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domingo, 31 de agosto de 2008

La vida marítima de los bajau.


Entre los múltiples pueblos que es posible encontrar sobre la Tierra, los llamados "gitanos del mar", los bajau, que viven dispersos entre Indonesia, Malasia y Filipinas, son seguramente de los más curiosos. Nadie tiene muy en claro desde dónde salieron, y ni siquiera ellos mismos se denominan a sí mismos como tales; los bajau son en realidad varias tribus reunidas por un modo común de vida, a quienes la administración británica rotuló en su tiempo bajo la etiqueta de "bajau" en los documentos oficiales; y ni siquiera ellos mismos se reconocen como tales, porque para aprovechar las franquicias propias de las modernas nacionalidades, se llaman y consideran a sí mismos como "malayos".

Los bajau viven literalmente a bordo de sus embarcaciones. Los más pobres usan las lipias, una especie de embarcación a vela. Otros bajau recurren a unas largas canoas techadas, estabilizadas por unos palos laterales llamados batangas. A bordo de sus naves, los bajau cocinan, comen y duermen. Para no quemar la barca, el fuego deben encenderlo dentro de un recipiente de barro cocido; no sólo la barca misma, sino que también el techo y las paredes, son de madera. Su principal alimento es, por supuesto, el pescado, que ellos mismos pescan, y a veces compran una raíz llamada casava, a los habitantes de las islas que visitan.

Algunos bajaus, con el paso del tiempo, fueron instalándose en las costas, en particular sobre palafitos. Los niños bajaus muchas veces, para ir de casa a casa, usan zancos. Siguen siendo pescadores, aunque debido a la proximidad de la tierra, algunos se han hecho granjeros.

Los bajaus no han permanecido ajenos a los ciclos de la historia, por supuesto. Aunque la principal imagen de ellos es verlos como un pueblo nómade marítimo, hay reportes de bajaus que sirvieron históricamente como guardia del Sultán de Johor, una de las potencias militares que se instaló en el pasado en Malasia. En calidad de tales, tuvieron algunas intervenciones en Borneo, otra de las islas de la región.

En lo religioso son musulmanes, y practican el Shafi'i, una variante de la Sunnah (la religión musulmana mayoritaria, en oposición a la Shi'a minoritaria). Sin embargo, no han echado por la borda sus tradiciones religiosas preislámicas, y así le entregan ofrendas a Omboh Dilaut, el Dios del Mar.

miércoles, 27 de agosto de 2008

El peor hombre posible contra Afganistán.


Las civilizaciones deben manejar con sumo cuidado el ataque contra hordas bárbaras asiladas en sus reductos montañosos, selváticos o desérticos. Después de todo, si dichas hordas han conseguido sobrevivir a dichos climas, es porque se han adaptado en el duro rigor del día a día, y además combaten en su terreno, de por sí difícil para las maniobras de cualquier ejército regular. En esto debieron haber pensado los británicos cuando decidieron atacar Afganistán en 1842. No sólo no lo hicieron, sino que además de tentar una hazaña tan cretina como someter a los afganos en sus propias montañas, eligieron al peor hombre posible para librar la guerra contra Afganistán.

A mediados del siglo XIX, Inglaterra había extendido su imperio colonial por casi toda la India, pero le preocupaba el paso a la India que representaba Afganistán. Además, los rusos mostraban interés en Asia Central, y se temía que éstos intentaran en algún minuto abrirse paso por Afganistán hacia el Océano Indico. Estas razones se basaban por supuesto en la idea etnocéntrica de que los afganos eran pobres salvajes que serían fácilmente destruidos por un ejército regular cualquiera.

El hombre encargado de cumplir estas tareas era un tal William George Keith Elphinstone, descrito varias veces como un hombre absolutamente incompetente. Elphinstone había hecho carrera en las Guerras Napoleónicas (¡tres décadas antes!) y había conseguido un importante ascenso en medio de la euforia por la victoria sobre Napoleón en la Batalla de Waterloo, en la que Elphinstone comandó un regimiento. El Gobernador Auckland lo quería a él, pero el mismo Elphinstone trató de disuadirlo por todos los medios. Se sabía que el clima de Afganistán era infecto para un hombre sano, y Elphinstone, aparte de viejo (tenía casi 60 años), estaba gravemente enfermo: la gota no sólo lo tenía tullido hasta el punto de tener que ser movido en palanquín, sino que además había limitado fuertemente sus capacidades mentales. Aún así, Auckland insistió en enviar a Elphinstone.

