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jueves, 29 de mayo de 2008

Un poco de autocracia a la bizantina.

Los Emperadores bizantinos, autócratas que gobernaban nada menos que en el nombre de Cristo, a veces llegaban a los máximos caprichos y exacciones. Los insultos más simples podían costarle caro a los ofensores, incluso aquellos lanzados sin conciencia. Le sucedió a una criada que, en un acto perfectamente estúpido, escupió inadvertidamente por la ventana. Cayó sin querer sobre el ataúd de la Emperatriz Eudoxia (no sobre la Emperatriz misma, repito, sino sobre su ataúd, en su cortejo fúnebre), y la infeliz sirvienta acabó condenada a muerte.

En vida del Emperador, las cosas podían ser peores. El Emperador Miguel VI Estratiota (1056-1057), por ejemplo, que había alcanzado una provecta ancianidad, decidió un día que estaba aburrido de los peinados de su tiempo, así es que ordenó que todo el mundo se cortara el pelo como en su lejana juventud. Teófilo (829-842), por su parte, siendo calvo, no soportaba el pelo de los demás, y ordenó a todo el mundo raparse. León VI (866-912), por su parte, tenía una digestión endeble, de manera que al no poder disfrutar él de la sangre de los animales, prohibió que nadie la consumiera.

Pero el pueblo se vengaba cumplidamente, no de manera directa por supuesto, pero sí por medio del remoquete y la sátira más despiadada. Se decía que la pasión urbanística de Miguel Estratiota (el mismo de los cortes de pelo) se debía a que trataba de encontrar una taba (un hueso del pie de la cabra utilizado para apostar como hoy en día al "cara y sello") que había perdido siendo niño. Alejo I Comneno (1081-1118) era representado en las tabernas como un tullido que se arrastraba y gemía de placer bajo los masajes de una marimacho, puesto que, en efecto, tenía gota y era bien dócil a su esposa, Irene Ducaena, que le aplicaba masajes durante sus campañas militares (nótese que este Alejo I debió combatir dos formidables amenazas, la invasión de los normandos a Grecia en 1081-1085 y la presencia militar de los caballeros cruzados en la propia Constantinopla, en 1099). La Emperatriz Zoe, virgen a los 65 años, era representada en medio de dolores de parto (fue brevemente Emperatriz por sí en 1042, pero lo había sido también a través de varios maridos que lo eran sólo de nombre). Teodora, la esposa de Justiniano, había sido la hija de un domador de osos y se había dedicado en su juventud a la venta de servicios femeninos poco honorables, y en el bajo pueblo circulaban incontables corridos burlándose de Justiniano por esto.

Por lo general, y a pesar de todo su poder, los Emperadores no eran tan estúpidos para no permitir este inocente desahogo a la multitud descontenta. Por lo que se veía en Constantinopla el curioso espectáculo de que estas sátiras contra el poder más absoluto que conociera la temprana Edad Media, se daban incluso en el mismísimo pórtico real, sin que nadie se escandalizara en demasía. Era una autocracia bastante estrambótica, claro está, pero si le funcionó a un Imperio que, bien o mal, pudo sostenerse con altibajos unos mil años...

domingo, 25 de mayo de 2008

Hacia el Imperio Azteca.

Es bastante conocida la leyenda sobre el origen de los aztecas, o mejor dicho de los tenochas, como se denominaba este pueblo a sí mismo ("azteca" es la denominación española, y aparentemente significa "hombre del país de Aztlán"). Según reza la leyenda, los aztecas abandonaron la mítica tierra de Aztlán, guiados por su dios Huitzilopochtli. La orden de Huitzilopochtli era que los aztecas deberían detener su peregrinación cuando vieran la famosa señal: un águila devorando una serpiente, arriba de un nopal. Este emblema forma hoy en día incluso parte de la bandera de la República de México.

Sin embargo, la verdadera historia parece haber sido menos romántica y más sórdida. Por de pronto, la localización de Aztlán no ha podido ser determinada: para algunos habría estado en el norte del Valle de México, y para otros en una región tan alejada como podría ser el sur de Estados Unidos (quizás la actual California, Nevada o Nuevo México). Incluso hay quienes sostienen que Aztlán realmente no habría existido nunca, y que sería una especie de lugar legendario como la Atlántida o el Jardín del Edén, en otras tradiciones míticas. Sí parece cierto que, a mediados del siglo XIII, los aztecas estaban ya instalados en el Valle de México, y a partir de ahí puede rastrearse su historia, confusamente, a través de algunas crónicas que han conseguido sobrevivir al paso del tiempo (por no hablar de los estragos culturales provocados por los conquistadores españoles).

