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domingo, 27 de abril de 2008

La apuesta de Pascal.


Curiosamente, en los más de dos años que Siglos Curiosos lleva en línea, no es algún posteo sobre la Edad Media, sobre la guerra o sobre América Precolombina que se lleva la palma por mayor cantidad de visitas dentro del blog, sino el relacionado con la Pascalina. Aunque ha caído su tanto, de todas maneras sigue en el Top Ten de lo más leído en Siglos Curiosos (BlogPatrol dixit). Y si Pascal quieren nuestros lectores... Pascal hasta que revienten.

Blaise Pascal vivió escasos 39 años: nació en 1623 y murió en 1662. Quizás por su mala salud consuetudinaria, desarrolló una intensísima vida espiritual, que lo llevó desde las Matemáticas y la Hidráulica (campos en que hizo importantísimas contribuciones) hasta la Teología y el Misticismo. Una curiosa combinación de dos grandes preocupaciones suyas, la Teoría de las Probabilidades y el Misticismo, radica en la llamada "apuesta de Pascal". Según Pascal, creer en Dios es apuesta más segura que no creer, porque eso abre cuatro posibilidades: 1.- Creo en Dios y acierto, entonces mi ganancia es infinita (me voy al Cielo), 2.- Creo en Dios y me equivoco, entonces no gano ni pierdo nada (mi vida se acaba, sin Cielo ni Infierno), 3.- No creo en Dios y acierto, entonces entonces no gano ni pierdo nada (no hay vida ultraterrena otra vez, por lo que no gano ni pierdo nada), y 4.- No creo en Dios y me equivoco, entonces mi pérdida es importante y quizás infinita (me voy al Purgatorio o al Infierno). Por tanto, creer en Dios es apuesta segura, porque es imposible perder (aunque es posible "no ganar"), mientras que ser ateo es una pésima apuesta porque no hay forma de ganar (aunque sí se puede "no perder"). La palabra "apuesta" es correcta porque no en balde, Blaise Pascal fue uno de los fundadores de la moderna Teoría de Probabilidades, y por lo tanto, lo que estaba haciendo era aplicar las Matemáticas más novísimas de su tiempo, al pensamiento religioso.

Aunque la apuesta de Pascal ha sido esgrimida desde antiguo por muchas religiones como defensa de su fe (de una manera no tan matemática, por supuesto), no resiste un análisis lógico demasiado firme, y en realidad Pascal hace una serie de asunciones derivadas de su propio pensamiento místico. Por ejemplo, podría darse la circunstancia de que existiera un Dios en efecto, pero éste premiara el pensamiento racional y castigara la fe ciega; y en este caso estamos creyendo en Dios por fe y sin evidencias (sólo por argumento de probabilidad, no por certeza). Por otra parte, la esencia de la fe es justamente dar un salto más allá de la razón, por lo que creer en Dios como parte de una apuesta probabilística es justamente negar la fe. Además, este esquema sólo funciona dentro de una creencia teológica en que hay un Dios que castiga o premia de manera infinita, idea congruente con el pensamiento de Pascal (éste pertenecía a la secta de los jansenitas, y éstos eran conocidos por su rigor místico, tanto que a pesar de ser fieles a la Iglesia Católica, ella misma terminó por reprobarlos). Sin embargo, este Dios Premiador o Punisher no necesariamente tiene que existir (por ejemplo, si el premio ultraterreno no es infinito, entonces quizás no compense las privaciones terrestres, y a la inversa, si el castigo ultraterreno debe terminar en algún minuto, entonces quizás valga la pena aceptarlo a cambio de una recompensa terrena mayor). Y por cierto, queda abierta la gran pregunta de... ¿y si elegimos adorar a un dios que resulta no ser el correcto...? ¿Acaso por creer en el Dios Cristiano, no podría eventualmente castigarnos Alá o Buda, en caso de que alguno de ellos, u otro, sea el cappo di tutti cappi...?

Volviendo al terreno netamente histórico, parece ser que, a pesar de vivir sus últimos años en un misticismo y automortificación monacal, el propio Pascal falleció un tanto angustiado: sus últimas palabras habrían sido "ojalá que Dios nunca me abandone" ("Puisse Dieu ne jamais m'abandonner")...

jueves, 24 de abril de 2008

La tensa relación de Saúl con los profetas.


