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domingo, 30 de abril de 2006

23 de Abril de 1616.

El domingo pasado se celebró el Día Internacional del Libro. La fecha elegida, 23 de Abril, es sumamente simbólica, porque en ese día del año 1616 fallecieron dos grandes titanes de la Literatura de todos los tiempos, como lo son William Shakespeare (conocido por adaptaciones cinematográficas como "Romeo y Julieta", "Hamlet" o "Sueño de una noche de verano") y Miguel de Cervantes, famosísimo autor de "El Quijote de la Mancha". Puede parecer una coincidencia cósmica que ambos personajes hubieran fallecido el mismo día del mismo año, se dedicaran ambos a la Literatura, y además de eso, acabaran por ser considerados como los más grandes exponentes de la misma en su propio idioma (categoría algo discutible, como lo de "Mejor Película" en los Premios Oscar, pero ésa es la opinión más generalizada).

Pero lo más bizarro de esto es que hayan muerto el mismo día por un asunto de cronología... ¡sin que lo hayan hecho verdaderamente el mismo día!

Verán. Muchos años antes, en 1582, el Papa Gregorio XIII introdujo su célebre reforma al Calendario Juliano, que dio origen al Calendario Gregoriano. Parte de esa reforma consistió en comerse diez días de divergencia entre la "fecha real" y la del calendario antiguo. Pero como dicha reforma la promovió el Papa, pues bien, los primeros en asumirla fueron los países católicos, no los protestantes. Y si bien España (donde murió Cervantes, 34 años y medio después) era católica y por tanto funcionaba con el Calendario Gregoriano, Inglaterra era protestante y funcionaba con el Calendario Juliano anterior.

Así que el resultado es: el 23 de Abril de 1616 en nuestro Calendario Juliano murió Miguel de Cervantes, mientras que William Shakespeare siguió algunos días más vivo. ¿Hasta cuando? Hasta el 03 de Mayo siguiente, en nuestro Calendario, que por el desfase cronológico ente ambos calendarios, es el 23 de Abril del antiguo Calendario Juliano. He ahí el origen de la confusión.

Por cierto, Inglaterra acabó por adoptar el Calendario Gregoriano en 1752. Lo hizo en medio de enormes protestas populares en donde hubo hasta muertos: la gente ignorante reclamaba que se le habían quitado diez días de su vida...

miércoles, 26 de abril de 2006

Palabras sobre el Rubicón.

Julio César era, aparte de un destacado militar y un político más o menos eficiente, un increíble hombre de relaciones públicas, especialmente de sí mismo. Gran parte de su fama deviene también de los escritos que él mismo legó a la posteridad, además de varios gestos hechos para la pose y la retórica. No es raro entonces que, a la par de realizar actos grandiosos con los cuales realizar su eterna y llorada ambición de compararse con Alejandro Magno, también se le ocurriera decir frases que lo hicieran pasar como inmortal a la Historia.

En el año 49 a.C., el Senado de Roma, con Pompeyo a la cabeza, estaba enormemente celoso de las victorias obtenidas por César en la Galia, que le hacían muy popular. Hay que tener en cuenta que César era del "partido popular", y Pompeyo y los senadores del "partido aristocrático". Por lo que le llamaron a Roma como simple ciudadano, o sea, después de darle la orden de licenciarse a sus tropas. Lo que le esperaba era que sus enemigos políticos intentasen llevarle a juicio (político, claro), con o sin motivos jurídicos para ello. Con tal orden, Julio César podría caminar con tropas hasta el Río Rubicón sin problemas, porque era el límite de su jurisdicción, pero cruzarlo implicaba violentar la autoridad del Senado, y desatar la guerra civil.

