de Toregene, la madre del Gran Khan. El testimonio de Piano Carpini es bastante decidor: "Al gran duque lo invitó la madre del emperador, la cual le obsequió con comida y bebida, para honrarle, dada con sus propias manos. Tras regresar de inmediato a su alojamiento, el duque cayó enfermo y murió al séptimo día; todo su cuerpo mostraba un extraño color amarillento, por lo que todo el mundo creyó que le habían envenenado para apoderarse libremente de sus tierras; y lo que confirma esta sospecha es que, tras esta muerte, según dijeron los hombres de Yaroslav que ahí estaban, la madre del emperador envió urgentemente un mensajero a Rusia, para que Alejandro, hijo de Yaroslav, viniese a verla, pues deseaba entregarle las tierras de su padre; pero este hijo rechazó la invitación y no se movió de sus dominios en Rusia, por más que ella le envió varias cartas diciéndole que acudiera a recibir las tierras de su padre. Todo el mundo pensaba que si venía lo matarían o encarcelarían a perpetuidad". Este Alejandro no es otro sino el después famoso Alexander Nevski, que a pesar de defender a su patria de una invasión alemana, prefirió llevar una política conciliadora hacia los mongoles, no tratando nunca de sacudirse su vasallaje (algo que por cierto oculta la peli patriótica "Alexander Nevski", que Eisenstein rodó en 1938, para quienes la hayan visto).

¿Envenenó realmente Toregene a Yaroslav? La verdad es que resulta complicado determinarlo. Por supuesto que no hubo ni investigación ni encuesta, y el propio Piano Carpini se limita a constatar los hechos, sin juzgamiento alguno. Por otra parte, Toregene era conocida por ser una mujer intrigante y despiadada, y por lo tanto, no es tan impensable que haya decidido deshacerse de un príncipe molesto de una vez por todas. Sea como fuere, el resultado de la muerte de Yaroslav fue que el dominio mongol sobre los rusos quedó bien asentado, y la Horda de Oro mongola ya no se movería de Rusia en un buen par de siglos.

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