Lo de "instalados" es relativo, porque en la época, el entero Valle de México era regida por numerosas ciudades independientes. Los aztecas consiguieron hacerse un lugar en Chapultepec, una colina al oeste del Lago Texcoco, en fecha cercana a 1248. Sin embargo, la tribu de los tepanecas, que regía la ciudad de Azcapotzalco, emprendió la guerra contra los aztecas y los desalojó. Cocoxtli, rey de Cuhualcán, les permitió entonces instalarse en unos bancos de arena a orillas del Lago Texcoco. Los aztecas empezaron a asimilarse lentamente a la cultura de Cuhualcán, adoptando en esta fecha el legado cultural que procedía incluso desde épocas tan lejanas como Teotihuacán (ciudad que vivió su gran esplendor entre 250 y 750 después de Cristo, aproximadamente).

En 1323, los aztecas se dirigieron a Achicometl, nuevo rey de Cuhualcán, para pedirle su hija y consagrarla como sacerdotisa. Lo que Achicometl no sabía, es la bárbara manera en que pensaba hacer esto. Los aztecas llevaron a cabo su ritual, y en la cena subsiguiente, en la que apareció Achicometl, el sumo sacerdote azteca apareció vistiendo un traje confeccionado con la piel desollada de la infortunada hija. Por supuesto que, escandalizados y horrorizados, los habitantes de Cuhualcán expulsaron a los salvajes aztecas. A éstos no les quedó más remedio que instalarse en las islas pantanosas del Lago Texcoco, y allí construyeron su propia ciudad, Tenochtitlán.

En 1376, los aztecas consiguieron jugar una complicada carta política. Usando las costumbres aprendidas en Cuhualcán, eligieron a su propio rey en Tenochtitlán. Para que dicho acto no fuera visto como una agresión, acordaron entonces una alianza con Tezozomoc, el poderoso rey de Azcapotzalco (la misma ciudad que un siglo antes los había barrido de Chapultepec), y se hicieron tributarios de dicha ciudad. De esta manera, como tributarios, vasallos y mercenarios al servicio de Azcapotzalco, los aztecas consiguieron acumular suficiente poder; cuando Tezozomoc finalmente falleció y fue reemplazado por su belicoso e ineficiente hijo Maxtla, los aztecas se sublevaron, sometieron a Azcapotzalco, y en alianza con otras dos ciudades (Texcoco y Tlacopán), fundaron finalmente el Imperio Azteca.

¿De dónde surgió entonces la tan bella como falsa leyenda del águila devorando a la serpiente arriba del nopal? Probablemente el responsable sea Tlacaelel, sumo sacerdote de los aztecas entre 1418 y 1487, quien creó la religión nacionalista de los aztecas con motivos puramente políticos. Y como en Siglos Curiosos ya nos hemos referido a él, a ese posteo nos remitimos en lo que a Tlacaelel se refiere.

jueves, 22 de mayo de 2008

La estructura política del Imperio Azteca.

Cuando hablamos de "imperio", nos referimos generalmente a un buen puñado de naciones reunidas férreamente bajo un mismo trono, con un mismo ejército, y con una organización más o menos centralizada, o que pretende serlo al menos. Este modelo de imperio está basado, claro está, en el caso del Imperio Romano, con seguridad el más famoso de todos los imperios (además de ser el que le dio nombre de imperio a todos los demás). Por eso, la estructura interna del mal llamado "Imperio Azteca" es, cuando menos, curiosa.

De entrada, el Imperio Azteca era cualquier cosa, menos centralizado. Esto se entiende mejor si se considera que los aztecas no eran sino una tribu más de las varias chichimecas que pasaron desde algún punto en los actuales Estados Unidos, hasta el Valle de México. Las tribus chichimecas nunca abandonaron del todo su vieja organización tribal, hasta el punto que las políticas públicas se confundían con el patrimonio y los asuntos privados de la familia real; la monarquía era, por cierto, electiva, rasgo éste reminiscente de organizaciones tribales en las que el líder no sólo debe tener derecho al trono, sino imponerse en él.