Debido a la fisonomía que la Biblia ha ido cobrando con el paso de los siglos, es frecuente asociar a los profetas con el período entre la división del Reino de Salomón (hacia 930 a.C.) y la conquista de Jerusalén por los caldeos (587 a.C.), con la visible excepción por supuesto de Moisés y los Patriarcas más antiguos; al menos todos los libros que supuestamente escribieron los profetas (Isaías, Ezequiel, Jeremías, etcétera), están asociados al período antedicho. Pero si uno lee con atención la Biblia, encuentra rastros de los profetas en todas partes. Y lo más curioso, desde un punto de vista moderno: no sólo había profetas varones, sino que los había también mujeres. Algo no demasiado distinto a las artes de adivinación y nigromancia que se estilan entre las adivinas y tarotistas de hoy en día...

Saúl, el primer rey de la monarquía hebrea, tuvo una relación más que conflictiva con los profetas. Por lo que parece desprenderse del texto bíblico, los profetas eran parte del panorama social de la época, algo que no difiere demasiado de otras culturas en otros tiempos y lugares. La Biblia señala que Samuel, el último de los Jueces, ungió a Saúl, y éste, a renglón seguido, se marchó a una comunidad de profetas en donde entró en trance y empezó a profetizar también él (véase el Primer Libro de Samuel, capítulo 10). Por su parte, el propio Saúl no debe haber sido una persona con una salud mental particularmente estable; dice explícitamente la Biblia en un fragmento, que "Y el espíritu de Jehová se apartó de Saúl, y atormentábale el espíritu malo de parte de Jehová" (Primero de Samuel, 16:14).

Los profetas mantuvieron una actitud política ambivalente hacia Saúl. Por una parte, Saúl era rey en el nombre de Yahveh, ya que había sido ungido por Samuel. Por la otra, el que se congregara sobre un monarca estable (los jueces no eran líderes estables, sino que se elegían sólo en tiempos de guerra) ponía en grave peligro a los profetas, cuya autoridad devenía de ser la única fuente de intermediación entre Yahveh y los hebreos. Cuando la buena estrella de David empezó a ascender y Saúl le persiguió, David encontró asilo entre los profetas del pueblo de Ramá (lugar de nacimiento y residencia del propio Samuel), y Saúl no pudo prenderle, según la Biblia, porque también entró en trance.

Aunque Saúl no se atrevió a marchar contra Samuel (que, por último, era quien lo había ungido rey, y por ende, encarcelarlo era darse un lanzazo en el pie), una vez que Samuel murió, Saúl desterró a todos los adivinos y los que consultaban a los muertos (Primero de Samuel, 28:3). El texto bíblico refiere entonces un dramático episodio en el cual Saúl, ayuno de asistencia divina, se ve forzado a consultar a escondidas a una adivina, que le asiste con grandes prevenciones (no fueran a desterrarla también a ella), y que finalmente sirve de médium para una última espectacular aparición de Samuel, que anuncia a Saúl su próxima muerte a manos de los filisteos. Pese a la historicidad que hasta los eruditos más recalcitrantes suelen darle al texto bíblico, este episodio es probablemente ficticio, debido a su carácter mágico, pero sirve muy bien para propósitos dramáticos. De hecho, Saúl muere poco después, en batalla, y con esto termina la breve enemistad de éste contra los adivinos, encantadores, hechiceros, profetas, etcétera.

domingo, 20 de abril de 2008

David y Betsabé.


Para ser un libro supuestamente edificante y moralizador, la Biblia tiene una enorme cantidad de pasajes bastante picantes y escabrosos. Uno que deja particularmente mal a los personajes bíblicos, atañe nada menos que al rey David.

Un buen día, David descubre a una linda mujer bañándose. Entrándole el bichillo de la lujuria, pregunta acerca de quién es, y le informan que es Betsabé, esposa de su general Urías, el heteo (esto es, el hitita). Como Urías está en guerra, David se aprovecha y se revuelca con Betsabé. Y luego, como no se le quita la calentura, manda órdenes al campo de batalla para que Urías sea puesto en lo más denso de la refriega, y así muera. Cosa que finalmente sucede, cuando el enemigo carga.

