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miércoles, 29 de noviembre de 2006

Buscando argumentos para la Opera.


¿Quién dice que el cine actual es carente de inspiración, porque andan a la búsqueda de libros, historietas y videojuegos para adaptar? Incluso antes de que surgiera el cinematógrafo, ya existía el problema de buscar buenas historias con las cuales forrarse los bolsillos de dinero, haciendo adaptaciones para la escena. En ese tiempo, como no había cine, se trataba del Teatro y la Opera.
De este modo, algunas de las más famosas óperas son, en realidad, adaptaciones de grandes éxitos literarios. Uno bien fecundo para llevarse libros adaptados a la Opera fue Giuseppe Verdi. El guión de "La Traviata" es el ejemplo más clásico: "La extraviada" (ésa sería la traducción al castellano) está basada en "La dama de las camelias", de Alejandro Dumas hijo (no confundir con Alejandro Dumas padre, autor de "Los tres mosqueteros" y "El conde de Montecristo"). "La dama de las camelias" era un gran éxito en ese tiempo, y había sido publicada en 1848: la ópera data de 1853, es decir, apenas cinco años después. Verdi también adaptó el "Hernani" de Víctor Hugo y "Macbeth" de Shakespeare, sin rubor alguno. "El trovador", por su parte, está basada en la obra de teatro homónima del español Antonio García Gutiérrez.
El francés Georges Bizet, por su parte, adaptó su famosísima "Carmen" de la novela homónima del escritor romántico Prosper Merimée.
Y Wolfgang Amadeus Mozart también hizo lo suyo. Su "Don Giovanni" no es otro sino el Don Juan que aparece en "El burlador de Sevilla", la obra que el español Tirso de Molina publicó a comienzos del siglo XVII, y en donde creó al personaje. Menos conocida, pero también ejemplo de las andanzas de Don Juan en el mundo musical, es el poema sinfónico que Richard Strauss dedicó al personaje, cerca de un siglo después.

domingo, 26 de noviembre de 2006

Ayesha debe ser obedecida.

Aunque hoy en día algo pasada de moda (aunque con el auge del feminismo, quizás algún día más temprano que tarde regrese desde el averno), el personaje de Ayesha marcó fuertemente a la generación de lectores que vivió a finales del siglo XIX y comienzos del XX.
El novelista inglés H. Rider Haggard es conocido especialmente por "Las minas del rey Salomón", un clásico de aventuras africano publicado en 1885, y en donde introdujo al personaje de Allan Quatermain, que siguió en otras novelas, pero además publicó un ciclo novelístico dedicado a Ayesha, Aquella Quien Debe Ser Obedecida. La primera novela fue "Ella", seguida de "Ayesha: El regreso de Ella", el cross-over "Ella y Allan" (con Allan Quatermain, obviamente), y la precuela "La hija del Destino". En ellas, configura la biografía de un personaje literario decimonónico fascinante, e injustamente olvidado.
Ayesha es una antigua egipcia que, adentrándose en Africa, descubre la manera de hacerse inmortal y conservarse eternamente joven. Se instaura así como una fiera reina guerrera, en dominios fuera del alcance de toda civilización, hasta el siglo XIX. Ayesha es un personaje femenino todopoderoso, cargado de magnetismo sexual, y profundamente amoral (tópicos todos con bastante morbo para el lector de la Inglaterra victoriana, claro está). Cuando un grupo de exploradores británicos en apariencia la ha destruido, ella se rearma creando una nueva base de operaciones en el Tibet, en donde complota otra vez contra el mundo occidental que invade sus dominios. Ayesha es otra vez detenida y en apariencia muere, pero ¿quién puede asegurarlo con una criatura que ha conseguido sobrevivir la friolera de 5000 años...?
Aparte de transformarse en una especie de sex-symbol literario victoriano, Ayesha impresionó incluso a los próceres del psicoanálisis, Sigmund Freud y Carl Gustav Jung, quienes la utilizaron como ejemplo del "eterno femenino", la esencia femenina universal detrás de las mujeres particulares.

miércoles, 22 de noviembre de 2006

El viaje de Mansa Musa.