El papel de éste se limitó a una pasividad absoluta, y a confiar en el líder local Akbar Khan, que al final le traicionaría, le tendería una celada, masacraría a la inmensa mayoría de su ejército (sólo un puñado de sobrevivientes consiguió regresar a la India), y le mandó a prisión, en donde el desgraciado Elphinstone terminó muriendo de disentería, algunos meses después. Cierto es que la invasión británica contra Afganistán era como mínimo una operación arriesgada, pero confiársela a alguien como Elphinstone, en vez de a alguien más joven, gallardo y en buena condición física, era demencial. Y así se perdió la guerra para los británicos.

domingo, 24 de agosto de 2008

El verdadero nombre de Mahatma Gandhi.


"Mahatma" no es el verdadero nombre de Gandhi. Es un sobrenombre, y significa literalmente "Alma Grande". "Maha" es "grande" en sánscrito, como por ejemplo en "maharajá" ("Gran Rajá" o "Gran Rey"), mientras que "Atmán" es "alma". El sobrenombre le viene, huelga decirlo, de su postura pacifista frente a la resolución de los problemas políticos.

A pesar de ser uno de los más prominentes personajes históricos de la India, resulta curioso observar que en la carrera de Mahatma Gandhi influyó poderosamente su formación académica occidental. En efecto, al verlo sentado frente a una rueca tradicional de la India, cuesta pensar que su verdadera profesión era la de abogado, y estudió para ella nada menos que en Londres, allí donde su familia, que era de la casta de los comerciantes, le envió. En Londres no sólo recibió estudios jurídicos, sino que además se compenetró con la filosofía de ilustres pacifistas como Henry Thoreau y León Tolstoi, a quienes no conoció en persona, pero cuyos escritos leyó con avidez. Fue apoyado fielmente por su esposa Kasturba, con quien contrajo un matrimonio arreglado a la edad de 13 años (ambos habían nacido en 1869). Gandhi tampoco desarrolló su práctica en la desobediencia civil en la India misma, sino en Sudáfrica, en donde defendió los derechos de la población indostánica en dicha por entonces colonia británica.

Y volviendo al nombre de Gandhi. Su verdadero nombre era Mohandas Karamchand Gandhi. Como mencionamos, el apelativo de Mahatma se lo ganó después, en el curso de sus luchas civiles.

Y ya que estamos en el nombre y apellido de Gandhi: varios personajes con dicho apellido se han destacado en la política contemporánea de la India. La más destacada es Indira Gandhi, quien obtuvo el apellido no por nacimiento, sino por casarse con un tal Feroze Gandhi. El hijo de Indira, Rajiv Gandhi, y más tarde la esposa de este último, Sonia Gandhi, también se han destacado. Pero ninguno de los anteriormente mencionados, tiene ningún parentesco con Mahatma Gandhi, y que se apelliden igual es mera coincidencia.

jueves, 21 de agosto de 2008

Los Reyes Esclavos y el Califa espectral.

La historia medieval del Islam y de la India están íntimamente ligadas, en particular desde que el caudillo musulmán Mahmud de Gazna cruzó el Hindu Kush desde Asia Central y se creó un efímero imperio en dichas regiones, hacia el año 1000. Los musulmanes habían ingresado a la India desde a lo menos dos o tres siglos antes, pero era la primera vez que el Islam jugaba un papel político relevante en la península. Aún así, la mayor potencia musulmana de la India estaba por venir. A comienzos del siglo XIII surgió el Sultanato de Delhi, gobernado por una casta muy particular de sultanes: los llamados Reyes Esclavos.

La India había caído, a finales del siglo XII, en el caos político más absoluto. En medio de este vacío de poder, una serie de hordas invasoras persas, afganas y turcas se dejaron caer desde el noroeste (la ruta tradicional de invasión a la India, desde los arios en el siglo XVI a.C. y Alejandro Magno en el siglo IV a.C. hasta Babur en el XVI d.C.). Como era de esperarse, tratándose de meznadas dirigidas por líderes ambiciosos, éstos entraron en guerra civil, sin que ninguno pudiera estabilizarse en el poder. Muchos de éstos líderes guerreros musulmanes eran antiguos esclavos elevados hasta lo más alto del generalato o el Sultanato, algo que era natural para los musulmanes, pero que seguramente hería en lo profundo el sentimiento de casta de los hindúes. De ahí que pasaran a la historia como los "Reyes Esclavos".