Según el historiador romano Suetonio, César hizo avanzar sus tropas hasta el mismísimo Rubicón, pero en secreto, mientras él se demoraba en planes para espectáculos de gladiadores. Luego, en la noche, emprendió el viaje hasta el Rubicón, siempre en secreto, para reunirse con sus tropas. Allí habría dicho, siempre según Suetonio: "Todavía podemos retroceder, pero si cruzarmos este puentecillo, todo habrán de decidirlo las armas". Palabras llenas de retórica hueca, si se piensa bien, porque si Julio César no hubiera estado decidido, difícilmente hubiera dado la orden a sus tropas de que le esperaran en el Rubicón. Dice Suetonio entonces que un pastor se puso a tocar la flauta, y al ver la trompeta de un soldado, se la arrebató y, tocándola de manera vibrante, cruzó el Rubicón. Esto, César se lo tomó como un prodigio (o al menos fingió, para tranquilizar a sus tropas), y dijo entonces sus famosas palabras: "Marchemos hacia donde nos llaman los signos de los dioses y la iniquidad de los enemigos. Jacta alea est" ("la suerte está echada"). Lo que siguió fueron cuatro años de cruenta guerra civil, la dictadura de César, su asesinato, y más guerras civiles hasta la imposición del Imperio, dieciocho años después, por Octavio Augusto, sobrino de César.

Por cierto, el dichoso Rubicón es en realidad un minúsculo esterillo que se seca casi por completo en verano, bien poco apto para frontera militar entre dos jurisdicciones de importancia...

domingo, 23 de abril de 2006

Un griego descreído.


Pirrón, el filósofo griego del siglo III a.C., era cuando menos un personaje peculiar. Estaba convencido de que nada existe en realidad, y de que todo es una mera ilusión. Por eso, sostenía el escepticismo más radical sobre todas las cosas. Simple y llanamente, postulaba que nada podría ser conocido jamás. El que podía alcanzar la suspensión del juicio, o "epojé", como lo llamaba en su idioma, iba a tener paz y tranquilidad. Y fin de la historia.

Fiel a sus principios, Pirrón no vivía demasiado preocupado de las cosas mundanas. Se cuenta de él que, más de alguna vez, sus amigos tuvieron que socorrerle porque caminaba tranquilo en mitad de la calle, sin preocuparse por ser atropellado por los carros que pasaban a toda prisa, o por ser mordido por los canes que se le interpusieran. Es que, según él, los carros y los perros no existían, eran sólo una ilusión... Al menos así lo refiere Diógenes Laercio, biógrafo de filósofos antiguos, quien indirectamente le da enorme crédito a dichos amigos, al señalar que Pirrón habría alcanzado nada menos que los noventa años de edad (sin ser atropellado ni mordido, suponemos).

miércoles, 19 de abril de 2006

La dieta de los griegos.


En los primeros tiempos, los griegos comían carne a destajo. Como buenos pastores que eran, el asado era parte primordial de su dieta, como lo testimonia Homero. No en balde, los héroes homéricos se la pasan de barbacoa en barbacoa, entre medio de los combates...

Pero más tarde, cuando la población griega creció, las tierras tuvieron que ser usadas para la agricultura, y la carne, por consiguiente, se volvió muy cara. A la vez, los griegos, como pueblo con muchas costas, se volcaron al mar. Por eso en la época clásica (la de la construcción del Partenón, más o menos por ahí), el principal producto de consumo griego no era la carne roja, sino el pescado.

Lo acompañaban con el trigo, por supuesto, además de otra especialidad de lo que se ha dado en llamar la dieta mediterránea: las olivas o aceitunas. De los olivos, los griegos no sólo sacaban su fruto, sino también aceite con el que encendían sus lámparas.

En cuanto al vino griego, era bastante espeso, por lo que solían beberlo mezclado con agua. Los héroes griegos antiguos, para pasar el olor a carne de los asados, solían también echar resina de pino al vino, para que su sudor oliera después más agradable, costumbre que siguió persistiendo entre los griegos con posterioridad.

En cuanto a los espartanos, su dieta era algo aparte. El "plato nacional de Esparta", por llamarlo de alguna manera, era tan frugal y funcional como todo en la vida espartana. Se la llamaba la "sopa negra", y estaba hecha de (agárrense) tocino, sangre, vinagre y sal. Se la comían disciplinadamente en los cuarteles, sin queja alguna. Se cuenta que un ateniense, después de probar semejante brebaje, comentó: "Ahora sé por qué los espartanos no le temen a la muerte"...

domingo, 16 de abril de 2006

1,618

Después del problema de la cuenta bancaria a interés compuesto, otra entrada que toca la Historia de manera tangencial.