La clásica visión eurocéntrica de la Historia Universal hace ignorar a muchos que algunos de los más poderosos reyes de la Edad Media no eran europeos. En el siglo XIV, una de las más grandes potencias económicas del planeta era el Imperio de Mali, ubicado en el país actual de tal nombre, y que desde su capital Timbuctú controlaba la totalidad del comercio en el Desierto del Sahara, desde las junglas del Africa Central hasta el Mar Mediterráneo. Además, sus yacimientos auríferos eran la principal fuente de oro para toda Europa, y no es exagerado decir que buena parte del oro empleado por orfebres y artistas del Renacimiento venía de aquellas minas africanas.
Uno de los reyes más poderosos de Mali fue Mansa Musa, quien gobernó en el siglo XIV. Entre sus obras se cuenta el apoyo constante a los artistas y a la cultura en general, siendo un gran benefactor de la Universidad de Timbuctú (o lo que en el mundo musulmán era lo equivalente a una universidad europea). Los eruditos estudiosos del Islam podían hacerlo en dicha Universidad, y esto de manera completamente gratuita.
Sin embargo, la anécdota más famosa de Mansa Musa es la siguiente: como todos los reyes de Mali, Mansa Musa era musulmán, y por lo tanto, estaba obligado a cumplir con el mandamiento del Corán, según el cual todo buen musulmán debe visitar La Meca al menos una vez en la vida. Mansa Musa lo hizo, ¡y de qué manera! Emprendió una expedición repleta de esclavos y soldados, y con una enorme cantidad de oro; se reporta que viajó con un centenar de camellos, repletos de dicho metal. El peregrinaje fue probablemente motivado no sólo por la piedad, sino también por hacer una exhibición de poderío. Y lo consiguió. En el trayecto entre Timbuctú y La Meca, y en particular en El Cairo, gastó tanto oro, que desató una gran inflación en todo el Norte de Africa, y aún entre los musulmanes de Asia. Los precios tardaron más de una década en regresar a sus niveles más o menos normales, después de la incursión de Mansa Musa.

domingo, 19 de noviembre de 2006

El reino de los jázaros.


Contraviniendo al menos en parte la fama de ser una religión oprimida y perseguida, lo cierto es que en forma regular e intermitente, el Judaísmo ha aparecido en la Historia como la religión oficial de varios estados, que a veces no tienen sino una conexión muy remota con los hebreos o con Palestina.
El más importante de estos pueblos judíos fue, probablemente, el Imperio Jázaro. Es poco conocido el hecho de que Crimea y Ucrania, es decir, las regiones al sur de Rusia, fueron dominadas en la temprana Edad Media por un pueblo guerrero altamente organizado de procedencia turca, quienes eran los jázaros, precisamente. En la época, los turcos habían conseguido construir una gran confederación semiimperial que iba desde China hasta el Imperio Bizantino, y que era la pesadilla de los pueblos ubicados en terreno sedentario (en esa época los turcos aún no alcanzaban Turquía, sino que tenían su base de operaciones en lo que entonces y ahora se llama, por ellos, el Turkestán, en el Asia Central). Cuando esta confederación turca se deshizo, la horda de los jázaros consiguió hacerse con el control del sur de Rusia, creando un imperio enorme y vasto en la estepa.
Las razones por las cuales los jázaros se convirtieron al Judaísmo son desconocidas. Una posible explicación es que los jázaros podrían haber querido salirse de las querellas religiosas que por ese tiempo (el siglo VII) envolvían al Imperio Bizantino: una buena opción para no tomar partido por alguna facción cristiana, y a la vez no ser tildados de paganos, era hacerse judíos. También podrían haberse hecho musulmanes, pero las guerras que jázaros y musulmanes libraron en el Cáucaso abortaron para siempre tal posibilidad.
Los jázaros desaparecieron tan neblinosamente en la Historia como surgieron. Hacia el siglo X, desde el norte de Rusia y por los ríos, llegaron los vikingos, quienes fundaron una serie de ciudades, la más importante de las cuales fue Kiev. El destino final de los jázaros es absolutamente desconocido: quizás fueron asimilados por la cultura vikinga, aunque se sostiene muy en serio que los judíos azkenazíes podrían ser descendientes de los jázaros.

jueves, 16 de noviembre de 2006

El golem.