Durante mucho tiempo, las tribus aztecas vivieron sometidas al poder de la tribu de los tepanecas, que se habían hecho fuertes en Azcapotzalco, y para quienes trabajaron durante mucho tiempo como mercenarios. Sin embargo, cuando consiguieron rebelarse y doblegar a Azcapotzalco en 1428, fueron tres ciudades las que tomaron el control: Tenochtitlán, Texcoco y Tlacopán. Esta es la génesis de la llamada Triple Alianza. Porque en verdad el Imperio Azteca no era un imperio, sino una confederación. Y el control que Tenochtitlán, la gran capital azteca, ejercía sobre otros territorios, no era administrativo ni militar: en muchos casos, después de conquistar las ciudades, en vez de someterlas a gobierno directo reinstalaban a los reyes que ellos mismos derrocaban, a cambio de que éstos en adelante fueran sumisos y pagaran un tributo anual a Tenochtitlán. Y ésa es toda la magnífica organización imperial azteca.

A lo largo del tiempo, Tenochtitlán fue prosperando sobre sus dos congéneres. En 1502 se produjo un cambio radical, cuando en vez de elegirse como tatloani a un jefe militar, fue elegido un sacerdote: Moctezuma II. ¿Habría devenido este proceso en una reorganización administrativa? ¿Habría llegado con él, el Imperio Azteca, a ser de verdad una organización imperial centralizada como las de toda la vida? Eso jamás lo sabremos. En 1519, Moctezuma II recibió la visita de un puñado de conquistadores españoles que a sangre y fuego (y pólvora) se impusieron sobre los aztecas, y anexaron su federación al más vasto Imperio Español. Mesoamérica recibió entonces una organización imperial en forma, pero ésta vino de manos extranjeras, españolas, y no de parte de los propios aztecas.

domingo, 18 de mayo de 2008

La mortalidad según los zulúes.

Todas las culturas poseen una explicación de por qué el ser humano fallece. Incluso con la moderna Medicina, hay occidentales que consideran explicaciones de ultratumba sobre algún supuesto sentido de la vida, para explicar por qué algún día todos hemos de morir. Los zulúes, el poderoso pueblo guerrero de Africa, no fueron la excepción a la regla, y también tenían su propia curiosa leyenda al respecto.

Según los zulúes, existe un ser supremo llamado Uukulunkulu. Este salió de un cañaveral, lugar en el que también fueron creados los seres humanos. Pero a diferencia de estos humanos, Uukulunkulu disponía de la muerte y de la vida. Apiadado de los humanos, envió un camaleón a los humanos, con la noticia de que éstos nunca morirían. Pero el camaleón se entretuvo demasiado por el camino, demoró en dar su mensaje, y le dio tiempo a Uukulunkulu para cambiar de parecer, enviando éste al lagarto para que dijera lo contrario, que los seres humanos sí iban a morir. El lagarto sí que fue diligente, y entregó su mensaje antes que el camaleón, por lo que con esto selló el destino de los seres humanos. En respuesta, los zulúes detestan tanto a los camaleones como a los lagartos.

Por supuesto que todas estas creencias ancestrales, han estado amenazadas desde la llegada de la omnipresente cultura occidental. Sin embargo, la religión cristiana no ha podido penetrar gran cosa en su cultura, y si lo ha conseguido, ha sido a través de prácticas sincréticas, como concesión al orgulloso pasado militar de que los zulúes se jactan.

jueves, 15 de mayo de 2008

La ira contra Gundya Tikoa.

Casi todas las religiones siguen un esquema mítico similar para explicar el pecado en el mundo: hay un dios creador y benevolente contra el cual los humanos hacen algo (o se rebelan, o simplemente cometen el error que no debían cometer), y por lo cual "caen de la Gracia". Por eso, la historia de Gundya Tikoa es tan peculiar. Porque si de los hotentotes se trata, por muy dios creador que sea, Gundya Tikoa puede irse al demonio.