Se dice que el número 1,618 es el más bello de todos. Este número encierra una proporción: un rectángulo cuyo lado mida una unidad, y su lado más largo mida 1,618 de esa misma unidad (o sea, que estén en una relación 1:1,618), es llamado Rectángulo Aureo. Se supone que el Rectángulo Aureo es la proporción más bella de todas.

El Rectángulo Aureo es posible encontrarlo en numerosas obras artísticas históricas, y aquí sí entramos en materia. Si usted divide el ancho del Partenón por su altura, obtendrá 1,618. Cada uno de los tres niveles del edificio de las Naciones Unidas, es un Rectángulo Aureo. Muchos retratos, incluyendo un célebre retrato del pintor renacentista alemán Alberto Durero mirando de frente, contienen dicha proporción en las dimensiones de su nariz, su cara, sus ojos, etcétera. Lo mismo vale para la Mona Lisa: si usted divide el alto de su cara por su ancho, obtiene 1,618.

Un matemático italiano llamado Leonardo Fibonacci diseñó en el siglo XIII una secuencia, llamada Serie de Fibonacci, según la cual cada número de esa secuencia se obtiene sumando los dos anteriores, partiendo por el 1. Así: 1, 1 (1), 2 (1+1), 3 (1+2), 5 (2+3), 8 (3+5), 13 (5+8), 21 (8+13), 34 (13+21), y así sucesivamente. Fibonacci descubrió que dividiendo un número de esta secuencia por el número anterior, se obtiene un resultado cada vez más cercano a 1,618 (mientras más grande el número), y que se van alternando en errar por exceso (más de 1,618) y por defecto (menos de 1,618). Así:

2 : 1 = 2 (falla por exceso).

3 : 2 = 1,5 (falla por defecto).

5 : 3 = 1,666... (falla por exceso, pero menos que el anterior fallo por exceso).

8 : 5 = 1,6 (falla por defecto, pero menos que el anterior fallo por defecto).

13 : 8 = 1,625 (falla por exceso, ahora sólo por algo menos de ocho milésimas).

21 : 13 = 1,61538... (falla por defecto, ¡tres milésimas!).

34 : 21 = 1,61904...

Como puede apreciarse, el componente matemático de la belleza... muchos pueblos antiguos y modernos lo han conseguido reconocer.

miércoles, 12 de abril de 2006

Reyes con alta numeración.


Entre los reyes existe la costumbre de numerarlos. De otra manera sería muy enredoso citarlos, en particular porque varios de ellos tienen idéntico nombre y apellido (el apellido es la dinastía correspondiente, en el caso de los reyes europeos al menos). ¿Cómo distinguiríamos a los dos Napoleones Bonapartes que han sido Emperadores franceses, si no habláramos de Napoleón I (o Napoleón a secas) y Napoleón III?

En muchos casos, la numeración ha sido un tanto baja, debido a la abundancia de nombres para bautizar a los retoños imperiales. Pero en otros casos, se ha hecho tradición usar de un determinado nombre dentro de un país, lo que ha inflado considerablemente la numeración. Estos son los récords que hemos conseguido encontrar:

-- 18 Luises en Francia. Luis I es el Ludovico Pío hijo de Carlomagno (o sea, en el siglo IX). Luis XVIII gobernó en 1815.

-- 14 Carlos en Suecia. Claro que aquí hay trampa. El Carlos histórico más antiguo conocido es Carlos VII. Los otros seis anteriores pertenecen a la leyenda histórica, de modo que es difícil determinar en efecto cuántos son. Aún así, si tomáramos a Carlos VII como Carlos I, entonces Carlos XIV sería Carlos VIII, lo que no es poco.

-- 13 Alfonsos en España. Alfonso I era un simple señor semifeudal hispánico, mientras que Alfonso XIII fue el rey español derrocado en 1931, después de lo cual se instauró la Segunda República Española.