Hacia 1210, por los expedientes habituales de la traición y la fuerza, el Sultán Iltutmish llegó a ser el líder supremo. Este tuvo el buen tino de buscarse una fuente de legitimidad ajena, y para ello se volvió hacia Bagdad. En 1229 consiguió que el Califa de Bagdad, a la sazón completamente inoperante en lo político, prisionero y secuestrado como lo estaba en manos de su guardia personal turca, pero con mucho prestigio en el exterior (lo bastante lejos como para que no pudieran verle lo debilitado que estaba como símbolo de la unidad de los musulmanes), reconociera oficialmente sus credenciales. Iltutmish no perdió tiempo en convocar a una vasta asamblea en Delhi, y dio solemne lectura al diploma de investidura, que desde entonces lo legitimaba como monarca, quizás no ante todos, pero sí ante la gran fracción de musulmanes que se contaban entre sus súbditos. Luego dio paso a dos gestos simbólicos trascendentales: la jutba (oración) en la Mezquita de Delhi pasó a rezarse en nombre del Califa, y se acuñaron monedas con el rostro de Mustansir, el Califa de Bagdad.

Esto creó una situación bastante paradójica, porque en el Sultanato de Delhi había pasado a ser costumbre política que el mando no se transmitía por herencia, como en otras dinastías, sino de esclavo a esclavo. Por ende, el único factor de legitimidad al cual podían aferrarse los Sultanes sucesivos, era el reconocimiento que se hiciera de su sumisión al lejanísimo Califa de Bagdad, como comendador de todos los creyentes musulmanes. Lo que originó una crisis de proporciones, cuando en 1258 los mongoles tomaron, saquearon y arrasaron Bagdad, el último Califa murió, y el Califato simplemente desapareció. Los posteriores Sultanes de Delhi, entrampados en su propia estructura de legitimidad política, se vieron obligados entonces a seguir acuñando monedas y a seguir recitando la jutba en nombre del Califa Mustasim, el último Califa de Bagdad, como si éste no hubiera sido asesinado por los mongoles, simplemente porque de no hacerlo así, se acababa la legitimidad de su propio poder. Esta situación macabra y fantasmal en la que los Reyes Esclavos seguían reconociendo oficialmente a un Califato que ya no existía, se prolongó más de treinta años, hasta que Aladino Muhammad Shah I (1295-1315) recurrió al expediente de renunciar a la acuñación de monedas con el rostro del Califa, y tomar el título de Yamin-al-Jilafat Nasir Amiril-Muminim ("La mano derecha del Califato, el sostenedor del jefe de los fieles"), aunque en realidad el Sultanato nunca había sostenido al Califato, y menos ahora que el Califato llevaba casi cuatro décadas extinguido. Pero esto bastó para tranquilizar las conciencias culpables de los musulmanes, y los Sultanes de Delhi pudieron seguir gobernando de manera más o menos tranquila en lo sucesivo. Esto, hasta que una invasión mongola terminó en la conquista de Delhi, en 1526.

domingo, 17 de agosto de 2008

El Califa convertido en máquina de aprobar.


Hacia inicios del siglo IX, el Califa de Bagdad era con toda probabilidad el más importante de todos los monarcas de la Tierra. Su poder era mayor que el Emperador bizantino de Constantinopla, siempre en guerra civil contra sus propios súbditos caídos en la herejía, que el Emperador de Occidente (apenas falleció Carlomagno en 814, su Imperio Carolingio entró en guerra civil), que el Emperador del Imperio Tang (que entraría en una devastadora crisis a mitad de centuria) o que el Mikado del Japón. Por eso, la historia de su largo declive hasta la supresión (temporal, eso sí) del título califal en 1258 tiene algo de penoso. Pero más asombroso aún es que los gobernadores que iban minando el dominio del Califa... ¡No sólo pretendían gobernar en su nombre, sino que se peleaban por obtener reconocimiento de éste!