Los hotentotes son un pueblo africano que se instaló en la región sur del continente (actualmente Sudáfrica) hacia el siglo VI, y habitan las regiones más áridas debido a la presión de un grupo migratorio posterior, los bantúes (bueno, eso y los bóers para rematarla). Se dividen en varias tribus, y de ahí que su mitología no es perfectamente unitaria ni coherente. Pero trataremos de reseñarla.

En Gundya Tikoa se funden dos dioses supremos hotentotes, el dios Gamab o Gauna por una parte, y el dios Utixo por otra. Resulta que este dios creó al primer ser humano, que por mera coincidencia era negro y hotentote... Este primer hombre salió bastante zafado, y con sus innumerables pecados, incurrió en la ira de Gundya Tikoa, quien lo maldijo. Sin embargo, lejos de adoptar una actitud contrita y humilde, como las grandes religiones, los hotentotes reaccionaron con orgullo y simplemente se limitan a despreciar a Gundya Tikoa, a quien lo pintan como un señor del cielo que se la pasa arrojando flechas hacia abajo (esa es la explicación de la existencia de la muerte). Con perfecto sentido lógico, los hotentotes se dicen: ¿qué sentido tiene adorar a un ser superior que se comporta así? Para otra leyenda, Gundya Tikoa envió el mensaje de que proveería de inmortalidad a los humanos con un conejo, lo que fue una torpeza inenarrable, porque el conejo enredó el mensaje, dijo que lo que sería eterno sería la muerte, y de ahí la rabia suprema de los hotentotes contra su dios creador; en cualquier caso, es probable que en esta leyenda haya su poco de influencia cristiana posterior, porque es en crónicas cristianas que aparece recopilado este mito.

En cualquier caso, la religión hotentote presenta la peculiaridad de creer en un ser supremo casi todopoderoso, al que sin embargo no vale la pena rendirle culto ni adoración, y de hecho no lo hacen. Creen que, a veces, Gundya Tikoa toma forma humana y camina como un hotentote más por la tierra, aunque sin que estos periplos tengan significado mitológico alguno. De todas maneras, en tiempos recientes, esta religión tradicional hotentote ha sido progresivamente abandonada, conforme las tribus hotentotes se han ido convirtiendo al Islamismo.

domingo, 11 de mayo de 2008

El Obispo lingüista de Nigeria.

La vida de Samuel Crowther podría perfectamente inspirar uno de esos peliculones hollywoodenses sobre ganarle a la vida y sus adversidades con el espíritu interno, etcétera. Porque este personaje, a pesar de ser africano del siglo XIX, y haber sido por un tiempo esclavo, se transformó andando los años en uno de los más importantes personajes africanos que hayan existido. Su historia es la siguiente.

Nació hacia 1809 como Ajayi, un niño de la etnia yoruba, que ocupa lo que hoy en día es Nigeria y Sierra Leona. Cuando tenía doce años, otra etnia, los musulmanes fulani, que se dedicaban a la caza de esclavos, le atraparon y esclavizaron. Fue vendido a traficantes portugueses, pero la nave de éstos, nada más zarpar, fue atacada por los británicos. De esta manera, liberado de sus antiguos dueños, Ajayi fue llevado de regreso a Sierra Leona. Una vez allí, fue cuidado por una misión anglicana, en la que aprendió el inglés, y fue finalmente bautizado, tomando el nombre de Samuel Crowther en 1825.

Gracias a su contacto con los ingleses, Crowther desarrolló un gran interés por los idiomas, estudiando Latín y Griego, pero también los idiomas temne, un tronco africano de lenguajes. En ese tiempo de escasos estudios sobre la materia, estudiar lenguas africanas significaba no sólo sentarse frente a los libros de un escritorio, sino ir al lugar en donde las mismísimas tribus habitaban y ponerlo por escrito en terreno... Algo peligrosísimo tratándose de un Africa casi inexplorada, con vastos territorios casi inhabitables, y con numerosos señoríos locales en permanente pugna entre sí. Aprovechó que un misionero se embarcó en 1841 para explorar el Río Níger y llevar la palabra cristiana a tales tierras, para acompañarle y estudiar el idioma de los hausa, otra por ese entonces mal conocida etnia de la región.