Uno de los más famosos mitos judíos se relaciona con el golem, una criatura de barro a quien confiere vida el nombre secreto de Dios, a semejanza de Dios mismo, quien en el Génesis creó a Adán precisamente a partir del barro. El mito del golem se parece mucho al de Frankenstein (aunque es anterior a éste), en que critica los intentos del hombre por imitar el poder creador de Dios, ya que el golem es descrito como una criatura torpe y de escasa inteligencia.
El mito sobre el golem más famoso, es que lo vincula al ghetto judío de Praga. Reza la leyenda que el rabino Judá Loeb ben Bezazel, un famoso estudioso de la Cábala hebrea que vivió en el siglo XVI, habría creado una criatura de barro a la cual habría infundido vida. Esta historia dio pie al novelista checo Gustav Meyrinck para escribir su famosa novela "El golem", del año 1915.
¿Cómo se crea un golem? Después de hacerlo con barro, claro está, supuestamente debe escribirse en su frente la palabra "Emet" (con caracteres hebreos), que significa "verdad" en hebreo. Para desactivarlo, basta con borrar la primera letra (siempre en hebreo y con caracteres hebreos) para formar la palabra hebrea "Meit", que significa "muerte" en ese idioma. Un método alternativo es hacer esto mismo, pero en vez de grabar las letras en la frente, insertarlas en la boca del golem, escritas en un pedazo de papel (o pergamino o papiro, tanto más da). Suponemos que el método no funciona excesivamente bien, o hay pasos ocultos que el fabricante se reserva para sí como secretos industriales, porque si así fuera, el mundo estaría plagado de golems, ¿no?

domingo, 12 de noviembre de 2006

El tapabocas de Disraeli.

Como su apellido lo sugiere ("Disraeli": "de Israel"), el destacado Primer Ministro inglés del siglo XIX, Benjamin Disraeli, era de procedencia judía. Su familia descendía de judíos arrancados desde la España del siglo XVI, y que se habían asentado en Holanda, desde donde habían saltado a Inglaterra.
Siendo el siglo XIX un tiempo en el cual todavía era más o menos de buen ver el antisemitismo, esta condición de descendiente de judío pesó bastante sobre el joven Disraeli. Pero por otra parte, éste no intentó ocultarla nunca. Por el contrario, la exhibió con cierto orgullo, como una especie de muestra de identidad personal.
En una ocasión, en el Parlamento británico, hubo quien intentó denigrar a Disraeli, descalificándolo por ser de ascendencia judía. El que hablaba era, por supuesto, un inglés de pura cepa. La contestación de Disraeli bastó para que nadie más intentara hacerse el guapo:
-Sí, soy descendiente de judíos, y mientras los antepasados de usted eran salvajes que vivían con hachas de piedra, mis antepasados judíos eran sacerdotes servidores del Templo de Salomón.
Si no fueron esas las palabras exactas, fueron muy similares. Y bastaron para ponerle punto final al asunto.

miércoles, 8 de noviembre de 2006

Las tres canastas de Isaiah Berlin.

Isaiah Berlin, filósofo inglés nacido en Rusia, en el seno de una familia judía, fue uno de los más prominentes intelectuales liberales del mundo académico europeo en el siglo XX. Sus reflexiones sobre la idea de la libertad, diferenciando entre libertad negativa (ausencia de presiones) y libertad positiva (libertad para transformarse en el amo del propio destino) han sido ampliamente discutidas en el mundillo universitario. Pero como filósofo, Berlin tenía los pies de barro. Y sus momentos de chochera y ridículo. Quizás el más insigne, sea el de las tres canastas de Isaiah Berlin.
Como muchos otros filósofos, Isaiah Berlin llegó al punto en que no podía seguir adelante con la dogmática, sin acaramelarla con una teoría del conocimiento. Y diseñó la suya propia. Según Berlin, hay tres canastas (metafóricamente hablando, por supuesto). En la primera canasta echamos las preguntas que requieren de métodos científicos o empíricos para ser contestadas (por ejemplo: "¿cuántas lunas tiene Saturno", "¿en qué año Isaiah Berlin chocheaba con las tres canastas?"). En la segunda canasta echamos las preguntas que requieren de métodos lógicos o matemáticos para ser contestadas (por ejemplo: "¿cuánto son 2 + 2?", "¿la palabra empollón se escribe con o sin acento?"). En la tercera echamos las preguntas residuales, que no podemos contestar de las otras maneras, y que por lo tanto, son preguntas filosóficas propiamente tales (por ejemplo: "¿cómo ser ecuánime con quienes no están de acuerdo conmigo?", "¿es justo para los árboles el talarlos para imprimir libros de Isaiah Berlin en papel?").
Suena bonito, pero es una perogrullada. Lo que Berlin trata de decir de manera elegante, es que hay preguntas que pueden ser contestadas objetivamente, y otras que no. Hasta ahí el magnífico asunto.
Como eso dejaría al filósofo Isaiah Berlin y a su pandilla de colegas sin trabajo (a la larga, todas las preguntas deberían pasar de la tercera canasta, la canasta del misterio, a las otras dos), Berlin se pregunta sobre si hay preguntas que sean inherentes a la tercera canasta, si hay preguntas que siempre van a ser filosóficas. Sorprendemente, concluye que sí. Digo sorprendentemente, porque esto es un acto de fe, ya que se supone que no hay método alguno para contestar las preguntas de la tercera canasta, por tanto su respuesta nos es desconocida, y por tanto, ignoramos de momento si podemos pasarla a las otras dos canastas. A la larga, descubrimos que Isaiah Berlin ha creado la teoría de las tres canastas para justificar su paga como filósofo universitario a sueldo, y que creer en la tercera canasta no es un acto racional, sino puro misticismo. Y después dicen que la filosofía ha hecho avances desde Platón hasta nuestros días...

domingo, 5 de noviembre de 2006

El infantil viraje de Gustav Radbruch.