El Califato nació en 632, cuando murió el profeta Mahoma y se planteó la cuestión de quien preservaría su legado. Los Califas Omeyas (661-750) crearon un gran imperio que iba desde la India hasta el Mar Mediterráneo, y los Califas Abasidas (750-1258) lo consolidaron. El Califato era así la expresión máxima de la unidad de todos los musulmanes, más aún que el Papado para los cristianos, toda vez que el dominio del Califa se entendía indistintamente tanto civil como político. Por eso, cuando falleció el gran Califa Harún al-Raschid (786-809) y el poder efectivo de los califas se vio minado por sucesivas guerras civiles posteriores a su muerte, la reputación del Califa permaneció intacta. En la práctica, empero, el Califa vivía recluido en su palacio, se lo había sacado de la vista pública, y su primer ministro, el visir, hablaba por él. Se dio entonces que el visir empezó a hablar más inclinado hacia los intereses de la guardia turca de los Califas, que de los Califas mismos, con lo que éste, aunque formalmente seguía siendo el amo absoluto del Islam, en la práctica era prisionero de su propio cuerpo de guardaespaldas.

Pero como conservar esta pantomima era necesario para que el pueblo ignorante atribuyera legitimidad a los líderes que intentaban independizarse de Bagdad, éstos tomaron la costumbre de pedir reconocimiento oficial al Califa de Bagdad. Esto siguió incluso aunque la crisis política llevó a la creación de dos califatos paralelos al "oficial", el Califato Fatimida de Egipto (910-1171) y el Califato de Córdoba (929-1031).

Así, el conquistador turco Mahmud de Gazna, que manu militari entre 998 y 1030 se creó un gran imperio en la India, pidió reconocimiento del Califa Al-Qadir (991-1031), y lo obtuvo. En 1055, los turcos selyúcidas se tomaron Bagdad con el permiso oficial del Califa de Bagdad, con el pretexto oficial de liberar a los abasidas del dominio de los buyíes, sólo para transformarse ellos mismos en los nuevos carceleros del Califato. Yusuf, el señor de la guerra almorávide que controlaba toda la mitad occidental del Desierto del Sahara, consiguió hacia 1086 que Bagdad reconociera su dominio. Un siglo después, en 1175, el conquistador kurdo Saladino y su ejército de turcos, que habían conseguido destruir el poderío de los Fatimitas en El Cairo y se había entronizado él mismo sobre ellos, se volvió humildemente hacia Bagdad y pidió reconocimiento para sus pretensiones (por más señas, este Saladino después será el guerrero musulmán contra el que lidiará la Tercera Cruzada, retratada en la película "Cruzada" del 2005). El Califa, orgulloso de que Saladino reconociera al "verdadero Califato" y no a los herejes fatimitas, se apuró a concederle su bendición.

De esta fantasmal manera, a pesar de que el Califa ya no tenía poder efectivo alguno, seguía cumpliendo una importante función social: legitimaba a los soldados de fortuna que se labraban imperios, asegurando así la tranquilidad de conciencia de los musulmanes. El Califato de Bagdad desapareció en 1258, cuando los mongoles arrasaron con el dominio de los turcos selyúcidas, y no se molestaron en tomar para sí las insignias califales. Los reyes mamelucos que gobernaban desde El Cairo se apresuraron entonces a crear su propio Califato (en 1261, tres años después del saqueo mongol de Bagdad), y alegaron que era el mismo Califato "oficial" de Bagdad, que ahora continuaba en tierras egipcias... Esta impostura destinada a asegurar la supremacía del gobierno mameluco duró hasta que los mismos mamelucos fueron abatidos por los otomanos en 1517, pasando el título "oficial" de Califa ahora a los Sultanes Otomanos, quienes por diversas circunstancias políticas recién vinieron a darle valor en el siglo XVIII. En tierras otomanas persistió hasta que el Imperio Otomano fue abolido, y sus territorios remanentes fueron reconvertidos en la República de Turquía. Una larga vida espectral para los califas, si se consideran que su poder efectivo no valía casi de nada, durante el más de un milenio que se extendió entre 809 y 1923...

jueves, 14 de agosto de 2008

Especialización de las universidades medievales.