Una vez de regreso viajó a Londres, en donde fue ordenado sacerdote por la Iglesia Anglicana, regresando después a Africa. Empezó entonces otro gran empeño, el de traducir la Biblia al Yoruba, así como el Libro de Oración Común, que contiene las bases de la liturgia anglicana. Se dedicó también a estudiar varios idiomas africanos, sistematizándolos y publicando consecuentemente diccionarios y gramáticas. En 1864 fue ordenado Obispo por la Iglesia Anglicana, y se transformó en el primer africano en alcanzar tal condición. Falleció a avanzadísima edad, habiendo sobrepasado la ochentena, el 31 de Diciembre de 1891, después de haberle dado tantos brillantes aportes al estudio moderno del Africa.

jueves, 8 de mayo de 2008

El Gran Viaje de los voortrekkers.

Es propio de las civilizaciones social y tecnológicamente más avanzadas, utilizar esas fuerzas para colonizar territorios más salvajes, primitivos, despoblados o desorganizados. Los europeos, que durante la Edad Media debieron afrontar una serie de invasiones (sarracenos, magiares, vikingos, mongoles...), pasaron a la ofensiva en el siglo XVI, y desde ahí en adelante ya no pararon de colonizar. Uno de los más rudos grupos de colonos, fueron los bóers.

Los bóers eran descendientes de los holandeses que fundaron Ciudad del Cabo, en Sudáfrica, en 1652. Resulta insólito pensar que un enclave tan ventajoso para las comunicaciones marítimas entre el Océano Atlántico y el Indico no fuera controlado sino hasta esa fecha, pero así fue. Fueron recibidos por unos nativos de economía pastoral, que se llamaban a sí mismos joijoin, y que por eso los holandeses, en son de burla, los llamaron hotentotes. La viruela hizo el resto, y los hotentotes fueron prontamente subyugados. Los bóers también se las hubieron con los bosquimanos y los zulúes, que tenían el territorio a su favor. Pero los bóers, por su parte, eran protestantes, y muchos venían arrancando de persecusiones religiosas en Europa, y el fanatismo religioso, más las armas de fuego, les dieron la superioridad. Muchos nativos fueron asesinados, y los supervivientes debieron escapar a los Montes Drakensberg o al Desierto del Kalahari, en donde debieron adaptarse a modos de vida que aún conservan. O bien fueron esclavizados.

En el siglo XIX, declinando ya el poder holandés y gobernándose los bóers por sí mismos, llegaron los británicos. Y ahí se produjo la gran reversión de fortuna. Porque los británicos impusieron sus leyes en Ciudad del Cabo, incluyendo la prohibición de la esclavitud, algo que disgustó a los bóers, que usaban esclavos negros para mantener sus plantaciones. Incapaces de resistir, fueron ahora los bóers quienes emprendieron la emigración en masa, hacia el interior del Africa, en la década de 1830. A esto se le llamó el Gran Viaje, y estos emigrantes fueron llamados voortrekkers (literalmente, "quienes viajan hacia adelante"). Se abrieron paso hasta el espacio entre los ríos Orange y Limpopo, y fundaron dos repúblicas, Transvaal y el Estado Libre de Orange. Allí consiguieron mantener el modo de vida que habían ejercido durante dos centurias, hasta que en los albores del siglo XX, en las llamadas Guerras de los Bóers, las tropas británicas conquistaron dichos territorios y los redujeron a colonias de su gigantesco imperio mundial. Hoy en día, tanto Ciudad del Cabo como los territorios de Orange y Transvaal pertenecen a Sudáfrica, después de que esta república se independizara del Imperio Británico.

domingo, 4 de mayo de 2008

Von Winkelried ensartado en una pica.

Una de las clásicas leyendas de guerra medieval, gira en torno a la figura de Arnold von Winkelried, que se ensartó en una pica para asegurar el triunfo de su propio ejército. La historia tiene dudosos visos de autenticidad, porque los testimonios sobre el sacrificio de von Winkelried son tardíos, y la evidencia sobre este personaje no es concluyente (parece que sobrevivió más de treinta años a la batalla en la cual supuestamente debió haber muerto), pero por ser una leyenda guerrera en toda forma, vale la pena reseñarla en Siglos Curiosos.