Va entonces el profeta Natán ante David y le dice: "En una ciudad había dos hombres; uno era rico, y el otro, pobre. El rico tenía muchas ovejas y bueyes; el pobre tenía sólo una ovejita que había comprado. La había criado personalmente y la ovejita había crecido junto a él y a sus hijos. Comía de su pan, bebía de su misma copa y dormía en su falda. El la amaba como a una hija. Un día, el hombre rico recibió una visita, y no queriendo matar a ninguno de sus animales para atender al recién llegado, robó la oveja del pobre y se la preparó". Al escuchar esto, David se enojó y grita que semejante hombre merece la muerte. A lo que Natán se limita a responder: "Tú eres ese hombre".

Y como el Dios de la Biblia tiene un sentido un tanto retorcido de la justicia, se la hace pagar a David de manera oblicua, haciendo que el primer hijo de David y Betsabé muera (¿y qué culpa tenía el pobre neonato?). Pero como realeza es realeza a fin de cuentas, David y Betsabé tienen otro hijo, que después será el famoso rey Salomón.

Para quienes tengan interés en leer la historia desde la fuente original, ésta aparece en el Segundo Libro de Samuel, capítulos 11 y 12.

jueves, 17 de abril de 2008

¿De dónde salió el Deuteronomio?


Los primeros cinco libros de la Biblia ("Génesis", "Exodo", "Levítico", "Números" y "Deuteronomio") se suelen denominar el "Pentateuco", y la tradición atribuye su autoría a Moisés, debido a la unidad temática que presentan, ya que refieren la historia de los patriarcas, con especial detención en Moisés y sus leyes. Sin embargo, los estudiosos contemporáneos que se han detenido a examinar la Biblia, tienden a pensar que el Pentateuco fue escrito por diferentes autores, en un período de tiempo aproximado de unos 400 años. Y uno de ellos, el "Deuteronomio", el quinto libro del "Pentateuco", suele ser considerado como un gran golpe propagandístico que ya se lo quisieran los publicistas de hoy en día.

Desde que el Reino de Salomón se fraccionara a la muerte de éste (hacia 930 a.C.), la política religiosa de los dos reinos sucesores (Israel al norte, Judá al sur) osciló entre el puritanismo nacionalista (la "religión de Yahveh") y una relativa libertad religiosa, tanto como se podía pedir en el mundo antiguo (en el lenguaje de los profetas, la "idolatría"). Después de que Israel fuera conquistada por Asiria en 721 a.C., Judá siguió corriendo su carrera en solitario. Años después, durante el reinado de Josías, hubo un desesperado intento por fortalecer la monarquía hebrea, de cara a una nueva oleada militarista asiria. El truco era, por supuesto, endosar a la monarquía de Josías todo el poder de Yahveh, el Unico Dios.

El relato bíblico dice que Helquías, Sumo Sacerdote, encontró el texto de la Ley, y se lo envió a Josías; la tradición añade que dicho relato era el Pentateuco, o al menos, el Deuteronomio. Sin embargo, los eruditos modernos ven esto desde un punto de vista diferente, porque el "Deuteronomio" tiene un tono bastante distinto al resto del "Pentateuco", y por lo tanto, sospechan que bien pudiera ser que Josías, en un gran golpe propagandístico, habría fraguado el "Deuteronomio" (o bien él, o bien Helquías) y le habrían cargado a Moisés la autoría del mismo, para darle sanción religiosa a la monarquía de Josías. Ya el propio nombre del libro en griego ("deuteros" es "segundo" y "nomos" es "ley", de manera que viene siendo "segunda ley") delata que podría tratarse de un tratado completamente diferente al resto del Pentateuco. Además, las leyes del Levítico y el resto del Pentateuco discurren sobre la base de un código de conducta individual y familiar, mientras que el Deuteronomio hace varias asunciones que denotan la existencia de un estado nacional como trasfondo (véase, por ejemplo, las normas sobre fiestas nacionales en el capítulo 16 de Deuteronomio). De hecho, a cada rato repite la expresión "en el país que Yahveh te dará"... denotando una promesa futura, que no se condice con el carácter del Deuteronomio de ser un texto legal (y aunque así fuera, ¿por qué Yahveh está legislando por anticipado, cuando el pueblo hebreo aún no necesitaba esas leyes por encontrarse en pleno Desierto del Sinaí?).