Las primeras surgieron en el siglo XII. Hubo luego una explosión de ellas en el siglo XIII, y esta tendencia alcanzó su apogeo en el siglo XIV. Las universidades marcaron a fuego la vida intelectual de la segunda mitad de la Edad Media, y muchas de ellas siguen teniendo nombradía hasta el día de hoy: Oxford, Cambridge, La Sorbona, Salamanca... A la distancia diera la impresión de que todas ellas eran parecidas, con orondos sacerdotes dictando cátedra desde púlpitos en donde afligidos alumnos armados con plumas de ganso escribían lo mismo siempre y en todas partes. Después de todo, no existía la profusión de carreras universitarias de hoy en día, ya que sólo se estudiaba Derecho, Filosofía, Teología y Medicina. Además, los viajes por Europa no eran cosa sencilla, por lo que parecería que la competencia entre universidades debería ser mínima. Pero las implacables leyes de la Economía valían incluso en aquellos tiempos precapitalistas, y así, las universidades europeas medievales debieron recurrir a la especialización para diferenciarse unas de otras y prosperar en el competitivo mercado de los estudiantes universitarios.

La Universidad de París era considerada como la más importante de Occidente porque ésta era el centro de novedades de las disciplinas más elevadas que existían, entendiendo por "elevadas" en un concepto medieval, claro está. París era la campeona indiscutible de la Filosofía y la Teología, disciplinas que pretenden cubrir visiones totalizantes de la naturaleza, y que por tanto tenían enorme prestigio en la época de las catedrales. La Universidad de París era entonces literalmente donde se ordenaba el mundo del pensamiento medieval, la más acabada representación de la "universitas litteratum", la universalidad de las ciencias y el conocimiento. En París tuvo lugar por ejemplo la célebre pugna ideológica entre Bernardo de Claraval y Pedro Abelardo (siglo XII), sobre el problema de los Universales, y a París tuvo que ir a estudiar Tomás de Aquino, el más grande teólogo medieval, bajo las órdenes de Alberto Magno, el más importante teólogo de la generación inmediatamente anterior.

La Universidad de Bolonia era, por su parte, la campeona absoluta en materia de Derecho. En dicha ciudad de Italia Central, sometida en su tiempo al poder bizantino, se habían conservado copias del "Corpus Iuris Civilis", la mayestática colección jurídica recopilada por orden del Emperador bizantino Justiniano. A finales del siglo XI, el monje Irnerio redescubrió dicho legado jurídico en Bolonia, y lo puso de moda otra vez en Europa. Como consecuencia lógica, la Universidad de Bolonia se transformó en la principal sede de estudios jurídicos europeos hasta por lo menos el siglo XVI.

Y si de Medicina se trataba, a la cabeza estaba la Escuela de Medicina de Salerno. Ubicada en el sur de Italia, en la ciudad de Salerno confluyeron los manuscritos médicos recopilados por los sacerdotes, así como las tradiciones médicas de árabes y judíos (el Mediterráneo Occidental en la época era una vasta zona comercial en donde circulaban más o menos libremente ideas de todo tipo), mucho más empíricas y tolerantes que el pesado y a menudo abstruso dogmatismo de la enseñanza en la Europa cristiana. Los salernitanos tenían fama de ser médicos prácticos, y su escuela de Medicina marcó pauta hasta el siglo XIV (aún así, fue cerrada recién en el siglo XIX). Esta Escuela de Medicina no era una Universidad propiamente tal, en el sentido moderno del término (en el mejor de los casos se correspondería con la idea actual de "facultad"), pero aún así se la considera con justicia como una de las primeras universidades propiamente tales que surgió en la Edad Media de Occidente.

domingo, 10 de agosto de 2008

El filósofo escocés nacido en Irlanda.

¿Se puede ser escocés si no se nace en Escocia...? Sentimientos nacionalistas de inmigrante aparte, la verdad es que sí, al menos en un caso, y éste es el de Juan Escoto Erígena, teólogo del siglo IX. Porque éste, a pesar de su origen ("escoto" significa más o menos "el escocés", porque Escocia le debe su nombre al pueblo de los escotos, que lo colonizó hacia el siglo VI), su apodo lo delata como nativo no de Escocia, sino de Irlanda, ya que "genos" en griego significa "nacido", y "Erín" es el nombre que recibía la isla ("Irlanda" viene del inglés "Eire Land", que significa "Tierra de Erín", precisamente). O sea, Juan Escoto Erígena era Juan el escocés, pero un escocés nacido en Irlanda. ¿Cómo es esto posible?