Gustav Radbruch, quien nació en 1878 y murió en 1949, fue un teórico alemán que se dedicó al estudio de la ley. No de la ley positiva, eso sí, sino de aquello que hace a una ley ser ley. En otros términos, no era un estudioso del Derecho, sino un filósofo del Derecho.
La historia corta sobre Radbruch es que sus doctrinas emprendieron un viraje en 180º después del ascenso de Hitler al poder. Antes de 1933, sostenía que la ley era la ley positiva, o sea, aquella que es dada y promulgada por la autoridad, lo que es de sentido común. Pero después le cobró una repugnancia tal al Nazismo, que decidió que aquello no podía ser la ley, después de todo. Y dijo entonces que si la ley no contenía ideales de justicia, no era una verdadera ley.
Por supuesto que este viraje es una pataleta infantil, y como tal ha sido muy discutida. Después de todo, la ley es ley porque alguien obliga a que ésta se cumpla. La justicia nada tiene que ver en eso (puede que algún castigo del Código Penal sea injusto por excesivo o por blando, pero sigue siendo la ley, y a ver quién es el guapo que le discute eso al tribunal respectivo). Pero aunque este viraje de Radbruch debería ser obviamente rechazado por cualquier teórico, ha tenido mucha popularidad entre los círculos académicos gracias a la visión liberal y antinazi de Radbruch. O sea, es otro caso de teoría sin base lógica alguna, entronizada en el Olimpo académico por ser funcional a las corrientes políticas del minuto.

miércoles, 1 de noviembre de 2006

¡¡Filosofía del Derecho!!

La actividad jurídica suele ser, por lo general, bastante árida. Con cierta razón, el estadounidense Ambrose Bierce definió a un litigante como alguien que vende la piel, con la esperanza de conservar los huesos. Frente a eso, ideales como la justicia o la equidad, que en principio deberían regir las leyes, no tienen mucho que hacer. Algún griego antiguo decía al respecto que la ley es una telaraña que atrapa a las moscas, pero deja pasar a los pájaros...
Por todo lo anterior, no deja de ser ciertamente peregrino que haya filósofos dedicados en cuerpo y alma al "estudio" y "análisis" de temas tales como la esencia de las leyes, la búsqueda de la justicia, etcétera. Y aunque no se crea, lo hacen en serio. Lo suyo, han decidido llamarlo "Filosofía del Derecho". Si ambos temas, por separado, suelen ser aburridos, no hablemos de qué pasa cuando se ponen juntos.
Aunque muchos filósofos han puesto los sesos en remojo con respecto al tema del Derecho, esta "disciplina" o "rama" de la Filosofía aparece con fuerza en el siglo XIX. Esto coincide con la hiperespecialización de los filósofos, que los llevó a sectorizarse y abandonar los tradicionales grandes relatos filosóficos a la Platón, Descartes, o Kant, y decidirse por pontificar sobre ciertas parcelas del conocimiento. En Alemania, el término aparece con el libro "Elementos de filosofía del derecho", de Hegel (1820); en Francia con la "Philosophie du Droit" de un tal Lerminier (1831); en Inglaterra con "The province of jurisprudence determined. A philosophy of positive law" de John Austin (1832); y los italianos se suben al carro con la "Filosofia del diritto" de Antonio Rosmini (volumen 1 en 1841, volumen 2 en 1845). Cabe preguntarse si alguno de esos libros harán más que criar polillas en sus respectivas bibliotecas.
Por alguna razón, ni Giorgio del Vecchio, ni Gustav Radbruch, ni Hans Kelsen, ni Norberto Bobbio, ni ninguno de estos teóricos ha tenido la popularidad de sus contemporáneos, los también filósofos Oswald Spengler, Martin Heidegger, Jean Paul Sartre o Bertrand Russell, hasta el punto que salen en poquísimos manuales de Historia de la Filosofía, si es que en verdad salen en alguno. Mal por ellos, claro está.

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