Sea como fuere, el caso es que Josías utilizó el texto encontrado como palanca para prohibir todos los cultos distintos al de Yahveh (los cultos idólatras), promoviendo una dura persecusión religiosa. Los hechos relativos a Josías, la Biblia los recoge en el Segundo Libro de Reyes, capítulos 22 y 23. Por desgracia, este texto es la versión que los profetas de Yahveh han dejado para la posteridad, y por lo tanto, es más que parcial a favor de Josías. Sería interesante que hubiera sobrevivido una fuente ajena y más imparcial, para valorar en su justa medida el reinado de Josías, y en el mejor de los casos, salir de dudas respecto a si verdaderamente Josías y Helquías fraguaron o no el Deuteronomio...

domingo, 13 de abril de 2008

Píndaro el poeta de los deportistas.

Cuando uno piensa en poesía, tiende a pensar en un fulano inspirado en un paisaje, mirando las nubes o cantando algunos bucólicos versos sobre las vacas o las abejas. O bien, escribiendo versos eróticos. Pero no se agota ahí la poesía universal. Entre los poetas que se han buscado motivos más inusuales para cantar con sus versos, deberíamos contar a Píndaro de Tebas, ya que éste escribía sus odas... ¡a los deportistas vencedores de los Juegos Olímpicos!

Sobre Píndaro mismo, es poco lo que se puede afirmar, ya que las noticias que nos han llegado de él son fragmentarias. Vivió en Grecia en el siglo V a.C. (hacia 518-438 a.C., aunque las fechas son difíciles de precisar). Pero a contrapelo de la mayor parte de los escritores, artistas y filósofos de su tiempo, no era ateniense ni parece haber pretendido viajar nunca a Atenas, que por aquel tiempo era la capital de lo más excelso en lo que a cultura helénica se refiere. Píndaro era beocio (de la región de Beocia, cuya ciudad más importante era Tebas), y los beocios en general tenían la mala fama entre otras comunidades, de ser palurdos y retrasados; entre los antiguos griegos se hacían chistes de beocios como hoy en día se hacen chistes de gallegos. Aún así, Píndaro no tenía un pelo de tonto. Por el contrario, su poesía es enormemente trabajada y compleja, y marca en cierta medida el non plus ultra de un estilo poético, concretamente el propio de la Grecia Arcaica, que ya en los días de Píndaro estaba, por así decirlo, pasado de moda. Píndaro parece haber sido también un aristócrata, y eso ayudaría a explicar también su acedrado tradicionalismo.

No es raro que Píndaro haya encontrado entonces su gran motivo poético, en los vencedores de una institución tan tradicional de la Antigua Grecia, como lo eran los Juegos Olímpicos. Allí, Píndaro encontró la imagen de la areté (el espíritu de superación, un gran valor tradicional helénico), en los vencedores que hacen morder el polvo a los mediocres, y que en los versos de Píndaro, se elevan casi hasta el plano de los dioses; Píndaro aprovecha así para conjurar una serie de mitos griegos, cantando las glorias de la antigua religión y de las antiguas ciudades.

Desgraciadamente, como suele suceder con casi todos los escritores de la Antigüedad, la obra de Píndaro se conserva de manera bastante fragmentaria. Existen una gran cantidad de obras suyas, pero muchas de ellas han llegado mutiladas hasta nosotros, algo no demasiado raro si se piensa que se han encontrado no sólo en compilaciones de cronistas medievales, sino también en fragmentos de papiros rescatados en Egipto.

Para muestra del arte de Píndaro, un botón: "Acepta, hija del Océano, con corazón risueño / el dulce vellón de las excelsas virtudes y las coronas / ganadas en Olimpia, y los obsequios de Psaumis y su carro de mulas de incansable pie. / El, para engrandecer a tu ciudad, Camarina, nodriza del pueblo / honró los seis altares gemelos con majestuosas romerías a sus dioses, / entre bovinos sacrificios y competiciones deportivas de cinco días, / con los carros de caballos y mulos y con los caballos de monta. Te dedicó / la grata gloria de su victoria e hizo proclamar el nombre / de su padre Acrón y el de su reconstruido solar patrio" (Olímpica V, hacia 460 o 456 a.C.).

jueves, 10 de abril de 2008

Beocia y los beocios.


Cuando se mira a la historia de la Antigua Grecia, se piensa generalmente en las dos grandes potencias económicas, políticas y militares que fueron Atenas y Esparta, y muy ajustado tiene que ser el manual de historia de turno para mirar un poco más allá. Y sin embargo, la Hélade, tal y como los antiguos griegos (helenos) la entendían, era un buen poco más grande. Entre las varias regiones antiguohelénicas con una fisonomía cultural propia, estaba la de los beocios, los habitantes de la Beocia.