La verdad es que, durante la temprana Edad Media, la historia de Escocia y de Irlanda estaba más vinculada de lo que podría parecer a primera vista. Las Islas Británicas estaban pobladas por tribus celtas en la época de la conquista romana, pero éstos sólo conquistaron Inglaterra, es decir, la región sur de la isla de Gran Bretaña (a veces se identifica a Inglaterra con la totalidad de Gran Bretaña, lo que es incorrecto). Es decir que Escocia, la región norte, e Irlanda, la isla occidental a Gran Bretaña, jamás cayeron en manos romanas. Debido tanto a su cultura común como a la resistencia contra el invasor romano, hubo buenas relaciones entre ambos territorios. En el siglo VI, la región norte fue invadida por la tribu de los escotos, y éstos dieron nombre a Escocia, pero por ser celtas, siguieron tan fieles a los celtas de Irlanda como siempre. De manera que, desde la Europa Continental, se les dio el nombre de escotos tanto a los escoceses mismos como a los irlandeses.

Las invasiones vikingas cambiaron esto. Los montañeses de Escocia, frente a la presión, se unieron, y en el año 844 crearon un reino unificado (bueno, más o menos, pendencieros como eran los highlanders, en realidad), bajo la dirección de Kenneth MacAlpin, señor de los escotos, que fue aceptado también por los pictos, otra tribu de Escocia, convirtiéndose así en Kenneth I de Escocia y fundando la monarquía escocesa. Irlanda, por su parte, tuvo menos suerte, y los vikingos no sólo la arrasaron, sino que fundaron un puesto de avanzada (la futura ciudad de Dublín), desde la cual dominaron la isla durante casi un par de siglos. Con lo que las tradiciones culturales escocesa e irlandesa divergieron, y cada territorio asumió su propia identidad, si bien con raíces culturales célticas comunes.

Y una nota final. Juan Escoto Erígena, a pesar de venir desde las Islas Británicas, floreció en la corte de Carlos el Calvo, Rey de Francia. Esto no es casualidad. En la época, los más importantes pensadores procedían de Irlanda (en realidad, antes de que la población irlandesa fuera diezmada por los vikingos y su cultura aniquilada). De ahí que un escocés nacido en Irlanda, encontrara finalmente su campo de trabajo en Francia...

jueves, 7 de agosto de 2008

De cómo los japoneses se inventaron un pasado a medida.


Los orígenes de Japón son algo nebuloso hasta el día de hoy, pero las investigaciones arqueológicas y algunas crónicas de la época, tanto chinas como japonesas, han permitido desentrañar en parte el misterio de su origen. Lo más probable es que los japoneses llegaran a la civilización un poco de refilón, después de la caída del Imperio Han en China, gracias a la esforzada labor de una horda de misioneros budistas que se lanzaron a evangelizar (o "budizar", mejor dicho) el país. Hacia el siglo VII aparecen así los primeros rastros de una corona imperial japonesa, el Mikado, a partir del Yamato, un reino japonés que consiguió imponerse a sus vecinos y unificar el territorio (la parte meridional, por lo menos, porque en el norte, los bárbaros ainos siguieron en activo); parece ser que el Mikado imitó, tanto en el ceremonial como en lo que podríamos llamar "espíritu constitucional", a la corte del Imperio Tang que emergía en China.

Pero para el orgullo y arrogancia de una corte única, debió parecer este origen semibárbaro como muy poca cosa, así es que se dieron activamente a la tarea de reconstruir su propio pasado nacional. Especial empeño mostró en esto el Mikado Temmu, quien gobernó al Yamato entre 672 y 686, y que intervino activamente en cuestiones religiosas, utilizando a la fe como una palanca para asegurar el poder imperial. Uno de los golpes maestros de Temmu fue encargar la redacción del "Koji Ki", cuyo significado literal es "Crónica de las cosas antiguas". La versión definitiva del Koji Ki, que ha llegado hasta nosotros, data del año 712, y es una frondosa historia que, al igual que la Biblia como crónica de la monarquía hebrea, se remonta nada menos que al comienzo del mundo. Describe el Koji Ki una serie de aventuras de los dioses creadores, dándole especial protagonismo y relevancia a Amaterasu, la diosa del Sol, a la que se elevó a la categoría de antepasada del Mikado. Esta falsificación fue tan hábil, que consiguió engarzar los hechos legendarios de la primera parte con un final extraído de distintas crónicas históricas, puesto que acaba con la muerte de la Mikado Suiko en 628, personaje que efectivamente existió en la realidad. De este modo, el Koji Ki contribuyó a crear un aura de legitimidad alrededor del Yamato, enmascarando sus orígenes humildes y confiriéndole estatus divino. Tan efectiva fue esta receta, que debieron pasar doce siglos, hasta el Emperador Hirohito en 1945, para que el Mikado reconociera carecer de origen divino.