-- 10 Carlos en Francia. Carlos I es el célebre Carlomagno, y el último es Carlos X, ignominiosamente derrocado en 1830.

-- 8 Enriques en Inglaterra. El último fue el célebre Enrique VIII, el de las seis esposas.

Otro caso de alta numeración es, obviamente, el Papado, aunque sea debido a los dos milenios de sucesión que constan en el Liber Pontificalis. Por tanto, aquí también está la misma trampa que en el caso de los Carlos de Suecia: sobre los más antiguos no hay ni rastros históricos, como no sea la palabra de la propia Iglesia... Puede afirmarse que los primeros testimonios confiables sobre el listado papal arrancan del siglo IV, más o menos. Aquí hay récords aún más grandes:

-- 23 Juanes. El último fue Juan XXIII, "el Papa bueno" (1958-1963). Mencionemos que fue el primer Juan en medio milenio, porque el anterior "Juan XXIII" es considerado antipapa, y fue tan cruel y maligno, que nadie había querido tomar su nombre para no ser confundido con ese Juan XXIII en particular.

-- 16 Gregorios. En este caso es una lista "limpia", porque Gregorio I sí está bien documentado: es el Gregorio Magno (590-604) que fundó la Iglesia Católica medieval. Gregorio XVI gobernó entre 1830 y 1846.

-- 16 Benedictos. El primero gobernó en el siglo VI, el último está actualmente en funciones desde 2005.

-- 14 Clementes. Clemente XIV gobernó entre 1769 y 1774. Sin embargo, el primer Clemente bien autenticado no es Clemente I (91-100) sino Clemente II (1046-1047). Además, la Iglesia no considera Papa auténtico (es decir, considera antipapa) a un Clemente VII que gobernó entre 1378 y 1394; el siguiente Clemente fue el Clemente VII "Papa" que gobernó entre 1523 y 1534.

-- 13 Leones. León I negoció con Atila para que éste no saqueara Roma. León XIII gobernó en el cambio de siglo XX (1878-1903, uno de los más largos pontificados de todos los tiempos).

-- 13 Inocencios. El primero gobernó en 401-407, el último en 1721-1724.

-- 12 Píos. El último murió en 1958.

-- 8 Alejandros. Otro caso de numeración nebulosa. El primer Alejandro aparece en 109-119. Alejandro VIII gobernó en 1689-1691.

-- 8 Urbanos. El primer Urbano gobernó entre 223 y 230 según el Liber Pontificalis; el primero documentado en fuente ajena, Urbano II, gobernó entre 1088 y 1099; Urbano VIII gobernó en 1623-1644, y fue el Papa que juzgó a Galileo Galilei.

domingo, 9 de abril de 2006

Ghino el ladrón caballero.

Ghino di Tacco, quien vivió en Italia a aballo entre los siglos XIII y XIV, era un salteador de caminos bastante curioso. Se habían apoderado él y su banda de un castillo ubicado entre Roma y Siena, y desde allí hacía sus trapacerías. Claro que él no era un bruto, ¡ah, no señor!

Digamos que un mercader caía en sus manos. Amablemente, Ghino le preguntaba cuánto podía dar. Si el mercader decía que 500 ducados, Ghino tomaba sólo 300, dejándole 200 para que invirtiera (suponemos que en el viaje de vuelta lo despellejaría otra vez por la diferencia, ya que de todas maneras le quedaría utilidad si había invertido bien el resto)... A los clérigos les despojaba de sus magníficas mulas, pero no le dejaba sin locomoción, aunque eso fuera un jamelgo que se cayera de puro viejo. Si el asaltado era un goliardo, uno de aquellos estudiantes medievales que viajaban a las universidades, en vez de robarle solía darle algún dinero, más algunos consejos para que se condujera bien y adquiriera saber.

Tan famoso fue Ghino di Tecco, que Dante Alighieri y Giovanni Boccaccio se dan tiempo para mencionarle. El segundo dice que se dedicó a la vida de bandolero no por malignidad de carácter, sino por la injusticia de enemigos poderosos, y lo describe como hombre generoso y de gran ingenio.