Beocia era una región de agricultores ubicada al noroeste del Atica (el enclave cuya principal ciudad era Atenas). Como las grandes novedades políticas venían desde Jonia o el Atica, Beocia vivía constantemente retrasada. Así, mientras que el Atica hizo su paso de la oligarquía plutocrática a la democracia en el siglo VI a.C., la Beocia recién vino a hacerlo cerca del siglo IV a.C., y eso sólo a resultas de una reacción popular masiva en contra de Esparta (que, en el intertanto, había hundido a Atenas en las Guerras del Peloponeso, 431 a 404 a.C., y había conquistado toda Grecia). En la Edad de Oro de Atenas, los atenienses despreciaban a los beocios como rústicos, rurales y campesinos, hacían chistes "de gallegos" sobre ellos, y no cesaban de proclamar la superioridad de su propia cultura sobre la beocia. Algo injusto, si se considera que en Beocia también hubo grandes artistas, como por ejemplo el poeta Píndaro. Además, al norte de Beocia había una región semihelenizada todavía más rústica y salvaje, si cabe, que era la Tesalia. Para desgracia de la fama beocia, casi todo el legado cultural de la Antigua Grecia que conservamos, proviene de los atenienses, así es que los beocios pasaron a la Historia sin demasiada propaganda a su favor, que digamos.

Tampoco ayudaba mucho el que los beocios, con perfecta realpolitik, hayan contemporizado con los persas cuando ellos invadieron Grecia durante las Guerras Médicas, algo que tenía perfecto sentido si se considera que los beocios vivían del cultivo de la tierra, y no podían permitirse el lujo de que arrasaran ésta, mientras que los atenienses vivían del comercio internacional con su escuadra, y por lo tanto eran perfectamente capaces de sobrevivir a una invasión militar por tierra firme (algo que, en efecto, consiguieron a pesar de que Atenas fue incendiada por los persas en 480 a.C.). Aún así, por "traicionar" la causa panhelénica, los beocios pasaron a la oscuridad política, y sólo vinieron a redimirse un siglo después, cuando se sublevaron contra los espartanos y destruyeron su poderío en la Batalla de Leuctra (371 a.C.).

Con todo, la ciudad más importante de Beocia era Tebas, y el ciclo mitológico tebano es de los más famosos mitos griegos. Basta mencionar que Edipo fue rey de Tebas, según la Mitología Griega. Y el propio Sófocles, ateniense de pura cepa, no desdeñó tomar asuntos de este ciclo mitológico para sus dos grandes tragedias "Edipo Rey" y "Edipo en Colona"...

domingo, 6 de abril de 2008

Las gigantescas murallas de Siracusa.


Desde que los asentamientos campesinos crecieron hasta convertirse en ciudades, una de las estrategias más utilizadas por los señores de dichas ciudades para defenderlas fue la erección de un muro alrededor. Los constructores de muros debían lidiar con un doble problema: si el muro era muy chico, estrecharía el desarrollo de la ciudad, y si era muy grande, se elevaría desmesuradamente la planilla de pagos de los centinelas apostados en labores de vigilancia del perímetro amurallado. La solución generalmente era entonces un muro más bien pequeño, lo que tenía el inconveniente de que en tiempos de asedio, la ciudad solía ser rendida por el hambre, ya que los campos de cultivo quedaban fuera del muro, y por lo tanto, indefensos.

La ciudad de Siracusa optó por el camino inverso, y decidió construir un muro que no solo cubriera a la ciudad, sino también los campos y sembradíos. Siracusa era la más grande colonia que los griegos habían instalado en Sicilia, la isla del sur de Italia, y había prosperado a pesar de vérselas al sur con el temible enemigo que era el Imperio Cartaginés. Pero el momento de mayor peligro, Siracusa lo vivió entre 414 y 413 a.C., cuando una expedición militar ateniense estuvo a punto de cortar el abastecimiento de agua de Siracusa, construyendo un muro de mar a mar (Siracusa estaba, y sigue estando, en una pequeña península de la isla de Sicilia). Años después, aún preocupado por esto, el tirano Dionisio I de Siracusa optó por extender las murallas de Siracusa hasta la meseta de Epipolae, en donde los siracusanos habían construido antaño el Castillo Eurialo, un fuerte militar para su propia defensa. Las murallas, erigidas entre 403 y 398 a.C., fueron probablemente las más imponentes de todo el mundo Mediterráneo (22 kilómetros de largo, aproximadamente), e impidió que ninguna otra fuerza sitiadora consiguiera poner a Siracusa bajo asedio por tierra.