Hay una obra ligeramente posterior, el "Nihonshoki", que reelabora los acontecimientos del "Koji Ki" filtrando un poco más los mitos y proponiendo por tanto un enfoque algo más científico, aunque se vicia por su pretensión de ser una historia alternativa a la real, en la que Japón antecede históricamente a China (como hemos visto, fue justamente al revés, algo que golpeaba el orgullo de la corte nipona). Ambas obras, el "Koji Ki" y el "Nihonshoki", y en particular la primera, fueron consideradas antes de la Segunda Guerra Mundial con un valor religioso sagrado, casi a la manera de los cristianos que leen la Biblia literalmente, y proporcionaron la base intelectual para el nacionalismo japonés de preguerra.

domingo, 3 de agosto de 2008

La Visión Capitolina de Edward Gibbon.


Edward Gibbon es probablemente uno de los más importantes historiadores de todos los tiempos. Su obra cumbre, la "Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano" ("The History of the Decline and Fall of the Roman Empire") es un clásico histórico prácticamente imperecedero. Por supuesto que algunas de sus conclusiones son discutibles (de hecho, se han discutido), en particular su ataque contra el Cristianismo, feroz más allá de toda medida, pero no queda lugar a dudas que es una obra enormemente sólida y lúcida. El origen de esta enorme obra, que fue publicada en seis volúmenes entre 1776 y 1788, es una anécdota de celebridad entre los eruditos: la Visión Capitolina.

Gibbon nació en 1737, y casi alcanzando la veintena, se transformó en un lector voraz de Historia. En 1761 publicó su opera prima, el "Essai sur l'Étude de la Littérature", que le ganó reputación en los círculos intelectuales parisinos, por ese entonces el más importante del mundo occidental. Al año siguiente emprendió el Grand Tour, que estaba muy de moda en los círculos intelectuales de la época, y consistía básicamente en viajar a Italia a visitar las ruinas neoclásicas y empaparse del espíritu grecorromano. Es comprensible entonces que Gibbon estuviera tan excitado al llegar a Roma, que milenio y medio antes había sido nada menos que la capital del Imperio Romano, entidad política de enorme prestigio en el mundo ilustrado dieciochesco.

El evento decisivo que lo llevó a componer su opus magna, la mencionada "Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano", Gibbon la describe así en una carta (la traducción es personal, del inglés): "Estaba en Roma el 15 de Octubre de 1764, y estaba sentado meditando en medio de las ruinas del Capitolio, mientras los frailes descalzos estaban cantando las vísperas en el templo de Júpiter, que la idea de escribir la decadencia y caída de la Ciudad primero empezó en mi mente". Para la mentalidad ilustrada y anticlerical de Gibbon, la idea de esos monjes descalzos vivos pisando las ruinas de un muerto mundo romano era simplemente insoportable. Y escribió su obra para describir como esos sucios monjes se habían incubado dentro del Imperio Romano, hasta carcomerlo por completo.

Dentro de la visión histórica de Gibbon, el Imperio Romano era la creación más noble y majestuosa del género humano (el primer episodio es una loa mayestática del Imperio Romano a finales del tiempo de la Dinastía de los Antoninos, en 180). Y luego sus virtudes cívicas y su temple habían sido carcomidos por los bárbaros desde el exterior, y por los cristianos desde el interior. Su gran conclusión es una frase épica famosa hasta el día de hoy: "he descrito el triunfo de la barbarie y la religión". Esta visión profundamente anticristiana le significó a Gibbon la censura y una enorme cantidad de críticas en su tiempo, pero le granjeó fama inmediata por ir muy en sintonía con el espíritu profundamente secularista de la Ilustración (la primera parte se publicó en el año de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, y la segunda un año antes de la Revolución Francesa). El papel del Cristianismo en la caída del Imperio Romano es tema discutido hasta el día de hoy, claro está, pero nadie duda que la Visión Capitolina es uno de los episodios más significativo en la Historia de quienes estudian la Historia.

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