De todas maneras, eso no impidió que Ghino di Tecco, al final, pereciera acorralado y combatiendo contra sus enemigos. Muerte de héroe, cierto, pero muerte a fin de cuentas.

miércoles, 5 de abril de 2006

El iconoclasta estratega de Trafalgar.

Se considera que la obra maestra del almirante inglés Horatio Nelson, uno de los más importantes estrategas navales de todos los tiempos, fue su impecable victoria en el Combate Naval de Trafalgar, en la que de paso perdería la vida, víctima de una bala perdida enemiga (1805). Menos conocido es el hecho de que Nelson obtuvo su victoria básicamente por quebrar todas las reglas establecidas para lo que en esa época era un combate naval.

Las fragatas en aquel tiempo tenían sus cañones ubicados a los costados, por lo que maniobrar con ellas era altamente incómodo. Un barco debía primero acercarse a otro, luego virar en 90º para exponer el flanco, y cañonear. A todo esto, el otro barco seguramente viraría antes en 90º y cañonearía el primero, por lo que estas operaciones debían hacerse con sumo cuidado. La gran maniobra era la "barrida": acercarse a un barco por sus "puntos ciegos" (es decir, por proa o popa, jamás por los costados) y barrer su cubierta de punta a cabo con los cañones propios.

En consecuencia, la estrategia mandaba viajar en larguísimos convoyes, de modo que casi ningún barco expusiera su proa o popa (salvo el primero y el último), y cualquier atacante pudiera ser cómodamente barrido antes de hacer a su vez su propia barrida.

Lo que hizo Nelson fue justamente eso: acercarse y exponerse a ser barrido. Los franceses no esperaban que los británicos hicieran algo tan loco como lanzar todos los barcos literalmente a ser barridos. Pero Nelson partió su flota en tres columnas, y las hizo interceptar la columna francesa. El convoy francés se desintegró, como una serpiente partida a machetazos en varios segmentos, al tiempo que los propios barcos británicos de Nelson entraron y barrieron a placer con los navíos franceses, sembrando el caos entre ellos. Con lo que los ingleses obtuvieron una brillante victoria, que hasta el día de hoy es estudiada como modélica en la estrategia naval, y todo ello por no hacer las cosas "según el manual"...

domingo, 2 de abril de 2006

La dinastía más antigua del mundo.

Hasta donde se sabe, la dinastía más antigua del mundo todavía en funciones, es la de Japón. Los Emperadores de Japón han regido ininterrumpidamente al archipiélago nipón desde las tinieblas de la historia, al menos desde el siglo VII d.C., sino antes.

Tómese nota de que escribimos "regido" y no "gobernado", porque a lo largo de todo ese descomunal tiempo, no siempre los Emperadores han mandado en Japón. En los primeros siglos eran los amos supremos, pero después de una descomunal rebelión en el año 1159, que terminó en guerra civil, el poder fue suplantado por los shogunes. Ahora bien, los shogunes, a sabiendas de que eran usurpadores, tomaron por costumbre gobernar no en nombre propio, sino en el del Emperador (nominalmente, claro, porque la mayor parte de las veces, maldita sea si le hacían algún caso, como no fuera para asuntos de protocolo y ceremonial). Este estado de cosas duró por siglos, hasta que en 1868, el Emperador Mutsuhito, enfrentado a la incompetencia de los por entonces gobernantes shogunes Tokugawa, los derrocó y asumió el mando supremo. Este nuevo período de esplendor duró hasta después de la Segunda Guerra Mundial, cuando el Emperador Hirohito no tuvo más remedio que permitir una constitución democrática de corte occidental, y quedarse recluido en su condición de símbolo supremo nacional japonés...

A propósito, el uso de la palabra "Emperador" para definir al señor supremo japonés, es inexacto, ya que la fuente de legitimación del poder de éste no arranca de reclamar la herencia de los Emperadores romanos, como es el caso de los emperadores franceses, alemanes, bizantinos, rusos, y otros más. El término correcto para referirse al trono japonés es "Mikado". Claro que por costumbre, todos prefieren usar el otro, que suena más imponente a los oídos occidentales.

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