Desafortunadamente para Siracusa, los costos de una muralla como ésta eran onerosos, y además, no impedían que la ciudad siguiera siendo vulnerable desde el mar. En el siguiente siglo y medio, al sur creció el poder de Cartago, y al norte el de Roma, y ambas potencias chocaron en la Primera Guerra Púnica. Roma era una potencia militar terrestre, pero para hacer frente a la amenaza de las naves cartaginesas, debió armarse de una flota. El resultado es que Roma conquistó toda Roma, aunque Siracusa siguió invicta. De momento. Porque a pesar de todos los esfuerzos de los siracusanos, incluyendo a su ciudadano más ilustre, el inventor Arquímedes, Siracusa era una presa demasiado preciada para dejarla escapar, y en 214 a.C., en el contexto de la Segunda Guerra Púnica, y con todo el poder de un imperio militar que se extendía por toda Italia, los romanos asediaron la ciudad. Las imponentes murallas siracusanas hicieron otra vez lo suyo, y en 212 a.C., Siracusa seguía resistiendo. Pero los romanos recurrieron al engaño, según se dice, y los siracusanos abrieron una puerta para dejar pasar a una legación de paz (según otra versión, los siracusanos desatendieron la defensa, debido a un festival en honor de la diosa Artemisa). Abierta la puerta, los romanos cargaron contra ella, desbordaron el muro, y finalmente tomaron la ciudad.

jueves, 3 de abril de 2008

Los supervivientes de los 300.

Es famoso, en particular después de la película "300", el sacrificio de los 300 espartanos comandados por Leónidas, el rey de Esparta, quienes pararon en el desfiladero de las Termópilas a un ejército varias veces superior durante varios días, y terminaron siendo doblegados sólo mediante la traición. Menos conocido es el hecho de que algunos de los bravos 300 de Leónidas sobrevivieron a la masacre, aunque tuvieron suertes distintas, y todas ellas desgraciadas.

Uno de ellos fue Pantites, un soldado que fue enviado por Leónidas a Tesalia (es decir, al norte de las Termópilas, temerariamente en dirección a las filas enemigas) con una embajada, probablemente para reclutar aliados para la batalla. Pantites no alcanzó a regresar a las Termópilas a tiempo para luchar (y eventualmente morir) junto con los 300, de manera que regresó a Esparta. El estricto código de honor militar espartano no le perdonó esto, y Pantites, incapaz de soportar la deshonra, acabó colgándose.

Los otros dos soldados que sobrevivieron fueron Eurito y Aristodemo. Ambos estaban fuera de las Termópilas, aquejados por una enfermedad ocular. Cuando llegaron las nuevas del desastre de las Termópilas, ambos tomaron decisiones distintas. Eurito, casi por completo ciego, se hizo conducir por un ilota (un esclavo) hacia el campo de batalla, y se paró en éste, dispuesto a ofrendar su vida en combate contra los persas, insensible al hecho de que un soldado solitario nada podía hacer en batalla abierta contra el ejército persa en masa. Al ver la llegada de los persas, el ilota corrió por su vida, pero Eurito se quedó en pie de guerra, y murió combatiendo.

Aristodemo, por su parte, tomó la opción de volverse a Esparta, dando por perdida la causa y por inútil el sacrificio. Apenas llegó a Esparta, cayó sobre él la mancha negra de haberse retirado del combate, la peor deshonra en la que podía incurrir un espartano libre. Ningún espartano estaba dispuesto a compartir con Aristodemo el fuego, ni tampoco a dirigirle la palabra. Tanta fue la humillación, que un año después, cuando los espartanos plantaron cara al ejército persa en Platea, Aristodemo iba de los primeros y se lanzó con furia ciega a lo más denso de las filas persas, muriendo en combate. El triste final es que, aunque se consideró a Aristodemo como redimido por haber caído en combate, esta vez sí, en vez de abandonar el campo de batalla por segunda vez, no se le dieron honras especiales porque los espartanos consideraban la rabia homicida en batalla no como algo gallardo o valiente, sino como una grave muestra de indisciplina. Al menos, de esto Aristodemo no se enteró, porque ya estaba muerto...

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