En el siglo XIV, el Sacro Imperio Romano Germánico ya no era lo que antaño había sido. En 1273 había llegado la Dinastía Habsburgo al trono (que duró hasta la Primera Guerra Mundial, cerca de seis siglos y medio en total). El núcleo imperial había sido el territorio de Suabia (actualmente en el sur de Alemania), durante la Dinastía Hohenstaufen, pero ahora el núcleo imperial eran los dominios hereditarios de los Habsburgo en Austria, más al este. Este cambio geopolítico llevó a muchos territorios nominalmente obedientes al Emperador, a hacerse independientes de facto. Uno de estos territorios fue la Confederación Suiza, un ramillete de ocho cantones que se hizo independiente en 1299, y que durante el siglo siguiente lidió varias guerras contra el Imperio para mantener su libertad. Leopoldo III de Austria lanzó en 1386 un nuevo ataque, y ahora parecía que la libertad de Suiza se acababa de una vez por todas.

En la época, el manual del buen estratega militar mandaba neutralizar y revertir los avances enemigos, sea de infantería o caballería, mediante el empleo sistemático de picas, de manera que la vanguardia enemiga se encontrara con un bosque de lanzas listas para estacarlos. Leopoldo III utilizó las picas, apoyadas por una buena caballería. Y aquí es donde empieza la leyenda. Porque según ésta, los piqueros habsburgueses eran impenetrables, y el suizo Arnold von Winkelried habría dicho: "Abriré un pasaje en la línea; protejan, queridos compatriotas y confederados, a mi esposa y mis hijos". Después de lo cual se arrojó directamente contra las picas, ensartándose en ellas. Con esto abrió la brecha por la cual la infantería suiza pasó a través de las lanzas y desbandó al grueso del ejército imperial.

Como decíamos, la leyenda de Arnold von Winkelried tiene visos de ser tan solo eso, una mera leyenda, pero lo cierto es que después de la Batalla de Sempach, los proyectos imperiales de Leopoldo III fracasaron definitivamente, ya que él mismo terminó pereciendo, junto con un número importante de sus caballeros. Lo que debilitó aún más al Imperio, por supuesto, a la par de asegurar la independencia suiza.

jueves, 1 de mayo de 2008

El enemigo loco de Napoleón.

El general Gebhard Leberecht von Blücher es famoso en la historia militar por haber comandado las fuerzas alemanas en la Batalla de Waterloo (1815). Habiendo Napoleón tratado durante varias horas de quebrar la posición de las tropas del duque de Wellington, fue la carga de Blücher la que decidió el resultado final de la batalla. Pero Blücher, lejos de ser un gran general, luchaba contra el mismísimo enemigo interno, porque en verdad, su salud mental era cualquier cosa, menos algo sólido.

En el tiempo de las Guerras Napoleónicas, Blücher bordeaba ya la setentena, siendo en realidad un veterano de la Guerra de los Siete Años (1756-1763). El historiador militar Alfred Vagts lo describe como "un charlatán imprudente, un jugador frenético, y un psicópata". Padecía de melancolía senil, y delirios paranoicos. Creía por ejemplo que, a causa de sus pecados, estaba embarazado con un elefante. Otras veces se desplazaba en puntillas o saltaba para no quemarse los pies, porque estaba convencido de que los franceses habían sobornado a su servicio para que calentaran el suelo de su habitación.

Los verdaderos comandantes en la sombra del ejército prusiano eran Scharnhorst y Gneisenau, dos de sus hombres que sí tenían en mente la aniquilación de Napoleón Bonaparte y apuntalaban a Blücher para que su desequilibrio mental no terminara en tragedia para sus tropas. Desgraciadamente, Gneisenau estaba enemistado con el Duque de York, quien comandaba las tropas inglesas durante la campaña de 1813. En aquel año, Napoleón Bonaparte pasaba por un período crítico, batido de manera tan absoluta como había sido luego de su funesta expedición militar contra Rusia del año anterior, pero las disensiones intestinas en el alto mando angloprusiano le dieron el escaso respiro que necesitaba para rearmarse. Con lo que obtuvo uno a dos años adicionales antes de su caída definitiva, la que como dijimos y es de pública notoriedad, ocurrió en los campos de Waterloo. Después, Blücher permaneció algunos meses más en activo, en París, pero la edad y la salud mental finalmente se le impusieron, y prefirió retirarse a sus propiedades en Silesia, en donde terminaría falleciendo algunos años después, en 1819, faltándole algunos meses para cumplir los 77 años.

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